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domingo, noviembre 24, 2024

Elogio del lector

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Los lectores, pocos o muchos, no lo sé, de Jorge Ibargüengoitia, lo seguimos extrañando.

Ibargüengoitia nunca esperó una gran obra.

Quizás, él haya sido, sin proponérselo, el escritor que logró cruzar la ciudad letrada en bicicleta.

Maestro de la ironía, Ibargüengoitia, transitó de la dramaturgia a la narrativa.

Mientras sus contemporáneos soñaban con escribir la gran novela, Jorge Ibargüengoitia se escabulló para narrar lo cotidiano.

(Desde la periferia del boom, Ibargüengoitia transitó por los laberintos de la ciudad letrada.)

Lo cotidiano es lo que ocurre, y que aparentemente carece de trascendencia, porque vive sumergido en la corriente del caos y del fragmento.

¿Por qué se consultarán los periódicos del pasado, sobrevivientes en las hemerotecas, sino para releer las columnas periodísticas, a ras de vuelo, de Jorge Ibargüengoitia?

El escritor satírico no sabe que es un escritor satírico.

(Su miopía le impide ver el universo.)

Vamos, ni siquiera sospecha que escribe una sátira porque si lo sospechara formaría parte del zoológico de sus víctimas.

El escritor satírico escribe para esa posteridad hechiza, lo inmediato.

El propósito del escritor satírico es la descripción realista.

Está más cercano a Balzac, para encontrarse con Reinaldo Arenas.

Lo que sucede es que las descripciones o crónicas las atraviesa la objetividad.

Esa objetividad es quevediana.

Los lectores de ese género periodístico viven inmersos en otros mundos, mundos en los que el boletín de prensa, transmutado en líneas informativas, se camuflajea para mostrar una “objetividad”.

Los ideólogos no soportan al escritor satírico.

Lo acogen con escepticismo.

Los políticos tampoco aceptan al escritor satírico.

Los políticos aspiran a textos inocuos: rosarios de adjetivos que se acumulen como en una rolita de Arjona o como en las canciones melancólicas del 14 de febrero.

En México, los políticos admiran a Porfirio Díaz, aunque se declaren revolucionarios.

Claro, lo admiran secretamente.

Porque es muy impopular y políticamente incorrecto mencionar que son admiradores del general Díaz.

Fascinados macondianamente por su permanencia en el poder, intentan gravitar en torno a las ideas de repetirse cíclicamente en los sitios laicos del Estado.

Pero su laicismo se pierde religiosamente cuando utilizan la simbología religiosa para crear empatía con el pueblo.

Los políticos de izquierda, que ya no existen o están en vías de extinción, deberían tener un poco de pudor laico.

El laicismo inicia, aunque se repita como tormenta tropical, aprobando la despenalización del aborto y estableciendo una clara delimitación entre la Iglesia y el Estado.

Poco a poco, se repiten las escenografías del pasado.

Y con cierto aire ensimismado, las viejas prácticas restauran esquemas superados.

Habría que reciclar los añejos chistes antisistema para los paisajes urbanos y políticos del presente.

(Un poco de heavy metal del Heaven and Hell, para el respetable.)

(Mejor una cumbia y un abrazo con aletazo de caguamo.)

***

Los periódicos son la mejor indicación de la salud de una sociedad.

Los periódicos son una suerte de plaza pública, pulsan la calidad de la vida democrática de una ciudad.

Discusiones y debates se concentran en las páginas escritas (¡vaya tentación de escribir impresas!) de los periódicos.

Siguen siendo los periodistas filtros necesarios para contrarrestar las tendencias autoritarias del poder.

La tradición periodística mexicana ubica al periodismo, por ejemplo, El Hijo del Ahuizote, como un vehículo de ideas.

La condición satírica de los poemas y de las caricaturas de El Hijo del Ahuizote resultó incómoda para la burocracia porfirista.

Los catrines porfiristas que traicionaron el Plan de Tuxtepec, y sus principios antireelecionistas, fueron retratados en las páginas de este diario satírico.

El humor es sospechoso para el poder.

La vida pública no puede quedar solamente en manos de los políticos. Porque las consecuencias de ese monopolio ocasionan resultados inmovilizadores.

Una ciudad que sólo depende de los políticos es una ciudad fantasmal.

El páramo de una ciudad sin rituales, o de ghettos amurallados con guardias de seguridad privada que piden un qr.

Como en la pesadilla de un cíclope las reliquias del poder se vuelven intocables, y entre el estrépito de las redes sociales, los dogmas permanecen ahí.

Son las nuevas estatuas ecuestres del culto narcisista al otro yo.

Eso lo saben los lectores, que desconfían leer de bajadita.

Los lectores que trituran los textos y que entrelíneas reconocen la sustancia de los textos.

De esta tiranía del texto, a la cual las revoluciones dinamitan entre barricadas y bombas molotov.

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