Ah, Puebla, esa tierra mística donde la política parece un juego de sombras y espejismos. Un escenario donde, entre charlas sobre leyendas del Puebla Fútbol Club y discusiones sobre el “carro completo” que en 2024 se estampó contra el muro de la realidad, la oposición se enfrenta a lo que algunos llamamos la gran “ausencia de ideas”. Y no, no es que estemos pidiendo genios, pero ni siquiera un pequeño atisbo de creatividad política se asoma en el horizonte. ¡Qué miedo el fracaso! Ese vacío existencial que parece tragarse a los pobres idealistas en cuanto pisan el suelo político, pero en Puebla la oposición ha perfeccionado el arte de caer sin siquiera tropezar.
Lo que queda claro es que los opositores poblanos han abrazado el *“ganar
perdiendo”* con una devoción casi religiosa. Se han vuelto expertos en la técnica
del “trabajo de sombra” que solo tiene como único objetivo llevarse las palmas
por no hacer nada. Su mayor logro en los últimos años fue lanzar un libro
nostálgico sobre las leyendas del Puebla FC, ¿quién necesita propuestas cuando
puedes vivir del pasado, no?
Después de la victoria aplastante de Alejandro Armenta en 2024, surgieron perfiles
políticos que no entienden ni por qué ganaron ni cómo llegaron ahí, pero lo que es
peor, ni saben qué hacer con ese logro. Algunos se han convertido en campeones
de la negociación y la amistad adecuada, mientras que otros viven con la eterna
sensación de que la derrota está más cerca que nunca, pero es que ¿quién puede
luchar contra la inercia de la mediocridad?
Los jóvenes, esos a quienes se les debería ofrecer algo más que promesas vacías,
solo ven a una oposición que los trata como objetos de marketing, como piezas de
una estrategia electoral vacía. Les hablan de divisiones, de *”nuestros enemigos
son los malos”* y del héroe que salvará a Puebla de la tiranía (pero ni el héroe sabe
qué hacer, claro). Es casi una burla. Se olvidan de que el pueblo ya no necesita
discursos divisivos ni figuras mesiánicas; lo que el pueblo necesita es trabajo,
territorio, conexión real. No les interesa la política de los apellidos, no importa
cuántos monumentos del pasado se erijan en su honor, lo que importa es si los
resultados llegan.
Y aquí es donde entra la verdadera comedia: los opositores empiezan su campaña
con la misma fórmula de siempre, acusando al ayuntamiento de Pepe Chedrahui
de lo peor, olvidando que fueron ellos quienes, en su espléndida gestión, crearon
un contrato leonino con *Agua de Puebla*. Ah, sí, ese “detalle” que se les olvida,
como también la gloriosa idea de hacer un museo con un presupuesto que podría
haber rescatado más de un servicio público esencial en la capital poblana.
Pero la joya de la corona de la oposición es, sin duda, el fanatismo por intentar
revivir a Moreno Valle, como si las campanas de la historia pudieran hacer
resucitar lo que ya fue. En un intento desesperado por hallar una fórmula mágica,
se han lanzado al abismo de la nostalgia, creyendo que el espíritu del pasado les
otorgará alguna victoria. Pero en un mundo donde la gente votó “6 de 6” porque el
trabajo territorial venció a los apellidos, estas maniobras de sombras no pueden
más que producir una sonora carcajada.
En resumen, Puebla se enfrenta a una oposición que más que oponerse, se dedica
a ser la sombra de lo que pudo haber sido. Buscan el éxito sin entender que la
política no es cuestión de nostalgia, ni de enemigos inventados, ni de contratos
millonarios disfrazados de progreso. La oposición en Puebla ha caído en la trampa
de la irrelevancia, como un jugador de fútbol que se entretiene más con los
recuerdos del pasado que con el juego presente. Y así, entre libros y viejas
promesas, Puebla sigue esperando una verdadera alternativa.