El pasado 2 de junio, los mitos y autoengaños forjados por la derecha (racista y clasista) de este país quedaron desmontados. La tesis del voto oculto —aquellos que según Alazraki y compañía votarían por la señora X— resultó opuesta. Y las masivas filas de ciudadanos que esperaban ingresar su voluntad a las urnas, lo hicieron en favor del Movimiento de Regeneración Nacional.
¿Por qué votó la gente? ¿Por qué votó —nuevamente— de manera masiva? ¿Qué no entienden los que no entienden?
En 2018, el voto en favor del presidente Andrés Manuel López Obrador se puede sintetizar con el hartazgo que el pueblo tenía del caduco y fraudulento bipartidismo (PRIAN), así como el desgobierno de Enrique Peña Nieto. Aunado a esto, la construcción narrativa y simbólica del candidato Andrés Manuel, resonó en todos los municipios del país —ahí estuvo López Obrador en algún momento, en cada uno de los más de 2 mil municipios que hay en nuestro país, expresando su proyecto de gobierno—.
Un proyecto híperdigerible, sintetizado en “Por el bien de todos primero los pobres”, el combate a la corrupción y a los privilegios. En resumen, la gente votó por la esperanza.
En esta elección, la ciudadanía votó por un proyecto de nación. Por la continuidad de un proyecto que puso en medio de todo acto a los más vulnerables; pero a su vez, ese enfoque, benefició a un país entero. Macroeconómicamente México pasó de ser la treceava a la onceava economía mundial. En términos sociales, cinco millones de personas salieron de situación de pobreza. El salario mínimo fue incrementado como nunca en la historia; los jóvenes han sido reincorporados ante el olvido neoliberal. Los adultos mayores sostienen en sus manos dignidad.
Y en suma a lo anterior, quien encabezará la continuidad de la transformación es una mujer. Una mujer excepcional. Honesta, de buen corazón; pero también, una mujer intelectual. Connotada académica y destacada investigadora. Una mujer de ciencia. Por primera vez México no estará gobernado por abogados o economistas fatuos, sino por una mujer de ciencia, humanista.
Eso es lo que no ven y no entienden los Alazraki’s, los Loret’s; los lentes con los que ven están nublados por clasismo y racismo. Dicen que el pueblo votó con la panza; que votaron por los programas sociales. No entienden que el pueblo votó por su dignidad, por rehacer un sentido de lo público; aquel en el que el Estado garantiza los mínimos básicos y no lucra en favorecer a los grandes capitales. Con ellos en el neoliberalismo fue durante mucho tiempo “por el mal de todos primero los ricos”. La gente ha despertado y no piensa irse a dormir.
Y en esa lógica se avecina la reforma al Poder Judicial.
El primer piso de la transformación trajo consigo justicia social y el combate institucional a la corrupción… pero la impunidad prevalece. No puede haber auténtica justicia social cuando 98 por ciento de los delitos quedan impunes. No puede haber bienestar cuando la certeza jurídica es inexistente.
El sistema de administración e impartición de justicia debe sanearse en términos absolutos. Esas instituciones que la minúscula oposición insta a no tocar, deben restaurarse.
En el país de la supuesta polaridad las mayorías se han aglutinado. Y las mayorías no sólo están compuestas de los más necesitados; según la encuesta de El País, por Morena votó clase media alta, clase alta, académicos, docentes, doctorantes… la polarización se redujo a 80-20.
Eso no es polarizar, eso es una amplia mayoría social; misma que votó por la propuesta de campaña de la doctora Sheinbaum, encabezada por la reforma al Poder Judicial.
Que no entiendan que no entienden. Que sigan sin entender.
Y en ese proceso Morena seguirá ganando elecciones y transformando el país.