Esta semana un amigo de Chicago me regaló dos latas que nunca imaginé ver en mi vida, pues en ellas había pulque. Sí, el pulque enlatado existe en Chicago y yo fui muy feliz.
A pesar de que fue un tema disruptivo debido a que muchas personas me dijeron que no se les antojaba para nada -debo de admitir que al principio yo tampoco estaba del todo segura de probarlo-, pero después de hacerlo no había vuelta atrás y de verdad que era delicioso; el sabor era idéntico al pulque natural que se puede degustar en México al menos en lugares comerciales como la Pulquería Insurgentes en la Ciudad de México.
Claro, yo sé que la Pulquería Insurgentes no es ícono de buen pulque, pero su bebida tampoco está tan mal; así que el pulque en lata de verdad que superó mis expectativas. El sabor era muy similar al pulque que probamos en los pueblos y también el efecto que hay después de él, pues con esas dos latas mis ojos se me cerraban mientras veía una película.
La lata decía que contenía cinco grados de alcohol, pero era tan concentrado el sabor del agave que no se percataba el sabor del alcohol, y se mantenía un sabor dulce.
El pulque es una de las bebidas más tradicionales en México; muchos pueblos conservan este elixir sagrado y también lo comercializan cada vez más, pues así como algunas otras bebidas como el mezcal se han ido abriendo paso a la población, y es que en realidad el pulque es familia. Aún recuerdo que hace algunos meses, antes de regresar a vivir a Chicago, fui con mi hermana y su familia a Zacatlán, pero al desviarnos encontramos en un pueblito perdido entre las montañas un restaurante que vendía pulque; solo quedaban dos raciones de pulque de piñón, así que mi hermana y yo lo adquirimos, y claro, ese pulque ha sido el mejor que he probado en mi vida; justo con mi pulque en mano me percaté de que todo eso es México, sus pueblos, su gente, sus paisajes… también sus mercados y sus perritos por todas partes.
Con el pulque también recordé un lugar donde viví en las montañas de la Ciudad de México, un lugar frío, muy frío en el invierno, pero con uno de los mejores pulques de la CDMX; el de zarzamora era mi favorito y después estaba el de guayaba. Además, en Año Nuevo, había en cada esquina del pueblo originario de la Ciudad de México un puesto de Pulque con sabores cada vez más especiales y extraños, pero deliciosos.
Aún recuerdo que mis días libres siempre amaba ir a ese puesto de pulque en donde además vendían barbacoa, una dupla explosiva de sabor; pedía un pulque de medio litro y podía pasar horas sentada admirando unos cactus a lo lejos, en una pequeña montaña que había en ese sitio.
El pulque ha permanecido tanto que incluso las pulquerías se popularizaron en los últimos años en todo México, y en ellas todos hemos tenido historias de felicidad, como en Puebla el famoso “Pulque para dos”, uno de los bares más icónicos de Cholula pues no sólo fue emergente en el tema del pulque comercial sino que también fue un foro artístico en donde se presentaron bandas de música alternativa de todos los calibres que incluso han trascendido a nivel internacional.
Así que imploremos que el pulque no se acabe nunca y nos siga dejando explosiones sensoriales.