Lejos de la espectacularidad de otros rectorados, ajena a los protagonismos que volvieron las rectorías universitarias trampolines políticos. (Así determinó su estilo, para estos tiempos hiper-chairos.)
El rectorado de la doctora Lilia Cedillo, en su primer año de labores, se ciñe al espacio académico.
Para los formados en la clase política reciente, esto parece una debilidad, porque los gobernantes de la clase política buscan afanosamente utilizar sus informes de actividades para la promoción personalizada.
Hacen de los actos republicanos y de rendición de cuentas, cultos al ego, y fiestas del narcicismo, entre el incienso y la matraca.
El gobernador de Puebla, Luis Miguel Barbosa Huerta, se expresó en estos términos de la rectora de la universidad pública: “Qué orgullo para Puebla que la universidad esté encabezada por una persona de este nivel moral, ético y profesional. Yo me siento muy contento”.
A su declaración, le sumó un dardo verbal, señalando que los antecesores representaban la “opulencia” y la “arrogancia”.
Sin duda, la fortaleza de la universidad, mostrada durante varios años, depende de la comunidad universitaria.
En los próximos años, y con una Cuarta Transformación hegemónica, la universidad se encauzará por la vía idónea.
La inteligencia que persiste en la universidad, más una comunidad participativa y con la templanza de la rectora Lilia Cedillo, la BUAP se consolidará en el campo académico, social, cultural y científico.
La moderación, la austeridad y la inteligencia colectivas son fortalezas de la universidad pública en tiempos dominados por la inmediatez y la selfie. No por eso la universidad deja de ser un espacio político. Lo es, pero la rectora apresta ya un giro copernicano.
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Luis González de Alba, el escritor se preguntaba hace algunos años en una entrevista: ¿Por qué llamamos izquierda a quienes a la gente que salió del PRI, se formó en la militancia del PRI y aplaudió al PRI?
Hoy esta pregunta sigue vigente. Y no hay una respuesta para este misterio ideológico o galimatías postmarxista.
Los que alzan el puño izquierdo eran los que aplaudieron las acciones del pasado.
Pero habrá que actualizar estas miradas, algo vetustas, y que, según se entiende, ya no corresponden a los nuevos tiempos.
Tiempos en los que las voces como las del escritor Luis González de Alba siguen resonando.
González de Alba escribió uno de los clásicos del 68, Los Días y los Años, recuento de la vida en Lecumberri tras la captura de los líderes del movimiento estudiantil de 1968.
Para la lógica oficial en Puebla, este acontecimiento pasó inadvertido.
Son los tiempos actuales.
Algunos partidos políticos, ¿de “izquierda”? se perciben herederos del 68 y hasta se perciben que detentan la propiedad de ese acontecimiento que irrumpió en la monotonía de los años sesenta.
Vale lanzar la pregunta si alguien o alguno se puede percibir como heredero de esa irrupción intelectual y estudiantil.
En la marcha del domingo, el comité del 68 en la ciudad de México se expresaba así: “Nuestra lucha es contra la impunidad y la no repetición de actos represivos”, y se oponía tajantemente a que el ejército continuara en las calles.
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La comunidad intelectual se despidió ayer del poeta, David Huerta.
La mayor parte de su obra puede ser leída en editorial Era.
Poeta y promotor de la vida cultural en la ciudad de México, Huerta poseía una legión de lectores.
Los poetas se leen entre sí mismos y forman parte de una cofradía universal que posee sus códigos y hasta construye su canon.
La muerte de Huerta dejará un hueco en la poesía mexicana.
Huerta era un poeta muy valorado en la ciudad letrada mexicana.
En su poema nocturno, Huerta escribió los siguientes versos:
“Milímetros de ti convergen ahogándose, bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.”
Este fin de semana también murió el joven poeta Javier Raya a sus 37 años.
Raya era un poeta querido y conocido entre la comunidad letrada.
En uno de sus poemas Raya escribió:
“Funerales y otros ritos son para los vivos.
A los muertos poco pueden importarles
Las formas obtusas del duelo.
Afortunada, palabra, duelo:
como batirse a muerte
con la persistente ausencia
de lo que se fue.”