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miércoles, enero 15, 2025

El egoísmo es inherente a la naturaleza humana y solo el temor a la represalia lo mantiene a raya

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Thomas Hobbes, uno de los filósofos más influyentes de la tradición política y filosófica moderna, nació el 5 de abril de 1588 en Malmesbury, Inglaterra. 

Su infancia estuvo marcada por una serie de factores que influyeron profundamente en su pensamiento posterior. 

Hobbes nació en un período de gran agitación en Inglaterra, en medio de las tensiones religiosas y políticas que más tarde culminarían en la Guerra Civil Inglesa (1642-1651). 

Su padre, un vicario de la iglesia, abandonó a la familia cuando Hobbes tenía apenas un año, lo que dejó a su madre a cargo de su crianza en circunstancias difíciles. 

El hecho de crecer sin la figura paterna presente puede haber influido en su percepción sobre la naturaleza humana y la importancia del orden social. 

Hobbes fue educado en la escuela de su ciudad natal y luego en el Magdalen Hall de la Universidad de Oxford, donde comenzó a estudiar latín, griego y filosofía. 

Aunque no se destacó como un estudiante brillante en los términos académicos tradicionales, su educación lo introdujo a las ideas filosóficas clásicas y medievales, que más tarde se transformaría a través de su propio enfoque. 

Este contexto educativo le permitió desarrollar un pensamiento crítico y una gran curiosidad intelectual que serían claves en su carrera como filósofo. 

Esta perspectiva quedó reflejada en su famosa obra Leviatán (1651), donde Hobbes argumenta que, sin una autoridad central fuerte, los seres humanos estarían condenados a vivir en un “estado de naturaleza” violento y caótico. 

Hobbes consideró que, debido a las pasiones humanas como el miedo, el deseo de poder y la competencia, los seres humanos no podían vivir pacíficamente sin un poder soberano que los controlara. 

Por lo tanto, la única forma de evitar este caos sería mediante un contrato social, en el que las personas renuncian a parte de su libertad para someterse a un soberano absoluto, quien tiene el poder de hacer cumplir las leyes y mantener el orden. 

Además, la visión de Hobbes sobre la naturaleza humana, en la que el egoísmo y el deseo de poder son motores principales del comportamiento, contribuyó a la concepción moderna de la política como un campo de lucha por el poder y los recursos. 

Aunque algunos filósofos criticaron su enfoque pesimista, su obra ayudó a consolidar la idea de que la política debe ser entendida no solo como una cuestión moral o idealista, sino también como un espacio en el que las pasiones humanas son determinantes. 

En el “estado de naturaleza”, los individuos no tienen leyes ni instituciones que los reglamentan, lo que lleva a una “guerra de todos contra todos”. 

Este estado de naturaleza no es necesariamente un período histórico, sino una construcción teórica que Hobbes usa para mostrar cómo sería la humanidad sin el control de una autoridad central. 

En esta situación, la vida sería “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”, porque los seres humanos, al estar guiados por el interés personal y el deseo de preservar su vida, entrarían en conflictos constantes por la posesión de bienes y la seguridad personal. 

La única forma de escapar de este estado caótico, según Hobbes, es a través del “contrato social”. 

Este es el acuerdo en el cual los individuos ceden su libertad natural a un soberano, quien tiene el poder absoluto para establecer leyes y mantener el orden. 

El soberano, al tener el poder para hacer cumplir las leyes, garantiza la paz y la seguridad de la sociedad, eliminando la posibilidad del rompimiento del orden social. 

Hobbes no vio el contrato social como un acuerdo democrático o participativo. Más bien, para él, el contrato implicaba la sumisión total de los individuos a una autoridad central que no debía ser cuestionada, pues solo así se garantizaría la estabilidad. 

Este pensamiento se refleja en su defensa de un gobierno absoluto, una figura que concentra el poder de manera unitaria y que posee la capacidad de mantener la paz. 

La teoría de Hobbes tuvo un impacto duradero en el pensamiento político moderno. 

Su concepción del poder absoluto influyó en la justificación de gobiernos centralizados y autoritarios. 

Aunque pensadores posteriores, como Locke y Rousseau, desafiaron muchas de las ideas de Hobbes, su trabajo fue fundamental para desarrollar el concepto del contrato social y el estudio de la política como un medio para resolver los conflictos inherentes a la natural. 

Su enfoque pesimista de la naturaleza humana también contribuyó a la tradición del realismo político, que considera que las relaciones de poder y los intereses personales son elementos centrales en la política y las decisiones humanas. 

Además, la noción de que la paz solo puede ser lograda mediante un poder central fuerte, sigue siendo un tema recurrente en los debates contemporáneos sobre el autoritarismo y la democracia. 

Su enfoque sobre la necesidad de un poder central fuerte para garantizar la estabilidad social plantea preguntas cruciales sobre los límites del poder estatal y la protección de los derechos fundamentales. 

El desafío contemporáneo, inspirado en las advertencias de Hobbes, es encontrar un modelo político que permita asegurar el orden y la paz sin socavar las libertades individuales. 

Esto es particularmente relevante en un mundo cada vez más interconectado, donde las cuestiones de seguridad, privacidad y control estatal se entrelazan con la protección de los derechos humanos.  

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