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jueves, noviembre 21, 2024

Carlos Limón, cronista hard-core

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Los lectores de la revista Intolerancia de los primeros años del nuevo siglo encontramos entre los textos de referencia las crónicas y entrevistas de Carlos Limón.

(Carlos Limón fue fundador de la revista Intolerancia, cuyo lema era ¡Mamá, no puedo con ella!)

El mejor elogio para una redacción es la combinación de visiones antípodas y de perspectivas irreconciliables.

A principios de este siglo, las redacciones de los periódicos de Puebla (y decir, periódico impreso era una tautología) concentraban los perfiles intelectuales más diversos.

Eran las tribus democráticas de una urbe en ciernes, vivían el milagro de volver a la cotidianeidad una narrativa legible.

La revista Intolerancia reclutó a correctores, diseñadores, editores, fotógrafos, reporteros y hasta periodistas del mundo outsider quienes se congregaban en las oficinas de la Paz para trazar andanzas editoriales heteróclitas.

Limón desglosaba en sus crónicas lo mismo la variopinta biografía política de los personajes pipitilla, vocablo ya políticamente incorrecto por su tufo neoliberal, que de los integrantes fifí de la clase política.

En sus crónicas sociales o antropológicas, (¿existe una crónica que no sea antropológica? ¿existe una lectura que no sea etnográfica?) podían escucharse las voces callejeras, los zumbidos de los trajeados políticos y hasta el escape de los camiones.

Como cronista, Carlos Limón pasaba inadvertido, lo cual significa, que su presencia nunca debe interrumpir a la multitud, el tránsito de un mitin político o alguna rueda de prensa.

Esa invisibilidad le permitía una presencia quirúrgica y angelical, sin modificar el curso de los acontecimientos, algo que no sucede cuando aparece un reportero en medio de una rueda de prensa, estirándose para ser visto o en alguna marcha u otro evento, y saluda con abrazo de aletazo de caguamo al jefe de comunicación social para suavizar su pregunta.

Si uno recorre las páginas de la revista Intolerancia en sus números primigenios encontrará que las crónicas y entrevistas de Carlos Limón corrían a la par de un ethos de la crónica como formato expresivo en una provincia con aspiraciones neoliberales y modernizadoras.

(La venganza de quienes estimaron que Intolerancia era un mal ejemplo a seguir hallaron en la desaparición de sus ejemplares un platillo frío.

No existe una hemeroteca del diario y de los primeros números de la revista.

De manera inexplicable, la hemeroteca del estado de Puebla desapareció Intolerancia. La memoria periodística es un aperitivo incómodo para el poder político.)

En los primeros años del nuevo siglo corría la expectativa del surgimiento de algo nuevo e incierto. Había una cierta área de esperanza. El viejo PRI se desmoronaba y la llamada transición democrática aparecía como un discurso de una transformación pactada u obligada para el Estado. El zapatismo era otro referente de ese viejo mundo.

***

Carlos Limón siempre trató a la clase política en sus crónicas con ese desdén del letrado y el ciudadano de a pie hacia ese sector enquistado en las telarañas del Estado mexicano.

Ese desdén no es otra cosa que la incredulidad y la desconfianza social hacia los políticos por parte del pueblo (dicho llanamente). Limón supo traducir ese aire social en sus textos.

Por eso, Carlos Limón, el cronista, el corrector de los textos periodísticos de las redacciones de los diarios y el lector, nunca cayó en los espejismos del ojo de Sauron de la nomenklatura local.

(Como corrector, Carlos Limón fue implacable. Olía los yerros sintácticos y la cizaña de la ortografía tóxica, casi al pasar la plana impresa por sus manos. Podía transformar en oro, o al menos en pirita, un texto crepuscular llegado a redacción.)

Si los periódicos llegaron a ser instrumentos de lectura para la clase política, su gran deuda es con los correctores cuyo oficio de alquimistas transmutaba en oro el mineral de los textos plomizos de la escritura de bajadita.

***

No le importaron los aplausos, Carlos Limón conservó su natural escepticismo ante la farándula política provinciana.

En los primeros números de Intolerancia diario, mayo del 2001, escribió crónicas y reportajes sobre la vida social de Puebla.

Leí con avidez sus crónicas en Intolerancia diario sobre las tribulaciones para conseguir empleo. Al estilo del periodismo etnográfico, Limón compró varias solicitudes de empleo, ubicó en la sección de empleo del Sol de Puebla las vacantes y recorrió religiosamente cada una de ellas para buscar empleo.

Al día siguiente su crónica se distinguía entre las telarañas de los puestos de periódicos, en la primera plana de Intolerancia, mientras los demás impresos ostentaban la iconografía oficialista de alguna inauguración o la declaración entrecomillada del presidente municipal.

En esta inversión mediática, la fotografía de primera plana refrescaba el ojo de los lectores, que habían sido entrenados en fotografías seleccionadas por las oficinas de prensa y no por los editores de fotografía.

En ese universo alterno, las crónicas de Limón operaban un turning point. En los primeros años de Intolerancia, recuerdo haber leído en el Suplemento Río, poemas de Carlos Limón.

Carlos Limón editaba, en ocasiones, la contraportada del periódico los sábados. En una de las ediciones dominicales publicó un texto irreverente, hosco y transgresor de la moral poblana, al cual acompañó con una imagen puntiaguda, muy hard-core.

La edición dominical apareció en las telarañas y algunos lectores sorprendidos agradecieron la irreverencia. Otros apelaron a la moralidad local.

Desde ese día, el gran Otro editorial no le permitió armar la contraportada.

Ese imperativo categórico guío aquellos encuentros periodísticos entre lectores y el cronista, Carlos Limón.

Los diarios de esos años fueron modelos de aprendizaje de lectura. En las redacciones, cronistas como Carlos Limón llegaban con propuestas para abordar temas o con abordajes temáticos que merodeaban con lecturas de un periodismo post-boletinero.

Los lectores de Carlos Limón no leyeron boletines en sus crónicas de principios de siglo, sino aspiraciones e híbridos en los que se podían hallar guiños bukowskianos en los aires de una Puebla decimonónica, chapada a la antigua y muy intolerante.

En una fotografía del primer aniversario de Intolerancia Diario, Limón aparece en la primera plana, con el grupo de redactores, editores, reporteros, diseñadores, y fotógrafos, haciendo un inequívoco signo de la heterodoxia de esa barca de Caronte de Texmelucan 28.

Desde hace varios años sus lectores echamos de menos sus crónicas, escritas para un tiempo que fue.

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