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sábado, septiembre 7, 2024

Ernesto Ramírez López; el postulante de la toga roja

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Enrique Álvarez Cruz fue un magistrado español que desempeñó su labor en los momentos más turbios del franquismo. Incluso su determinación en priorizar —dentro de sus resoluciones— la justicia sobre el derecho provocó que tuviera que exiliarse durante un tiempo de su tierra natal, ante las embestidas fraguadas por el gobierno encabezado por el dictador español Francisco Franco Bahamonde.

Enrique Álvarez Cruz, conocido como el juez de la toga roja, es un ejemplo de gallardía jurídica. De que ante la adversidad más monstruosa se puede decidir éticamente hacer lo correcto.

En Puebla habita y desarrolla su profesión un jurista, cuyo símil ético con el personaje antes descrito, podría ser nombrado el postulante de la toga roja.

Conocí a Ernesto Ramírez López en el marco de un proceso electoral que quedará inscrito por siempre en la historia política de Puebla.

En él, Ernesto fue el protagonista absoluto de la congregación de ideas y anhelos, que darían vida a la gran reforma jurídica de la entidad. Incluida en ella, una reforma judicial de gran calado, anticipándose por cinco años a los planteamientos que se desarrollan actualmente en el debate nacional.

Yo tenía 22 años al momento del desarrollo de los foros jurídicos que enriquecieron —en forma y fondo— el anteproyecto de lo que se percibía como una nueva Constitución Política del Estado de Puebla. En un acto de desbordante bondad, Ernesto me pidió que fuera yo quien redactara la exposición de motivos que fundamentaría —más allá de los parámetros legales— la puesta en marcha de la multicitada reforma.

Las vicisitudes propias de la política impidieron que la tan anhelada reforma fuera materializada.

La oportunidad de regenerar el sistema de administración e impartición de justicia quedó en el tintero.

Hace unos días, el doctor Ernesto Ramírez López fue condecorado con una copia de la Cédula Real de la Ciudad de Puebla, una de las máximas distinciones que el H. Ayuntamiento de Puebla tiene la facultad de entregar.

El connotado abogado postulante no es únicamente una referencia unánime —dentro de las mesas del poder— en el que se le reconoce como el mejor litigante que ha dado Puebla. Si no que su sencillez en el trato personal, confluyen de manera poco usual, con su capacidad de entendimiento y de interpretación del derecho; que lejos de la ortodoxia, encuentra cauce para darle salida a cualquier lío laberíntico.

Siempre con la premisa de que todo ser humano tiene derecho a ser defendido, y que el oprimido y el opresor comparten la misma sangre, siendo la resolución justa aquella que permite al oprimido oxigenarse en busca de su emancipación.

Aunada a aquella honrosa tarea de escribir la exposición de motivos, de la todavía no ejecutada reforma, el doctor Ernesto puso en mí una añoranza colectiva, de materialidad individual, que espero algún día pueda protestar.

De momento, ocuparé las siguientes líneas para que, a forma de exorcismo, pueda por fin entintar aquella exposición de motivos de la gran reforma jurídica, que en el anhelo traería justicia y paz a nuestra tan adolorida Puebla.

A los invisibles, que ven y escuchan, pero sus rostros no son observados.

A los familiares de los desaparecidos, que esperan todas las noches en sus casas con las luces encendidas el regreso de los ausentes.

A los pueblos indígenas, que no encuentran sentido al despertar de la larga noche de los 500 años.

Durante mucho tiempo se ha interpretado que es el derecho la expresión auténtica de la justicia, que las normas por existir son aplicables y que la imparcialidad es efectiva, aún en condiciones donde los enfrentados pisan suelos desiguales. Pero no es así.

La presente reforma tiene por principal aspiración la de su aplicabilidad. Y en ella dotar de elementos de justicia al más desfavorecido, a quienes históricamente no han tenido voz, o si han tenido, su palabra ha sido callada con el lastre de la indiferencia.

Se suman y democratizan los anhelos colectivos en los que se ha dado el mismo valor a la palabra del más letrado, como también al del atormentado.

Y en la unicidad de esa voz, de la voz del dolor, pero también la del sonido de la esperanza, se tiene la convicción de que la humanización del orden jurídico no sólo es posible, sino que es también necesario.

Son las siguientes líneas de la reforma jurídica un sueño que aspira a despertar en la realidad social de la nueva Puebla. En la unidad humanista donde uno más uno dé como resultado uno.

Gracias siempre, al mejor abogado que ha dado Puebla.

Gracias mí maestro, Ernesto Ramírez López.

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