Wole
– ¿Cómo vamos? -le dijo Santa a la señora Clós, su asesora y jefa de logística-. Este año contratamos a una empresa de marketing que nos iba a brindar información del tipo de peticiones que hacen los niños de todo el mundo.
– Ya tengo los resultados, querido Santi. Mira, el 80 por ciento piden juguetes o cosas para ellos mismos y el 19.99 por ciento piden cosas para ellos y también para otras personas. Pero hay un niño africano, Wole, que es el único que pidió juguetes para otros niños, cosas para su madre, tíos y abuelos, así como bondad, empatía y generosidad para todos. No pidió nada para él. Nada.
– Conectemos la pantalla para verlo, cariño.
Los asistentes de Santa tomaron los controles y de repente apareció una casita en forma de nido de hormigas. Allí vivía la mamá de Wole, una mujer alta como los masai, ataviada con un vestido de vivos colores. Afuera de la casa, Wole jugaba con un perro. Le aventaba una pelota y cuando se acercaba con ella en la boca lo acariciaba. Mientras, su mamá tejía una cesta. Todo era plácido, como si el tiempo no existiera.
– Oye, debemos traerlo para acá para que sea el jefe del taller de juguetes y entregas. Claro, si eso pasa tendrá que dejar su vida terrenal. Pero le preguntaré. Le provocaremos un sueño profundo para que en el sueño nos venga a ver y le haremos la propuesta. Veremos qué opina.
Esa noche, Wole se encontró de repente frente a Santa y junto a la señora Clós, quien sin decirle nada le ofreció una taza de cacao.
Wole -le dijo Santa-. Eres un niño muy especial. Eres el único en todo el mundo que no pidió nada para sí mismo. Y a tu edad es algo excepcional. Por eso quiero pedirte que vengas a vivir aquí y seas el jefe del taller de juguetes y regalos. Claro, tendrías que abandonar tu cuerpo físico y no volver a ver a tu mamá ni a tu perrito ni a tus amigos. ¿Qué opinas?
Wole se quedó callado una eternidad. Al fin, dijo:
– Santa Clós, con todo respeto, usted está pidiendo también desde su egoísmo, desde lo que Usted quiere.
El silencio se volvió profundo y fue interrumpido por la tos nerviosa de uno de los ayudantes.
Santa se mesó las barbas. Después de un largo rato, dijo:
– Me da alegría comprobar cuán especial eres. Has venido a darle lecciones a Santa Clós.
– No era mi intención incomodarlo.
– Claro que no y te lo agradezco. Dime cuál es el paso que sigue. Tus deseos son órdenes.
La señora Clós movió las cejas. Santa no había dicho eso desde que una vez le pidió, hace miles de eones, que fuera su novia.
– ¿Puedo pedir lo que sea, Santa?
– Sí, palabra de Santa.
– Quiero que a todo mundo le dé lo que pidió en sus cartas y que, además, le dé a cada quién una piedra redonda, una piedra de río.
– ¿Por qué una piedra? No entiendo, Wole.
– Las piedras no piden nada. Las piedras, simplemente, son. Sus bordes son redondos porque han sufrido los embates del agua y del viento, del calor y el frío. Han vivido y sufrido, pero no se quejan. Simplemente son. Aceptan la realidad. No pretenden, como una flor, llamar la atención. No exigen, como un animal, cariño o atenciones. Son discretas. Su belleza surge del silencio.
– ¿Y qué va a ganar cada quién al recibir una piedra?
– Cuando la tomen entre sus manos, la piedra hablará a su inconsciente y les explicará que no es algo ajeno a ellos, que la piedra son ellos mismos. Son niños y al mismo tiempo son la piedra. No hay separación. La piedra los acompañará toda la vida. Cuando sientan que algo les falta, que han sido traicionados, que están deprimidos, que no tienen lo que desean, tomarán la piedra y ella les recordará que nada de eso importa, lo que importa es, simplemente, la vida. Una vida sin etiquetas. Una vida esencial. Porque las piedras son sabias como las estrellas, que simplemente son.
Santa tomó sus kleenex, se sonó ruidosamente y se enjugó las lágrimas.
– Jamás imaginé lo que acaba de pasar. Es un milagro. Gracias, Wole, Gracias a quien lo haya hecho posible. Quiero ser el primero. Quiero que me des mi piedra, Wole.
– ¿Me deja bajar con uno de sus ayudantes a la tierra a buscar SU piedra para que él se la traiga? Y si no le molesta, me quedaré con mi mamá. Me necesita, todavía.
Esa noche, un día antes de Navidad, Santa Clós recibió la piedra que Wole escogió para él. Comprendió por primera vez que no es importante dar si antes no reconocemos que valemos por lo que somos y no por lo que hacemos, sabemos o tenemos. Que sólo puede alguien tener una vida plena si se reconoce, primero, como un individuo único, una luminosa estrella en la bóveda celeste, que no es mejor ni peor que cualquier otra luz divina.
La mañana de Navidad Wole despertó. Cuando su mamá le preparó un té con unas hierbas que crecían en el jardín, reconoció el sabor… pero de algún lugar lejano apareció también el recuerdo de otra bebida, color tierra oscura. Le pareció también recordar a unos viejitos muy amables.
Esa noche, los niños de todo el mundo, los niños que van a salvar al planeta del cambio climático y del odio, recibieron sus trenes y sus muñecas. Y cada uno recibió una piedra, SU piedra.
Y Pachamama, la Madre Tierra, respiró, aliviada y contenta.
¡Feliz Navidad, lectores de Hipócrita Lector! Que 2023 nos traiga todo lo bueno de la vida, entre lo que se cuenta -además de salud, amor y prosperidad- buena literatura, pensamiento crítico, belleza para el alma.