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sábado, noviembre 23, 2024

Musk

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Escuché hablar sobre Elon Musk hace muchos años por mis hijos que estaban desde entonces embelesados por el inicio de Tesla y el desenfado de su creador. El hombre más rico del mundo, aquel que le dijo a la ONU que acabaría con la pobreza en el mundo, decidió en cambio usar su dinero para comprar Twitter. Las cantidades son brutales: 44 mil millones de dólares, equivalente a la economía de Venezuela. O equivalente a todo el presupuesto de Biden para combatir el cambio climático. Pemex, por poner otra estadística para documentar nuestro optimismo como diría Monsiváis, cuesta 5,500 millones de dólares.  

Las especulaciones no dejaron de correr desde el principio: ¿para qué quiere Musk una plataforma social y cómo se coloca ahora junto a otros magnates como Bezos o Zuckerberg? ¿Qué sabe alguien que ha hecho su fortuna con coches -hoy por hoy Tesla es la compañía automotriz de más valor en el mundo- o con viajes al espacio -ganándole a la NASA en varios proyectos-, sobre el tema? Musk es un usuario de la red y le ha ayudado a ganar dinero y a ventilar sus filias y fobias. El otro problema es que buena parte del dinero de Musk viene de contratos con el gobierno, lo que produce enormes conflictos de interés al poseer además una red social con todos los millones de usuarios en el mundo y su capacidad de producir opinión. Twitter es el ágora pública más importante del planeta Tierra; él lo sabe. 

El discurso con el que arrancó su apuesta hostil para adquirir la compañía fue reiterado múltiples veces: asegurar la libertad de expresión. El filósofo Isaiah Berlin nos hablaba de una buena y una mala libertad de expresión. Estamos en manos de quienes manejan la mala: los poderosos. Musk prohibió la entrada de la prensa en uno de sus eventos en Berlín. No es un modelo. En Estados Unidos los conservadores han visto como un triunfo la compra de la plataforma y el posible regreso de uno de sus usuarios más vocales, Donald Trump. Hoy mismo, mientras escribo Musk compartió una serie de tweets sobre truth social, la hasta ahora malograda red del expresidente. Según Musk la aplicación gana en descargas a su nueva compañía y a Instagram. ¿Se trata de un acercamiento para que Trump regrese? No lo sabemos aún. Lo que sí ya conocemos es el profundo resentimiento que la ultraderecha tiene por Twitter desde que sacaron a Trump. 

Más allá de este asunto particular, no deja de asombrarnos que la concentración del poder público de la prensa y las redes del mundo esté hoy en manos de tres hombres. Bezos, Zuckerberg y Musk son quienes controlarán la opinión, las falsas verdades y con toda seguridad la estabilidad política de Occidente. No es gratuito que Bezos se quejara en público de la “cercanía” con China de Musk.  

Este es el mundo en el que vivimos. En el que la verdad (Aletheia) ha sido sustituida por la opinión (Doxa) que ya no existe. ¡Nuestra señora la Opinión es la Diosa tutelar de la sociedad del espectáculo porque nos hace sentir una última ilusión: estamos en el mundo en tanto nuestra opinión cuenta (nueva moraleja si todas las opiniones cuentan igual es porque ninguna vale un bledo)! Este es un mundo, además, de irascibles. Todos, sin excepción, nos sentimos muchas veces al día ofendidos. Twitter es la red para esa vociferación colectiva que su nuevo dueño ama. Él mismo la ha utilizado para eso. Un meme divertido decía que engañaron a Musk porque no sabía lo que pasaba allí, entre usuarios enojados. Musk sí que sabe para qué puede servir la red. Por eso ha gastado esa fortuna en hacerse de ella. No es un simple capricho, como querían los primeros comentaristas. 

Lo sabía muy bien el gran Roberto Calasso quien escribió en sus 39 Escalones: “La historia de lo obvio es la historia más oscura. No hay nada más obvio que la opinión, término que la propia opinión considera inocuo, aparecido para abarcar áreas inmensas de lo que se puede decir: los vastos pastos de la opinión son un orgullo de la civilización. […] Resta la opinión: dominadora de todos los regímenes, sin perfil, en todos los lugares y en ninguno, su presencia es tan excesiva que sólo permite una teología excesiva”.  

Vivimos en el lugar de lo obvio, en el planeta del sentido común, en la banalidad de la tergiversación de los hechos. “Yo tengo otros datos”, ya no es una frase que provoque risa. Así que bienvenidos a la Era Musk. La paradoja es que al hacer privada a la compañía Twitter será sujeta a los caprichos de su dueño. La supuesta apertura del código y de los algoritmos no vendrá junto con el escrutinio, pues el propio Musk decidirá qué es la libertad de expresión y para quien. Vivimos la destrucción de la democracia y la consagración de la oligarquía. Tiempos aciagos, tristes y oscuros. 

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