En Puebla no existen los muertos políticos.
Aquí reviven cada seis años o tres o antes, o incluso al tercer día, después de ser defenestrados.
Son los mismos correligionarios o funcionarios que resucitan al presunto cadáver porque lo necesitan. Desean su dinero, sus operaciones políticas, su inteligencia, su habilidad para negociar con determinados grupos, por eso los sacan del congelador, de su proceso largo de hibernación.
Primero deberán pasar la prueba del ácido, pedir perdón por sus pecados, abrir la cartera y la chequera y estarán “humildemente” en otro partido político como operadores o como candidatos o funcionarios, faltaba más.
Alguien alguna vez dijo que a los funerales de los políticos y militares sólo llegan sus excompañeros, no para llorar y dar el pésame, sino la razón es para confirmar que verdaderamente están tres metros bajo tierra, porque no vaya a ser la de malas y resurjan de las cenizas o salgan del féretro.
Nadie muere en la política local, todo se tiende a acomodar. En México la vida dura seis años y, en algunos casos misteriosos, algunos trascienden los sexenios de los sexenios amén, pero esa es otra historia.
Después de esta larga y mamona (o inmamable) entrada, vamos a lo que nos truje.
¿El PAN está muerto?
No, pero ya no es una alternativa de oposición si es que alguna vez lo fue.
Lo que ocurrió el fin de semana pasado: un triunfo pírrico de Jorge Romero, “el líder del cártel inmobiliario”, el método de elección del próximo dirigente estatal del PAN que será por consejo (la decisión queda entre unos cuantos) sólo hizo que el grupo de Eduardo Rivera Pérez esté más cerca del camposanto.
La participación del militante panista poblano el domingo fue ridícula, pequeña, empobrecida. No hubo —lo que le encanta decir a los políticos— la fiesta de la democracia, porque, aunque se puede ganar con un voto, la apatía mostrada fue la consecuencia de los últimos pésimos liderazgos que ha tenido Acción Nacional a nivel nacional con Marko Cortés y a nivel estatal con Augusta Díaz de Rivera y Marcos Castro.
La ciudad capital que era el bastión del panismo estatal, que era la que siempre se decantaba por Acción Nacional desde 1983 y que hasta hay quien a la fecha la presume como “conservadora” resultó un fiasco. Los panistas de la ciudad ya no creen en sus liderazgos, quizá sí en su formación y su doctrina, pero no en el grupo que se apropió del panismo.
Aunado a la pésima gestión municipal de Adán Domínguez Sánchez, el presunto responsable del hoyo financiero de 680 millones de pesos que dañó el erario poblano y que dejó sin recursos para operar al alcalde morenista, José Chedraui Budib.
La percepción es realidad y es que, además de que Puebla está llena de hoyos (dense una vuelta por La Libertad, por ejemplo), hay un faltante en las arcas municipales culpa o responsabilidad de su titular el alcalde sustituto, aquel que se dijo víctima del golpeteo, pero hasta de su propio partido, pues lo bajó de la contienda estatal.
Regresemos a la idea original: ¿Está muerto el grupo político de Eduardo Rivera? ¿Está muerto el PAN?
No, está vivo, aquí no se puede mandar a nadie al ostracismo, por mucho tiempo, al final todos reviven, empero, están en su peor momento, el grupo que lidera el PAN estatal está minimizado, reducido, sin discurso y sin rumbo, porque perdieron el rumbo.
Además, estamos esperando los cientos de carpetas de investigación que se preparan y, según dicen los enterados, están bien fundamentadas.
Se puede estar vivo y estar quemado públicamente.