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viernes, noviembre 22, 2024

Ana Clavel y Darío Galicia

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En los años 80 estudié Letras Francesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Por allá andábamos, en el “aeropuerto” (el espacio donde todos aterrizábamos), Sergio Negrete, Mario Alberto Mejía -el director de Hipócrita Lector-, Elsa Susana Castro Rea (tristemente, falleció en 2022), Ariadne Devars, Andrés Ordoñez, Rodolfo Mata, Alberto Vital, Angélica Colín y un larguísimo etcétera. Del lado de los maestros, Alaíde Foppa, Carolina Ponce, María Pía Lamberti, Huberto Batis, Juan José Arreola, Hernán Lara Zavala, Laura López Morales, Marc Cheymol, Colin White, Ricardo Ancira, María Luisa Capella. Por allí andaban también Ana Clavel y Darío Galicia.

Ana Clavel se ha convertido en una de las narradoras más importantes de su generación. Somos amigos desde entonces. Tengo en mis manos su libro Fuera de escena (CREA, 1994). En él leo: “Aviso para caminantes: En cualquier pueblo, en cualquier ciudad, incluso en las mismas veredas y autopistas, siempre hay una silla para el caminante. Tenga cuidado, el 87 por ciento de las muertes registradas en los últimos tres meses se debió a sillas eléctricas disfrazadas. El 13 por ciento restante, al agotamiento de caminantes desconfiados”.

Una de sus novelas más célebres es Las violetas son flores del deseo (Alfaguara, 2007). Les presumo la dedicatoria: “Para mi querido José Antonio Lugo, con el cariño que dan los astros y las lecturas bien aspectadas. Un abrazo, Ana 12-12-12). En esta novela leo: “¿Cómo se fabrica la piel de un deseo innombrable? Tal vez del mismo modo que se urde el látigo de un castigo”.

Por allí andaba también Darío Galicia. Lo llamaban el Oscar Wilde mexicano. Brillante, se dice que fue sometido a una lobotomía para “curar” su homosexualidad. Se dice que no, que se le reventó un aneurisma. Lo cierto es que a partir de ese evento se volvió un pájaro roto, convertido en personaje de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, donde es Ernesto San Epifanio. Para muchos, la obra de Bolaño es una obra maestra. Yo no comparto ese juicio, pero es, sin duda, la crónica de una época, que describe al movimiento literario de los infrarrealistas, encabezado por el propio Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro, Arturo Belano y Ulises Lima de la novela.

En La ciencia de la tristeza y otros poemas, editado por la UNAM gracias a Hernán Lara Zavala, entonces director de Literatura, en uno de los poemas Darío Galicia escribe: “Otro madrazo / en un psiquiátrico / donde ronda mi cadáver. / No espero mi Hiroshima / soy un ciudadano desconocido / Soy un expediente psiquiátrico / donde no tengo nombre / ni historia”.

A partir de todo lo que gira alrededor de este poeta, Ana Clavel escribe su más reciente novela, Por desobedecer a sus padres. Y es que, aparentemente, fue sometido a una lobotomía por no ser “normal” como sus padres deseaban. “A Darío Epifanio San G. Galicia no lo mató la homofobia evidente que siega vidas con saña y violencia irracional. A Darío lo mataron varias veces el rechazo, la intolerancia, el desprecio, la indolencia”.

Darío estudió Letras Hispánicas y luego Inglesas. Era un erudito de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll (por eso, en lugar de firmar su apellido Galicia, lo hacía G.alicia). Clavel, con mano maestra, convierte su búsqueda personal para descifrar las vidas evidentes y oscuras de su personaje en el descenso de ella misma -convertida en el personaje Ana Laurel- al agujero de Alicia, donde descubrirá que la imaginación, el volver ficción a un personaje real, puede mostrarnos múltiples visiones de una realidad de por sí fragmentada.

La poeta Isabel Fraire, en el prólogo al libro de Darío Galicia ya mencionado, escribió, en 1982: “Para hablar de la poesía de Darío Galicia hay que tomar en cuenta que pasarán algunos años para poder hablar de ella con alguna sensatez”.

Pasaron cuatro décadas, hasta que Ana Clavel escribiera esta novela y se preguntara: “¿Cuántos no han quedado atrapados por desobedecer a sus padres, a su grupo, a su religión, a ese otro dios padre omnipresente, barbado y flamígero?”.

Por desobedecer a sus padres, de Ana Clavel, es una gran novela. Yo también conocí a Darío. Me “tiraba los perros”, me albureaba por calzar del 31. Como me gustan las mujeres, lo mandaba al diablo con una sonrisa. Nos caíamos bien. Gracias, querida Ana, por revivirlo. Quizá, todavía mejor, por darle una vida literaria, que lo volverá, en tus letras, una presencia fuera del tiempo, una presencia entrañable y perenne.

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