Hoy vamos a ubicar al Superyó, al Yo y al Ello en la Pirámide Organizacional.
Esta triada fue creada por Sigmund Freud, y también encaja perfectamente en nuestra clasificación.
Freud empleó estos tres conceptos para hacer alusión al conflicto o a la lucha interna existente entre fuerzas antagónicas que rigen la manera personal de pensar y actuar.
El Superyó deambula en los niveles de la Alta Dirección.
El Yo tiene preferencia por los Mandos Medios
El Ello sucumbe ante los Niveles Operativos
Para contextualizar la importancia de esta teoría, partimos del análisis de la infancia de Sigmund Freud, quien nació como miembro de una tercera familia de su padre.
Su madrastra era casi de su edad y tuvo 2 hermanas menores de ese matrimonio.
Después de algún tiempo, su padre, Jacob Freud, comenzó a disfrutar de cierta prosperidad.
Al grado de que pudo permitirse tener sirvientes, hacer pintar un cuadro de sus siete hijos más pequeños y vivir en una casa más espaciosa, aunque su familia y él tenían que arreglárselas con seis habitaciones.
Esa casa, a la que se mudaron en 1875, cuando Freud era estudiante universitario, no era muy cómoda para una familia tan numerosa.
Alexander, el hijo menor, las cinco hermanas de Freud y los padres debían acomodarse en tres dormitorios. Solamente Freud contaba con su propia habitación, como dominio privado, una habitación larga y estrecha, con una ventana que daba a la calle, cada vez más saturado de libros, que fueron el único lujo del Freud adolescente.
Allí estudiaba, dormía y a menudo comía a solas, para ahorrar tiempo y dedicarlo a la lectura. Allí mismo recibía a sus amigos de la universidad: sus “compañeros de estudio”, decía su hermana Anna, “no sus compañeros de juego”.
Con sus hermanos era atento pero algo autoritario; ayudaba a su hermano y a sus hermanas en sus lecciones, y les daba pláticas acerca del mundo: su inclinación didáctica fue notable desde aquellos días.
Si las necesidades de hambre de conocimientos entraban en pugna con las de Anna o las de los otros, prevalecía él sin ninguna duda.
Cuando, dedicado a sus libros de texto, se quejó del ruido de las lecciones de piano de Anna, el piano desapareció para no volver nunca.
Entrando en materia, diremos que El Superyó es del dominio de la Alta Dirección. Es la instancia moral, enjuiciadora de la actividad del Yo. Para Freud, constituye la internalización de las normas, reglas y prohibiciones de los padres.
Así como a partir del Ello se originaría el Yo, dentro de él nacería más tarde el Superyó, consistente en la herencia de la etapa en la que el individuo no ha superado aún el desamparo infantil y se mantiene todavía en estrecha dependencia respecto de sus figuras paternas, cuyos designios pasan a incorporarse en la constitución de esta tercera instancia.
El Superyó es la parte que contrarresta al Ello, representa los pensamientos morales y éticos recibidos de la cultura.
Consta de dos subsistemas: la conciencia moral y el ideal del Yo.
El Superyó es una instancia que no está presente desde el principio de la vida del sujeto, sino que surge a consecuencia de la internalización de la figura del padre.
El Superyó aparece como una opresión hostigadora que invade abruptamente los pensamientos del sujeto, donde asoman mandatos insensatos, compulsiones, sometimientos y subordinaciones sin límites de carácter completamente absurdo, así como enigmáticas.
La paradoja del Superyó reside en que el sujeto está apegado a algo que no le hace bien, es decir algo que no colabora a su bienestar.
El ideal del Superyó es garantizar una relación armoniosa del sujeto con la realidad.
El Superyó intenta conseguir respeto en el aparato psíquico por el cumplimiento de las normas morales.
En ocasiones el Superyó presiona para tratar de ajustar la propia personalidad a lo que se considera correcto y/o perfecto a nivel social.
El Superyó se encuentra, por tanto, en conflicto con el Ello y con el Yo.
El Ello rechaza someterse a todo lo que tiene que ver con la moral, la ética o las convenciones sociales y, el Yo, a pesar de tratar de aplacar los impulsos, deseos o pulsiones del Ello, también se mueve por objetivos individuales centrados en la supervivencia y en la adaptación al entorno.
Por otro lado, El Yo, presente en los Mandos Medios, aparece como mediadora entre las otras dos instancias.
Intenta conciliar las exigencias normativas y de castigo del Superyó así como las demandas de la realidad con los intereses del Ello por satisfacer deseos inconscientes. Trata de equilibrar esas diferencias.
Está a cargo de desarrollar mecanismos que permitan la obtención del mayor placer posible, pero dentro de los límites que la realidad imponga.
La defensa es una de las competencias del Yo, y gran parte de su contenido es inconsciente.
El Yo gobierna los movimientos voluntarios y se ocupa de luchar por la auto conservación del individuo mediante la evitación, el dominio y la cancelación de los estímulos procedentes del exterior, así como también a través del sometimiento de los reclamos pulsionales provenientes del Ello, respecto de los cuales deberá determinar si se ha de satisfacerlos —y, en caso de ser así, en qué condiciones— o sofocarlos.
El nivel de tensión dentro del orden del Yo orienta su actividad hacia un incremento tensional como no placentero y una disminución como placentera.
Durante el sueño, el Yo resignaría su vínculo con el mundo exterior y se constataría en él “una particular distribución de la energía anímica.”
El Yo como como Mando Medio en la jerarquía organizacional es “un ser responsable, consciente independiente, autónomo y libre”
El Yo (como entidad pensante) es el centro del universo y la realidad originaria de todo posible saber.
Descartes extremó la importancia del Yo al afirmar: “Porque pienso, soy”.
El Ello en los Niveles Operativos es la primera instancia psíquica que aparece en todas las personas.
Está presente desde el nacimiento, a diferencia de las otras dos estructuras psíquicas (Yo y Superyó). Por lo tanto, durante los primeros años de nuestra vida es la que rige nuestro aparato psíquico.
El Ello opera a través del principio del placer inmediato.
Esta instancia lucha por hacer que la conducta se rija precisamente por las pulsiones, los impulsos, los deseos o el placer, sin tener en cuenta las posibles consecuencias.
El contenido del Ello es inconsciente y consiste fundamentalmente en la expresión psíquica de las pulsiones y deseos. Está en conflicto con el Yo y el Superyó, instancias que en la teoría de Freud se han separado posteriormente de él.
Freud denomina Ello a la más primitiva provincia del aparato anímico, cuyo contenido concierne a lo heredado, lo innato o lo constitucional y atañe en particular a las pulsiones.
La condensación y el desplazamiento demuestran que en el Ello la energía psíquica circula con mayor movilidad que en el Yo y que lo que más atarea a aquella instancia es su afán de proporcionar descarga a las excitaciones que se produzcan en su interior.
Para Freud, el Ello constituye “el núcleo de nuestro ser”.
No tiene contacto directo con el mundo exterior y nos sería incognoscible si no fuera por la mediación de otra instancia que equilibra esas pulsiones (el Yo).
Es en su interior en donde operan las pulsiones, conformadas por diferentes proporciones de aquello que Freud considera las “dos fuerzas primordiales”, a saber, Eros y thanatos.
La meta de tales pulsiones no es otra que la de alcanzar la satisfacción, la cual supone “precisas alteraciones en los órganos con auxilio de objetos del mundo exterior.”
Sin embargo, si se concediera a las pulsiones del Ello satisfacción sin dilación ni prudencia, a menudo sobrevendrían peligrosos conflictos con el mundo exterior que amenazarían la supervivencia del individuo.
El Ello no se preocupa por la seguridad de éste: si bien tiene la capacidad de desarrollar los elementos de la sensación de angustia, no puede apreciarlos.
Si hacemos la analogía con la política, de la cual haremos posteriormente una Triada entre el Estado, El Gobierno y la Ciudadanía, el ello está manifestado en la ciudadanía, por lo que hay que dejarla que muestre sus deseos, pasiones, necesidades, pulsiones y demás controles que da el aparato de Estado para que, como una válvula de escape, libere toda esa energía acumulada durante mucho tiempo.
Los políticos inteligentes permitirán y hasta estimularán esa catarsis tan necesaria y ese resentimiento tan guardado que se manifiesta como resignación ante los abusos del poder, por ejemplo.
Aunque el Ello no comercie directamente con el mundo exterior, le está reservado un mundo de percepción que le es propio por cuanto ha de tomar registro de las variaciones que acontecen en su interior (nivel de tensión pulsional) que alcanzan la conciencia a través de sensaciones placenteras o displacenteras.
Esta instancia se rige por el principio de placer, mientras que las demás, que tampoco son capaces de anularlo, se limitan a modificarlo.
Los Niveles Operativos privilegian las Pulsiones, término que se utiliza en psicoanálisis para designar aquel tipo de impulso psíquico característico de los sujetos de la especie humana que tiene su fuente en una excitación interna (un estado de tensión percibida como corporal) y que se dirige a un único fin preciso: suprimir o calmar ese estado de tensión.
Para lograr este fin, la pulsión se sirve de un objeto, el que sin embargo no es uno preciso, ni está predeterminado.
El instinto es típico de los animales no racionales. Mientras que el instinto posee objetos precisos e inamovibles para su satisfacción, las pulsiones carecen de objetos fijos, predeterminados.
Se denominan así pulsiones a las fuerzas derivadas de las tensiones somáticas en el ser humano, y las necesidades del Ello; en este sentido las pulsiones se ubican entre el nivel somático y el nivel psíquico.
Así como las pulsiones carecen de objetos predeterminados y definitivos; también tienen diferentes fuentes y por ello formas de manifestación, entre ellas: Pulsión de vida o Eros, pulsión de muerte o Tánatos, pulsiones sexuales, pulsión de saber, etc.
El Ello es “la parte animal” o “instintiva” del ser humano.
En resumen, El Ello contiene las pulsiones, impulsos y deseos.
El Superyó es el conjunto de valores morales y creencias en las que proyectamos la mejor versión de nosotros mismos.
El Yo es el mediador entre el Ello y el Superyó. Intenta disfrutar y satisfacer las necesidades del Ello pero sin romper las normas del Superyó.
Según una aportación de Anna Freud, hija de Sigmund Freud, en esta teoría psicoanalítica, el Yo es un espacio en el que observamos todo lo que ocurre en el Ello y el Superyó.
Cuando el Yo fracasa en esa mediación y no logra encontrar un equilibrio óptimo entre las otras dos instancias es cuando aparecen síntomas de sufrimiento psíquico.