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jueves, octubre 16, 2025

Cuando se apagaron fragmentos de la memoria cultural de México

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“Si puede ser escrito o pensado, puede ser filmado” (Stanley Kubrick)

 

Fue Tony, mi amigo de la infancia, quien me llevó por primera vez a la Cineteca Nacional, estaba ubicaba entre Calzada de Tlalpan y Churubusco (antes de que se incendiara).

Algunas de las películas que recuerdo fueron: El último tango en París, con Marlon Brando (en donde hubo puertazo); El Imperio de los Sentidos de Nagisa Ōshima; La Sociedad de los Poetas Muertos con Robin Williams; Los Sueños de Kurosawa; El Nombre de la Rosa, historia de Umberto Eco y protagonizada por Sean Connery, Claro Oscuro, con Geoffrey Rush, etc.

También llegué a ver “1900” de Bertolucci, con la excepcional actuación de Robert de Niro.

La Cineteca Nacional abrió sus puertas en enero de 1974 y se anunciaba, como parte de sus actividades de apertura, la proyección de la icónica película de Stanley Kubrick: “La Naranja Mecánica”.

En el país era algo inusitado e increíble, al grado de que las puertas casi fueron tiradas por una multitud de cinéfilos enloquecidos.

En donde sí hubo portazo fue en “El Último Tango en París”, su servidor, querido hipócrita lector, estuvo ahí.

La Cineteca Nacional de la Ciudad de México se incendió el 24 de marzo de 1982.

El fuego, destruyó la mayor parte de su archivo fílmico y obligó su reconstrucción en una nueva sede.

Otro amigo, Sergio, (El Guango, apodo que le puso Noé después de que se dio cuenta, en una de tantas reuniones en el “Hules Bar”, que le había ganado la prisa y sin ningún remordimiento, hizo sus necesidades más íntimas al lado del árbol de hule en el que realizábamos, todos los fines de semana, nuestras tertulias) nos contó cómo fue su odisea.

Fue una tarde tranquila del 24 de marzo de 1982, recién entraba la primavera.

La Cineteca, un lugar en donde el bullicio de todo tipo de personas enardecía los sentimientos y las emociones de locos cinéfilos que no perdíamos oportunidad de disfrutar del buen cine, sobre todo de las Muestras Internacionales.

Entre sus paredes se respiraba cultura, arte, historia, amor y ligue, así como muchas historias que contar.

Ese día por la tarde, Sergio, valiente cineasta y lector adicto a la buena literatura, había decidido asistir a una proyección especial de clásicos del cine. Se proyectaba la cinta “La tierra de la gran promesa”, de Andrzej Wajda, en la sala Fernando de Fuentes.

Cuando Sergio llegó, la atmósfera era excitante. El aire estaba impregnado del aroma del café recién hecho y las emociones deseosas de soltarse libremente en la sala.

Se acomodó en la butaca, ansioso por ver la película.

Concentrado en la trama a la que invitaban las imágenes en la pantalla, se dejó llevar por esa atmósfera que en repetidas ocasiones había sentido en ese recinto.

De repente, algo en el ambiente comenzó a cambiar.

Un olor extraño y amenazante empezó a respirarse en la sala. Sergio frunció el ceño, mirando a su alrededor.

El aire se volvió denso y pesado, la respiración se dificultaba y una extraña sensación de miedo le invadía, como si algo malo le fuera a pasar.

Era algo así como si la aceleración de su corazón invitara al presagio de una catástrofe.

Aumentó el nivel de sus palpitaciones y se levantó tomando inconscientemente su mochila. Lo hizo como un acto reflejo repetido en muchas ocasiones cuando se quedaba dormido en el metro y despertaba justo en la estación en la que tenía que salir.

Una serie de murmullos comenzó a crecer, y al poco tiempo, la proyección se detuvo abruptamente y sin miramientos.

En el tiempo que dura una intermitencia, la tormenta se desató. Sergio tuvo la certeza de que era actor de alguna escena en una película de acción y que estaba viviéndola en carne propia.

Con las endorfinas a tope se dejó llevar por la masa desesperada que trataba de salir del recinto por las puertas de emergencia que, para ese momento, ya estaban abiertas.

El pánico que observó en la gente que salía desesperada, le recordó alguna película de Alfred Hitchcock, mientras escapaba del humo que invadía cada vez más el edificio.

La Cineteca no solo era un edificio, era una fábrica de sueños materializados en esas cintas que se consumían, algunas sin vuelta atrás porque eran únicas, invaluables colecciones de películas que solo serían recordadas como estas escenas que nadie filmó pero que existieron y de la cual, Sergio, fue actor principal.

Finalmente pudo salir, respiró y valoró el aire “puro” de la Ciudad de México. A un lado de él empezaron a amontonarse más personas que tosían  y se miraban unos a otros sin entender lo que estaba pasando.

Uno de los testigos sacó un cigarro de mariguana y se lo ofreció.

Yo creo que ese acontecimiento marco su afición a la mariguana

El incendio marcó un antes y un después en su vida, afectando de forma profunda su presente y su futuro.

Hace más de 20 años que no he vuelto a ver a Sergio, pero siempre que voy a La Cineteca,  entro con la esperanza de volvérmelo a encontrar para que me cuente la historia de su vida y corroborar lo que aquí escribo.

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