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sábado, noviembre 23, 2024

Dos escritores Cáncer

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I. Franz Kafka

Se creía inferior a su padre, que era robusto y de anchos hombros. Él, un alfeñique, un flacucho, una nada. Su papá lo obligó a estudiar Derecho para que se hiciera cargo de las fábricas. Cumplió. Una vez en el puesto, le dio tuberculosis. Entonces el papá dejó que se dedicara a la literatura. Escribió que se sentía como cucaracha. Gregorio Samsa amanece y se ha convertido en un insecto. Nadie quiere atenderlo ni saber de él. No vale nada, es un estorbo. Escribió también El castillo y El proceso, amargas reflexiones sobre la soledad y la invalidez de un hombre frente al poder y ante la burocracia, poderes ante los cuales no valemos nada. La tuberculosis lo llevó a la muerte. Le pidió a su amigo Max Brod que destruyera su obra. Afortunadamente, no le hizo caso. Nos legó una de las obras literarias más importantes del siglo XX. Nació en Praga en 1883 y murió en 1924. Era checo y judío. En Praga, uno puede ver las placas que señalan las distintas casas en las que vivió. Quizá no fue robusto como su padre, pero su obra literaria trascenderá por siglos, mostrando la indefección y la soledad del hombre contemporáneo.

 

II. Marcel Proust

El genial escritor francés escribió una obra monumental, en siete volúmenes: A la búsqueda del tiempo perdido. Comienza contándole al lector que al narrador su mamá le iba a dar el beso de las buenas noches, su padre se molestó por considerar que ella era demasiado condescendiente con su hijo y, sin embargo, al final autoriza que duerma con él. Primero somos testigos de la avalancha del deseo y la esperanza de su realización; luego la conciencia de la imposibilidad de la felicidad y, al final, la plenitud llega y se instala de manera inesperada.

Ese episodio con su mamá se repetirá a lo largo de la novela. Cuando en el último tomo ve a Albertine su amante, dormida, dice que así la siente más suya, cuando es “como los animales y las plantas”. Es posible poseer la imagen del amor… pero ¿el amor? Si se posee, o se cree poseer, son momentos, instantes. De manera genial, llamó a esos impulsos “las intermitencias del corazón”.

Proust nació en 1871, doce años antes que Kafka y murió dos años antes. Afectado de asma, escribió su obra maestra en un cuarto tapizado de corcho. El primer tomo de su novela fue rechazado. Hoy se considera que es la mejor novela en lengua francesa de la historia.

El tiempo perdido se recupera cuando el personaje moja una madalena, un pan, en su taza de té. Al hacerlo, el pasado se vuelve presente y todo pasa a ser un solo momento.

Sobre los celos, este maestro del amor escribió en el tomo 5 de su magna obra, La prisionera: “¡Cuántas personas, cuántas ciudades, cuántos caminos deseamos conocer por causa de los celos! Los celos son una sed de saber gracias a la cual acabamos por tener sucesivamente, sobre puntos aislados unos de otros, todas las nociones posibles menos la que quisiéramos. Nunca sabemos si va a nacer una sospecha, pues de pronto recordamos una frase que no era clara, una coartada que nos dieron no sin intención”.

Proust nació el 10 de julio. Ayer celebramos su cumpleaños. Kafka, una semana antes, el día 3. Según la astrología, los hombres Cáncer tienen una sensibilidad femenina y se esconden detrás de un caparazón. Celebremos a estos dos grandes, que ensancharon los horizontes de la literatura.

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