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sábado, noviembre 23, 2024

Mudarse

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Para Indira  

Mudan las estaciones y las orugas, cambian de piel las serpientes y dejan sus casas abandonadas los caracoles mientras generan otra más que los cobije. Somos nosotros, los humanos, quienes más nos aferramos al hogar, al terruño, a lo conocido. Un perro no desentierra el hueso de otro perro, de la misma manera en que un oso no entra en cueva ajena. Los homínidos dejamos a un tiempo de ser nómadas y de cazar y nos volvimos sedentarios. Nos establecimos. 

Me he mudado siete veces en los últimos años. Hemos empacado unas cuantas maletas y viajado sin nada, hemos también vuelto a acumular ropa y posesiones y nos hemos visto necesitados de ayuda para trasladarlas a nuevas casas. Hemos rentado y comprado y vendido y vuelto a rentar e hipotecar. Hemos tenido casas y la hemos intentado hacer nuestros hogares. Hemos sembrado jardines, cosechando verduras, cortado heliotropos y rosas y tulipanes. Hemos enterrado bulbos y visto asombrados su retorno primaveral. 

Hemos también hecho y perdido y reconquistado amigos. Mudar, mudarse se ha vuelto un segundo lenguaje entre nosotros. 

Y aquí fuimos de nuevo este abril y principios de mayo. Una nueva casa que es antigua, lo que quiere decir que, si no me fallan los cálculos, al menos cuatro generaciones la han habitado. Cada una con sus cuitas y sus alegrías y sus logros, sus enfermedades y sus sábados es, sus nacimientos y sus muertes. Nos preceden adustos o alegres entre estas paredes. 

Una casa no debe contener, debe ser el lugar de múltiples universos, de variadas vidas vividas no solo por quienes la habitaron, sino por las vidas internas y externas, en sí mismas innúmeras de quienes hoy aquí moran. Debe ser el lugar de los sueños y los viajes, del futuro y de lo juego. Más que cueva simple refugio. Hogar y fogón, lugar de la alimentación nutricia y de la espiritual. De los tantos libros que aquí serán leídos y escritos. 

Mudarse para recomenzar, pero nunca de cero, con toda la sabiduría de lo vivido, de las tantas casas previas, las ciudades y los países. No un techo o un edificio sino una morada, una estancia, el lugar del merecido descanso y del vuelo renovado. Mudar es no quedarse, es cambiar de piel, es renacer y no repetirse. El tiempo es mudanza, lo sabía Borges. A esa íntima certeza me acojo hoy mientras nuevamente desempaco. 

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