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jueves, noviembre 21, 2024

Apuntes al vuelo sobre Ángeles Espinosa

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A quince años del fallecimiento Ángeles Espinosa Yglesias, su hijo, Manuel Alonso Espinosa, en complicidad con el poeta Miguel Maldonado, presentaron el pasado jueves 12 de octubre en el Salón Barroco de El Carolino, el libro titulado Ángeles Espinosa: Ángel Custodio de Puebla.

Después de haber asistido a la presentación y de escuchar a Moisés Rosas y Sergio Vergara, y de cruzar algunas palabras con Manuel Alonso, me dispuse no a hojear, sino a leer con detenimiento mi ejemplar.

Debo confesar que no todos los libros que caen en mis manos en sus presentaciones son leídos. Sin embargo, la figura de Ángeles Espinosa ha sido de gran curiosidad para mí desde que pisé por primera vez el museo Amparo, y luego por tantas y tantas anécdotas que Carlos Meza Viveros cuenta siempre con gran emoción y gratitud. Y es que dicen los que la conocieron de cerca, que esta mujer de mirada clara y prístina tenía la capacidad de cambiar la realidad…

Pocas han sido las mujeres a las que se les reconoce su obra desde las turbulentas latitudes de su vida activa, y recuerdo bien que en un sinnúmero de ocasiones vi su foto en los periódicos, siempre junto a personalidades de la cultura, la realeza, la casta empresarial mexicana, los políticos; pero también rodeada de todas aquellas personas que ayudó a la hora de levantar casas, inaugurar estancias y recuperar tesoros arqueológicos.

Al respecto de los políticos, queda claro, éstos debieron agradecer infinitamente su presencia, pero sobre todo el apoyo que sólo una mujer que ha sido cultivada con el oxígeno de las artes puede ofrecer a una ciudad, a un estado, a su país.

El libro de 197 páginas está colmado de imágenes en las que Ángeles Espinosa se muestra con la sobriedad y la discreción que sólo poseen las personas que hacen del altruismo su alimento vital, y no una plataforma de exhibición o de lucro. Para comprender la vida de nuestro personaje es absolutamente necesario irse hacia el pasado y conocer sus orígenes.

Todos los poblanos hemos escuchado el nombre de Manuel Espinosa Yglesias. Lo vemos en calles, en placas, en los archivos hemerográficos, en escuelas, en fundaciones, cada vez que vamos al banco…

De don Manuel hay todo un manantial de información que se puede consultar, sin embargo, me gustaría hacer una aproximación exacta a esa raíz que germinó para luego volverlo un empresario y banquero de altísimos vuelos: el cine.

Se sabe que don Manuel quedó huérfano de padre cuando tenía penas 20 años, y fue en ese momento que tuvo que asumir el trabajo de consolidar y sacar adelante las cinco salas de cine que heredó.

El crítico de cine y escritor mexicano Emilio García Riera dijo una vez: “el cine es mejor que la vida”, hablando, por supuesto, de esa otredad que nos regala estar sentados frente a una pantalla y mirar la proyección de la condición humana con todas sus luces y sombras.

El cine, visto desde el lado menos romántico, tuvo que sufrir los descalabros propios del espíritu del tiempo: cuando llegó la televisión a cada casa, las viejas salas comenzaron a vaciarse. Así pasamos de tener enormes teatros glamorosos alfombrados y con telón, a los que iban –emocionadas– las familias, a épocas decadentes en las que dichas salas se convertían en lugares para el ocultamiento, el fornicio de ocasión y la guarida de los amantes de matiné.

Manuel Espinosa Yglesias vivió entonces el alumbramiento y el ocaso de la maravilla que dio luz y cara al siglo veinte, y es justo en ese momento en donde aparece William Jenkins y el curso de la vida de Espinosa Yglesias, y de todo un Estado (Puebla) cambió, y se instaló en un tren rápido como esos que salían en los Westerns de las salas de cine.

Ahora bien, hablar de Don Manuel Espinosa amerita tomos de libros y una intensa investigación. Sin embargo, lo que intento es situar al lector en el contexto del nacimiento y la vida de Ángeles.

Digamos pues, que, en efecto, proviene de una de las familias más privilegiadas de nuestro estado.

Imaginemos ahora, que como sucede en muchos casos, ese privilegio hubiera pasado de largo…

¿Qué hace entonces la diferencia entre las personas que heredan el poder y lo utilizan con frivolidad y mezquindad, y las que lo detentan para engrandecer lo que tocan?

La educación.

Y no necesariamente lo que se entiende como educación desde el refinamiento y el conocimiento del mundo, sino la sensibilización de los conocimientos a través de la experiencia artística.

Cuando comencé a adentrarme más en la vida de Ángeles Espinosa, fue inevitable hacer una especie de paralelismo con Peggy Guggenheim, sobrina de Solomon Guggenheim, fundador del museo del mismo nombre y de una fundación impresionante a favor del arte.

El estilo de Peggy Guggenheim nada tiene que ver con el de Ángeles Espinosa; la neoyorquina fue un personaje de lo más extravagante y polémico, sin embargo, lo que me lleva a hacer la conexión entre ambas es precisamente la pasión con la que defendieron desde sus propias trincheras al arte, a la cultura de sus respectivos entornos y la utilización del poder económico con fines filantrópicos.

El arte, en mi visión particular de las cosas, es la verdadera cara de Dios, luego entonces quien lo ejecutar y lo conserva se convierte en la voz que comunica ese acto de fe.

Ángeles y Peggy, sin saberlo, anduvieron las mismas calles en distintas épocas. Ambas estudiaron en París y Londres.

Las dos mujeres no tenían la necesidad de mover un dedo para llevar una vida satisfactoria; aun así, lo hicieron y se convirtieron en Virgilios sabios y amorosos de sus amigos.

Gracias Peggy Guggenheim hoy todos conocemos a Jackson Pollock y a Mondrian, y los surrealistas transitaron con gran libertad en América por su cercanía con Marcel Duchamp y al convertirse en esposa de Max Ernst. Avanzamos la moviola y tenemos en escena a Ángeles Espinosa, en Puebla, poniendo el hombro para que artistas como Soriano y Felguérez se convirtieran en soberanos de sus respectivas generaciones pictóricas y rescatando del abandono del antiguo Hospital de San Juan Bautista para transformarlo en el Museo Amparo.

En un tiempo en el cual se veía cada vez más lejano el así llamado Milagro Mexicano (cuando la tecnocracia se entronizaba como la ruta más segura hacia el desarrollo), Ángeles Espinosa funda un museo en el que se exhibirán joyas de ese pasado que muchos han pretendido enterrar.

Imaginemos pues, que, sin esa intervención, esta ciudad (Joya del Barroco) carecería de un espacio en el que se nos recuerda constantemente que nada somos sin la memoria.

Peggy Guggenheim no sabía bien a bien hacia dónde la llevaría la cercanía con escritores como Ezra Pound, Hemingway, André Gide y Jean Cocteu, y con miembros de la realeza inglesa y española. Su colección la fue haciendo casi clandestinamente luego de que sus galerías en Londres y París fracasaran por “presentar artistas tan raros”.

Una de las grandes diferencias entre estas dos historias es que Ángeles Espinosa tuvo desde el inicio la visión no tanto de descubrir, sino de rescatar.

En temas de construcción, los que saben siempre dicen: es más complicado restaurar que erigir de cero.

Hoy paseamos por el Templo Mayor de la ciudad de México ignorando que sin la mano de Ángeles Espinosa, aquello seguiría enterrado, sino es que ya saqueado. Al paso de las páginas se revela la intensa vida de esta mujer que, a mi parecer, urge ser aún más visible. Sí, aún más.

Nuestra Puebla, la más conservadora, de pronto secciona para sí las historias femeninas. Es algo que va cambiando poco a poco, sin embargo, el barroquismo es parte esencial de nuestro sino. La labor de Ángeles Espinosa ha sido reconocida desde el principio porque simplemente era imposible de eclipsar.

El poder que no se sabe manejar, enloquece… eso lo sabemos y lo vemos cotidianamente, sobre todo en la clase política; y no sólo la mexicana…

Ya Shakespeare desentramó todos sus hilos e hilvanó con ellos un gran manual sobre la condición humana.

En cambio, poder ejecutado desde la nobleza y la sensibilidad limpia expía, crea vínculos. Eso es lo que hizo doña Ángeles Espinosa Rugarcía en momentos críticos: así al calzarse el zapato más cómodo para ir a la zona del desastre en la sierra, así recibiendo en el museo a los Reyes de España, a los Rockefeller y a la baronesa de Thyssen.

Todo se reduce a tres palabras: educación, pasión y luz.

Algo muy parecido al cine. En donde esta historia comenzó: con cinco salas y un sueño circular.

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