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jueves, noviembre 21, 2024

De la intolerancia

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I. Sobre Vargas Llosa 

Un amigo de Facebook, escritor, afirmó, después de que se supo que Vargas Llosa no había muerto, que seguía vivo pero que ya no pensaba. Acostumbro no meterme donde no me llaman, pero le escribí que me parecía terrible su argumento, que iba más allá del escritor, ya que afirmaba: “si no piensas como yo, no piensas”.  

Le sugerí que no descalificara a los que no pensamos como él y que recordara que la diferencia nos enriquece a todos: “los otros que no son si yo no existo / los otros que me dan plena existencia” (Paz). 

Me contestó con una palabra: “Sarcasmo”. 

Es decir, ante mi argumento me respondió que estaba ironizando. Eso se llama golpear y, al recibir la réplica, sacar el argumento de: “¿Qué no tienes sentido del humor? ¿No recuerdas que Kundera habla de los agelastas, “los que no se pueden reír”, como de seres de los que hay que cuidarnos?”. 

Amigos de Hipócrita lector… ¿cuántas veces, en el contexto político, deportivo, religioso, de preferencias de género, estético, hemos visto la descalificación con adjetivos “no piensa” y luego… ¿qué no sabes distinguir una broma? 

Es penoso. No importa a quién defendamos, a quién le vamos o a quién defiende y le va “el otro”, lo que importa es entender que si yo digo negro y Mario Alberto dice blanco está perfecto, siempre y cuando no rompamos el diálogo. Insultar es decirle al otro: soy superior a ti, lo que pienses me vale madre… “no piensas”.  

 

II. Esquines y Demóstenes.  

Fueron contemporáneos y los dos más grandes oradores de su tiempo. 

Demóstenes quería que Atenas peleara con Filipo de Macedonia —el padre de Alejandro Magno—. Con base en el esplendor del pasado, creía a Atenas invencible. 

Esquines era un pragmático. Entendió que ya habían perdido, antes de empezar la guerra. Macedonia iba a invadir Grecia —como sucedió— y Atenas no lo pudo impedir. Lo que pretendía, entonces, era negociar, de la mejor manera posible, ante un hecho (casi) consumado. Para Demóstenes, Esquines era un traidor. 

Aunque se insultaron fuera de la arena pública, lo cierto es que privó, en los dos casos, la argumentación. En cierto modo, los dos tenían razón. Uno estaba a la búsqueda del esplendor perdido, el otro quería negociar que Atenas fuera lo menos lastimada posible, ante el cambio de correlación de fuerzas.  

En una votación, Esquines perdió y decidió autoexiliarse a Rodas, donde fundó una escuela de retórica. La leyenda dice —dos historiadores confirman la versión— que Demóstenes le hizo llegar monedas de plata para que pudiera instalarse adecuadamente en Rodas. ¿Dónde quedó esa generosidad en adversarios políticos? En Atenas, me temo.  

 

III. El futuro de México  

Alguna vez fueron tlaxcaltecas y mexicas; en el siglo XIX liberales y conservadores, a principios del XX positivistas y espiritualistas.  

Hoy, los temas son políticos, de género, de modelo económico, de uso de la fuerza del Estado y un largo etcétera. 

Qué bueno que pensamos diferente. Qué mal que no podamos hacerlo desde el diálogo y la construcción de ideas.  

Los medios de comunicación —como Hipócrita lector— juegan un papel fundamental. Twitter también. Se trata de comunicar los hechos; no de imponer la interpretación de los hechos. Se trata de dialogar (dia/logos, dos discursos) no de callar al otro con un “no piensa”. Si todos hablamos con adjetivos, será un diálogo de sordos, la torre de Babel que anticipa el despeñadero.  

Como Esquines y Demóstenes, dialoguemos respetando. Por último, gracias, maestro Lizalde, “el tigre” poeta de los grandes. 

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