13.2 C
Puebla
martes, marzo 18, 2025

Funas literarias

Más leídas

Por allá del año dos mil tuve una maestra que vestía siempre de huipil. No recuerdo su nombre y la materia -creo- era Taller de Redacción. En invierno solía usar una chalina o algún rebozo, si acaso una bufanda, nunca, una playera de cuello de tortuga debajo del vestido como cierta personaja de la política que debemos tener guardada en la mente. 

Para soportar el frío de las siete de la mañana mi maestra tenía un ritual. Juntaba los dedos sobre su tercer ojo y repetía varias veces “Nooo teeeenngooo fríííoooo”. Sus yemas recorrían la frente de derecha a izquierda para juntar toda la frialdad y se despojaba de ella agitando la mano en el aire y después, todo el cuerpo.   

Con ella aprendí de mantras, chakras, meditaciones y todo lo relacionado con elevar el espíritu. Su clase se convirtió en Teorías del Misticismo o un diván de confesiones que nos mantuvo atentos y embrujados durante todo el semestre. 

Recuerdo que su amor platónico era un tal Paul Auster. Mientras nos confesaba lo sexy, lo masculino y lo guapo que era el señor en cuestión, no dejaba de pensar en la licuadora plateada con vaso de vidrio de la marca Óster que teníamos en casa.  

Gracias a esa confusión risible nunca olvidé el nombre del escritor de Sunset Park, Tombuctú o La invención de la Soledad al que mi maestra le haría el amor sin descanso. 

De José Agustín nos contó sobre el noviazgo con Angélica María, fue más un acostón que noviazgo, dijo con resquemor hacia la cantante y actriz. Debo confesarles queridos hipócritas lectores que, como la maestra, también sentí celos de la Novia de México y hasta celebré que Raúl Vale le haya puesto el cuerno.  

Por el bien de nuestro aprendizaje, nuestra sensei, líder espiritual o bruja mayor, nos canceló a tres autores mexicanos. Sus nombres los archivé en la carpeta de mi memoria titulada RIESGOS PARA LA SALUD. No leerás a Paz, Loaeza y Poniatowska quedaron por debajo de No comerás sandía en la noche y No abrirás la puerta con la boca llena 

Octavio Paz quedó funado (como se le dice ahora a la censura) por macho, petulante y por lo desgraciado que fue con Elenita [Garro]. A Guadalupe Loaeza por tonta y snob y a Elena Poniatowska por traicionar a su amiga Elenita y porque sí, porque la señora no escribe, por sus dientes, por su pelo. Todo mal caía sobre ella. 

Pasaron veinticinco años y seguí a rajatabla los mandamientos de mi maestra. Veinticinco años sin saber de qué va El laberinto de la soledad, La noche de Tlatelolco o Las niñas bien 

Hasta hoy.  

Y ¿qué creen?  

Ando bien encariñada con Jesusa Palancares y a nada de terminar el libro que narra las peripecias de esta mujer revolucionaria y espiritista. Hice las paces con Elena Poniatowska, queridos hipócritas lectores y por poco me voy a la Feria del libro de Coyoacán de la CDMX para disculparme con ella mientras me firmaba Hasta no verte Jesús Mío, reeditado por Seix Barral en 2023. 

Me faltó valor. Me ganó la vergüenza.  

Que Krishna me perdone. 

Artículo anterior
Artículo siguiente

Más artículos

Últimas noticias