Mari Lú es una mujer profesional, psicóloga de formación y maestra en pedagogía, que dedicó varios años de su vida a una de las profesiones que, a mi juicio, mejor encarnan el amor al arte, la docencia, particularmente en los niveles medio superior y superior.
La conocí como mi profesora en diversas asignaturas. Nuestra primera conversación fue breve, casi fugaz. En ese momento de mi vida yo buscaba respuestas internas, así que me acerqué a ella con la intención de comenzar un proceso de análisis personal. No recuerdo con exactitud las palabras que intercambiamos, pero sí tengo presente que le pregunté si se especializaba en alguna rama específica de la psicología, cuáles eran sus métodos de trabajo y, por supuesto, cuánto costaban sus consultas.
Intercambiamos números de contacto y, tras esa breve charla, las pláticas eran más amenas y cercanas. Hablamos y hablamos, sin parar. De esas conversaciones nació una entrañable amistad que, hoy, se mantiene viva. Han pasado once años desde entonces, y durante este tiempo hemos compartido momentos felices, tristes, confesiones, amores breves e intensos, decisiones en encrucijadas vitales… incluso hubo un periodo de distanciamiento de un par de años, a raíz de un malentendido. En aquel entonces decidí darle espacio, respetar el silencio. Sin embargo, el reencuentro fue inolvidable. Nos pusimos al día y abordamos aquel episodio que nos separó, donde ella se sintió desplazada por un amigo en común. Una situación que fue parteaguas en su destino y que terminó por fracturar un par de corazones.
Antes de aquel incidente, nuestras salidas eran rituales. Cada jueves o viernes por la tarde nos encontrábamos en el Café del Artista, a unos metros del Parián. Ambas éramos (y seguimos siendo) amantes de la trova, y solíamos pasar horas charlando sobre casi cualquier tema. La química era perfecta. También frecuentábamos una cafetería llamada Musa, que en su interior tenía una pequeña sala de cine. Allí veíamos películas independientes, comentábamos, reíamos, reflexionábamos. Hoy ese lugar es apenas un recuerdo, convertido en una oficina burocrática.
Sabíamos guardar silencios, eran pausas necesarias para digerir nuestras conversaciones profundas. Reflexionábamos sobre el amor, las relaciones, los amantes que traicionamos y aquellos por los que apostamos el corazón. Porque, ¿qué sería de la vida sin amantes?
Con el paso del tiempo, nuestras vidas cambiaron. Ella se convirtió en madre de Raúl, un pequeño al que ama, aunque su llegada no fue deseada. Según sus propias palabras, la maternidad le robó la vida, le arrebató ambiciones profesionales, y la sumergió en una entrega absoluta, casi esclavizante, a los mandatos de su hijo. Una entrega sin horarios, sin tregua.
Continuará…