Todos los que me conocen saben que siempre tengo un espacio para el postre a pesar de haber comido demasiado, y es que los postres son el final perfecto de una buena comida. Aunque también debo escribir que cuando hay oportunidad, mi ritual gastronómico comienza por el postre y después por los platos fuertes.
No sé por qué, pero los postres y todo lo dulce es de mis cosas favoritas de la vida, incluso siempre relaciono alguno de mis postres favoritos con algún suceso importante que me ha pasado y el lugar en donde he transitado.
Por ejemplo, cuando viví en Pontevedra, una ciudad muy pequeña de Galicia, en España, había una cafetería en donde si pedías cualquier café venía acompañado de un pequeño pastelito y no saben la diferencia que hacía este pequeño postre a la hora de disfrutar el café en las mañanas, tardes o noches, y más si lo hacías acompañada de tus mejores amigas.
También recuerdo cuando probé los macarrones en Estrasburgo, una ciudad al norte de Alemania y en donde me di cuenta de esos pequeños y coloridos pedazos de cielo que llegan a la boca con un sabor incomparable, y aunque haya en todos lados del mundo, esos precisamente nunca se borrarán de mi mente, pues automáticamente vuelvo a los prados verdes de esa ciudad alemana, con mis dos compañeros de aventuras quienes cargaban una baguette bajo el brazo.
También en Colombia llegué a probar el merengón que la mayoría de las veces lo hacían con fresas y otras nada más en pequeñas montañas. Recuerdo también una bomba de azúcar muy popular que se hacía con frutas, chocolate molido y leche condensada justo al final de toda esa delicia, aunque ahora mismo olvidé el nombre.
Pero claro, en todo México los estados tienen postres propios que se van innovando de acuerdo con el restaurante y a los conceptos, recuerdo de mis favoritos el de Almoraduz, un pastelillo de chocolate o tarta de cacao que viene acompañado con una paleta de hielo deliciosa de leche quemada; y también hay diversos restaurantes en Oaxaca que ofrecen tamales de chocolate deliciosos para cerrar con broche de oro.
Aunque Puebla también tiene muchos sitios innovadores en este tema, las galletas de Santa Clara que se caracterizan por tener un dulce de pepita con azúcar son mis favoritas y con ellas han creado interesantes conceptos en la repostería sobre todo en temporada de chiles en nogada.
Soy aficionada en probar postres y tengo una larga larga lista de mis favoritos, pero debo de decir que el más representativo para mi es el arroz con leche, y sí, es tan común en México y tan familiar que todos hemos disfrutado de cada cucharada mientras estamos con mamá y papá, con los hermanos, con los sobrinos.
El arroz con leche me recuerda a mi abuela, quien lo hacía siempre que llegábamos en vacaciones de verano, invierno y Semana Santa a su casa; también lo hacía cuando se quedaba con nosotros algunas temporadas. Lo hacía para vernos felices, también lo usaba como remedio cuando nos veía tristes, pues cuando lo comíamos la sonrisa volvía a nuestros rostros por cuestión de segundos.
Mi abuelita era también amante de los postres y de las cosas dulces (y nunca tuvo diabetes) y tal vez es por ello por lo que mis cuatro hermanos y yo heredamos ese amor por las calorías.
Los postres son ese dulce final que muchos esperamos tener después de un buen momento, aunque también reconforta a los más débiles y tristes, así que ahora mismo iré por un helado y sonreiré mientras lo deleito.