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lunes, julio 7, 2025

El imperio de las revistas estadounidenses visto desde dentro

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Hay algo casi anacrónico en la sola existencia de Condé Nast: una editorial que alguna vez creyó —y acaso aún finge creer— que la belleza, el ingenio y la influencia cultural podían imprimirse en papel satinado. Michael M. Grynbaum, cronista paciente de la fauna mediática neoyorquina, entiende bien que lo que persigue en Empire of the Elite no es un simple relato de intrigas editoriales, sino la arqueología de un mundo que se quiso aristocrático en medio de la modernidad tardía.

Grynbaum no es un fabulador. Su estilo, preciso y casi austero, se empeña en seguir la pista de la familia Newhouse como quien revisa el árbol genealógico de una dinastía en declive. Si alguna vez hubo glamour, aquí aparece dosificado: tras las portadas de Madonna, los perfiles de Truman Capote y las ironías de The New Yorker se vislumbra algo más mundano —la contabilidad, los despidos, las redacciones atiborradas de egos que parecían divinidades menores, ahora caídas.

No hay páginas memorables por su prosa incendiaria —Grynbaum no es Didion, ni Talese, ni siquiera Wolff—, pero sí hay rigor y una ironía velada: la de quien describe a un grupo de mandarines de la elegancia, ciegos ante el ascenso del algoritmo y la erosión digital. El lector atento detectará en este relato una parábola: Condé Nast, con su modelo de élite aspiracional, enseñó a millones a desear un estilo de vida que simultáneamente empezó a volverse inaccesible. El deseo es, desde entonces, pasto de influencers, feeds infinitos y clickbait. El imperio que enseñó a mirar ya no sabe cómo ser visto.

Quizá por eso este libro se vuelve involuntariamente melancólico. Es imposible leerlo sin sentir que se explora la última fiesta de un mundo que supo disfrazarse de oráculo: Anna Wintour como sumo sacerdote, Graydon Carter como cortesano canalla, Newhouse como rey espectral. Lo que queda son fotos, anécdotas, portadas: fragmentos de una época en la que la élite necesitaba ser narrada para existir.

En este tapiz de anécdotas y poder, sobresale la voz íntima de Graydon Carter, quien en When the Going Was Good: An Editor’s Adventures During the Last Golden Age of Magazines (2025) aporta un contrapunto valioso a la mirada de Grynbaum. Le dedicamos un artículo entero en Hipócrita Lector a ese libro, pero vale la pena volver a su posición para comparar esta historia del imperio mediático más importante del medio siglo estadounidense. Carter recoloca al lector en los pasillos fastuosos del imperio, donde “el presupuesto no tenía techo”: lujos desenfrenados, cenas opulentas, vuelos en primera clase y equipos completos dedicados a vestir la marca Vanity Fair. Su memoria no solo celebra la grandeza editorial, también reflexiona con melancolía sobre el ocaso de aquella era: cuando Condé Nast empezó a desinflarse tras la recesión de 2008 y la llegada de nuevas formas digitales. Carter no elude los escándalos ni la política de influencias, como su roce con Donald Trump —el famoso “short-fingered vulgarian”—, y describe con ironía la renuncia a la autonomía de redacción bajo Anna Wintour.

La memoria de Carter funciona, así, como espejo y complemento: dos voces desde el corazón del mismo imperio, una más analítica y retrospectiva, la otra más viscosa, celebratoria y cargada de nostalgia. Juntas, revelan no solo un mundo que se cerró, sino también un punto de inflexión en la historia de los medios. Una de las virtudes secretas del libro de Carter es cómo ilumina, desde dentro, la jungla de vanidades que se cocía en las redacciones. Más allá de los Newhouse y los excesos de presupuesto, su memoria expone el microcosmos de egos desbocados: editores que se robaban fuentes, estilistas que viajaban a París a comprar un solo cinturón para una sesión, facturas imposibles justificadas como “gastos creativos”. En un pasaje memorable, Carter recuerda la noche en que tuvo que detener una pelea a gritos entre dos columnistas rivales por ver quién obtenía primero una cita con una estrella de Hollywood. Este teatro interno —pequeño, rencoroso, intensamente competitivo— contrasta con la fachada de refinamiento que Condé Nast vendía a millones de lectores. Si el libro de Grynbaum traza la estructura de mármol, Carter revela la humedad de los cimientos: la adrenalina y la miseria que alimentaron décadas de portadas icónicas.

¿Vale la pena leer Empire of the Elite? Sí, si uno busca comprender qué pasa cuando una aristocracia mediática intenta sobrevivir con las mismas armas que la encumbraron. Sí, si uno quiere observar cómo se marchita una idea de prestigio. Y sí, sobre todo, si uno intuye que en el fondo este libro habla más de nosotros —lectores huérfanos de revistas gloriosas— que de ellos.

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