Los fenómenos meteorológicos son en muchas ocasiones impredecibles, eso está muy claro; pero en lo que sí es posible trabajar ante ellos tiene qué ver con la prevención de los daños. Políticas públicas más efectivas sobre los asentamientos humanos y/o construcciones en zonas de alto riesgo; monitoreos climatológicos constantes y, principalmente, la evacuación eficiente y a tiempo de personas en mayor situación de vulnerabilidad, así como acciones preventivas de mantenimiento, limpieza y desazolve de vías terrestres, caminos, puentes e Infraestructura planificada para hacer frente a este tipo de emergencias, son algunos de los recursos con los que se les podría hacer frente, al menos para que sus embates no sean tan brutales.
Pero hoy parece que más allá de enfocarse en cómo generar bienestar y desarrollo social, la clase política está más interesada solo en andar “chapulineando” de aquí para allá, buscando sí –como todas, todos, todes– corretear la chuleta, como vulgarmente se dice. Cambiando de un color de partido a otro (ya no hablamos de la “ideología”) con tal de ganar el protagónico que en su (ex)militancia le negaron, por discrepar de un proceso democrático interno medianamente hecho o, por qué no, del dedazo que no le favoreció. También los hay por mero berrinche, si no, pregúntenle al exiliado en Tabasco. En fin, nimiedades…
La cuestión es que vengan del partido que vengan (basta con hacer el censo partidista de los alcaldes de los municipios afectados por las tormentas ‘Jerri’ y ‘Raymond’), la capacidad, primeramente de prevención y después de respuesta de las autoridades, se ahogó desde el primer día de tormentas. Y sí, se espera de nuestros gobernantes que haya planeación, política pública, que se garantice la seguridad y una mínima certeza ante cualquier contingencia natural (pues esas verdaderamente están en manos de nadie), pero que sabemos que tarde o temprano nos golpeará alguna y, particularmente en este caso, que hay mediciones meteorológicas con amplia fiabilidad para tomar medidas antes de que todo se salga de su cauce.
A una semana de la desgracia derivada de impresionantes tormentas en comunidades tan alejadas y vulnerables como las serranas, la gente que sigue aislada, incomunicada, pasando hambre, frío y hasta enfermedades, no tiene ningún recurso ni privilegio para poder salir avante de este terrible escenario. Sus tierras y sus animales, si acaso los tenían, también fueron víctimas de este tipo de tragedias que vemos año con año en una u otra región de nuestro país, llámese inundación, incendio, sismo, huracán, etc.
Evitar un desastre natural es imposible, pero trabajar en la prevención y la contingencia sí es viable, aunque es una deuda sistemática y una asignatura colaborativa pendiente. Dejar de tirar nuestros desechos en cualquier lado (que son los que en un caso como este causan taponamientos), va de la mano con tareas de mantenimiento de drenajes e incluso desde antes, en la planeación de sistemas pluviales que como mínimo ayuden a mitigar esta clase de desgracias que pueden pasar cada año o cada cuarto de siglo, pero indudablemente hace falta estar más conscientes y preparados para ello.
Antes del tan sonado regaño de la presidenta al alcalde de Huauchinango, uno de los municipios más afectados en la Sierra Norte poblana, un amigo habitante de ese municipio me contaba la noche del 10 de octubre que –para entonces– las lluvias ya llevaban 48 horas sin parar. ¿No era suficiente para comenzar a evacuar a la población y reforzar medidas de seguridad planificadas, en lugar de hacerlo de madrugada y en medio de una trágica emergencia? Y aunque el ejemplo viene de Huauchi, seguramente circunstancias muy similares se vivieron en muchas más localidades de Puebla y de los otros estados afectados.
Si bien es cierto que hay un montón de aristas desde donde es necesario comenzar a trabajar para mitigar futuras tragedias similares, la moraleja de estos tristes apuntes es clara: la reconstrucción luego de estos terribles escenarios es dura, durísima, traumática… pero una y otra vez hemos visto salir avante al poder y la empatía social fortalecidas, incluso estando sepultadas en la desesperanza; en la otra cara de la moneda, la incompetencia política y sistemática no deja de ser como la propia tormenta: brutalmente arrolladora; un cauce desatinado que ahoga.