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lunes, marzo 10, 2025

Las masas no piensan

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El ser humano se comporta distinto si se encuentra aislado o si se encuentra junto con otros, es decir, si forma parte de una multitud.

En la psicología individual el ser humano se estudia aislado y se investigan los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus instintos.

La psicología colectiva, considera al individuo como miembro de una comunidad, de un pueblo, de una raza, de una clase social o de una institución, o como elemento de una multitud humana, que en un momento dado y con un determinado fin, se organiza en una colectividad.

En determinadas circunstancias, la incorporación del ser humano a una multitud, le permite adquirir el carácter de masa sicológica la cual le obliga a pensar, actuar y sentir de un modo inesperado y distinto.

Cualquiera que sean los individuos que lo componen y por los diversos o semejantes que puedan ser su forma de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia,  el solo hecho de hallarse transformados en una multitud les dota de una especie de alma colectiva.

De acuerdo a algunas observaciones, se ha podido demostrar que algunos individuos, por ejemplo,  al estar inmersos durante lapsos prolongados en el seno de la publicidad activa padecen un estado parecido a la hipnosis; pues pierden conciencia de sus actos y no utilizan la lógica en el proceso de compra. La publicidad suprime en el individuo ciertas facultades a nivel consciente; pero a otras las lleva a un grado extremo de exaltación.

La masa es un ser momentáneo, efímero, compuesto de elementos heterogéneos, soldados por un instante.

La razón es muy sencilla: La vida consciente del ser humano es muy distinta de la inconsciente. El analítico más sutil, el más penetrante observados, el más filoso crítico y el más agudo pensador, no llegan nunca a descubrir sino una mínima parte de los móviles inconscientes que los guían.

La mayor parte de nuestros actos cotidianos son efectos de móviles ocultos que escapan a nuestro conocimiento.

El individuo integrado a una multitud adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de potencia invisible (es el equivalente a quien se sube a un automóvil: por ese simple hecho, su empoderamiento aflora en la medida del costo del carro y del impacto que pueda tener en la  mente de los demás) por lo que se da el lujo de  ceder a instintos que en forma aislada hubiera refrenado forzosamente, abandonándose con gusto extremo a tales instintos por pertenecer a una multitud anónima y, en consecuencia, irresponsable.

El contagio mental, interviene igualmente para determinar en las multitudes la manifestación de caracteres especiales y al mismo tiempo su orientación.

Por otro lado, y quizá la más importante, es la sugestión, de la que el contagio antes mencionado no es más que un efecto.

Sabemos hoy, que un individuo puede ser transferido a un estado en el que habiendo perdido su personalidad consciente, obedezca a todas las sugestiones del operador que se la ha hecho perder y cometa los actos más contrarios a su carácter y costumbres.

Al formar parte de una multitud, el individuo desciende varios escalones en la escala de la civilización.

Aislado, era quizás un individuo culto; en multitud, es un individuo instintivo y, en consecuencia, un salvaje.

Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos. La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella.

Los sentimientos de la multitud son siempre simples y exaltados. De este modo, no conoce dudas ni incertidumbres.

Las multitudes llegan rápidamente a lo extremo. La sospecha enunciada se transforma de inmediato en indiscutible evidencia. Un principio de antipatía pasa a constituir, en segundos, un odio feroz.

No vamos muy lejos: en las noticias que a diario vemos en la televisión (con toda la mala leche del noticiero) es frecuente que  nos muestren el linchamiento de algunos supuestos violadores de la ley.

La escena: desapareció un niño y nadie sabe en dónde se encuentra; los padres, en su búsqueda infructuosa piden ayuda a la comunidad a la que pertenecen, y toda la población y vecindario solidariamente se une en esa búsqueda; alguien, en el anonimato de la masa que para esas alturas ya se formó, ve a una persona ajena a la comunidad deambulando por la calle sin saber del problema que alertó a esa multitud cada vez más nutrida; grita a todos: ¡creo que es él el que secuestró al niño, porque no lo conozco!

¿Qué hace la multitud? Prácticamente caza al personaje en cuestión, lo golpea, lo amarra a un poste y lo queman vivo.

La masa, inclinada a todos los excesos, no reacciona sino a estímulos muy intensos.

Para influir sobre ella, es inútil argumentar lógicamente.

En este sentido, Freud no está muy de acuerdo con Le Bon, quien afirma que: “Las masas no piensan”.

Por su parte Freud dice que la masa sí piensa pero en forma elemental y que, ante un estímulo mínimo, reacciona frente una sugerencia como si fuera una verdad absoluta.

Ortega y Gasset, Le Bon, Sigmund Freud, Elías Canetti, Wilhelm Reich, y otros más, no nos dejarán mentir, aunque sus ideas sean anticuadas.

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