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martes, septiembre 23, 2025

Cultura de alambre

Rosalía Pontevedra

Casi siempre, cuando nos hablan de alta tecnología viene a la cabeza la imagen de imponentes edificios, puentes colgantes, naves espaciales, aviones supersónicos. Pocas veces pensamos en los objetos pequeños que antes de la microelectrónica transformaron nuestra cultura y, por ende, nuestras vidas. Alfileres, clips, grapas, son aditamentos que nos facilitan el día a día.

Desde luego, no siempre fue así. Para que existiera la necesidad de sujetar algo, ya sea telas o trozos de papel, antes hubo que inventar tales objetos. Como acontece en el mundo de la innovación tecnológica, a veces la necesidad precede al diseño, en ocasiones el diseño provoca la necesidad.

A pesar de conocerse desde hace muchos siglos, el alambre metálico formó parte de una cultura privada, pues sin máquinas que adelgazaran el duro metal resultaba tardado y costoso obtener semejantes hilos. Solo las clases adineradas podían darse el lujo de pagar el esfuerzo de los orfebres y sus empleados, quienes martillaban hasta obtener el grueso que se deseaba, sobre todo de metales suaves y maleables como el oro, la plata y el más dúctil de todos, el platino, el cual puede estirarse hasta obtener hilos casi invisibles.

Muñecos del circo de alambre creados por Alexander Calder.

El invento del papel en China obligó a quienes lo manipulaban a ingeniárselas para sujetar más de una hoja. Perforaban en la parte superior izquierda y, a través de ese agujero, las anudaban con una cuerda. A veces la recubrían con cera para darle resistencia y, al mismo tiempo, facilidad a la hora de retirarla. De los hilos de metal hechos mediante martelación al hilo metálico producido con un laminador tuvieron que pasar varios siglos.

Los hilos de hierro y cobre, que llamamos alambre, se utilizan para fabricar muchos objetos, entre ellos, muebles, cuerdas de instrumentos musicales, cedazos, cable de conducción eléctrica, clavos, alfileres, grapas. En particular, los clavos sirvieron también para sujetar papel, pero ninguno como el “pequeño gigante”, el clip. En efecto, sorprende desde su proceso de invención, ya que cuesta trabajo creer que con un trocito de alambre se hayan concebido tantas variantes de este sujetador.

En su libro clásico de la historia de la tecnología (The Evolution of Useful Things, 1994), Henry Petrosky registra insólitas utilidades, desde ser símbolo de resistencia contra el invasor hasta adaptarse como un diminuto misil si se le dobla de manera adecuada. Eso fue a finales del siglo pasado; hoy puede tener una utilidad más civilizada, que no existía entonces, como lo es abrir la ranura SIM de un móvil. Y parece que podría desaparecer ante la reciente introducción del eSIM.

Petrosky también consigna la patente solicitada y aprobada por el inventor noruego, Johan Vaaler, en 1901, si bien su invento surgió dos años antes. Pero ahora se sabe que en 1867 Samuel B. Fay ya había mostrado su propia versión de esta increíble pinza de papeles y documentos. Era momento en que la materia prima y las máquinas y herramientas para estirarla, doblarla y cortarla a escala industrial se dieran en el tiempo. En realidad, Fay ideó su clip a fin de prender etiquetas y boletos en telas, aunque pronto se comenzó a emplear en oficinas para otra cosa.

Diez años más tarde, Erlman J. Wright patentó un sujetador específico para periódicos. En 1894 George P. Farmer introdujo su clip Eureka, una hoja de metal más que un hilo doblado. En 1899 Frank Angell presentó su ingenioso diseño que podía sujetar varias hojas, considerado el antecedente del clip multiusos de la actualidad.

El clip más conocido es el que produjo masivamente la casa neoyorquina Cushman & Denison desde 1904. Aunque no se patentó, es el más popular por su enorme utilidad y resistencia desde su invención, en 1893. Lo llamaron clip gema, en verdad una joya que al cabo de ciento veinte años no se ha modificado en nada. Forma parte de la iconografía del internet, pues es el emblema del archivo adjunto en los correos electrónicos.

Llama poderosamente la atención que existan tantas versiones de un alambre retorcido, alguna vez símbolo de la resistencia noruega a la ocupación nazi. Se trata de minucias de inmenso valor a los ojos de los inventores e innovadores: si el hilo de metal es más o menos grueso, si es más o menos plano y si se deforma menos que otros.
Cuando una mira alguno de tales diminutos facilitadores de la vida contemporánea está tentada a pensar que la perfección existe.

 

Rosalía Pontevedra
Escritora de ciencia, radica en Madrid.

 

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