El historiador italiano Carlo Ginzburg en su célebre libro Mitos, Emblemas e Indicios, nos ha explicado porqué seguimos siendo susceptibles a los miedos irracionales a los hombres lobos, los vampiros, los lobos, las brujas y demás emblemas de los miedos colectivos de Occidente. El miedo alimenta nuestros sentimientos colectivos más ancestrales. Desde el mundo de los hombres lobo, hasta la peste negra están grabados en una memoria global y quizás genética.
En el mundo tecnológico e hipercomunicado en el que se supone que ya no tendríamos razón del miedo a estos mitos del pasado medieval, seguimos cayendo en las provocaciones de los miedos genéticos del pasado.
El cine y la literatura como buenos compañeros y promotores de nuestros miedos colectivos aprovechan perfectamente la situación.
Ginzburg sostiene que en la época medieval era común la invasión en las aldeas de lobos, murciélagos y otros animales del bosque, por lo que fue necesario que a través de la tradición oral los padres transmitieran a sus hijos estos miedos colectivos para supervivencia de la comunidad.
Poco a poco se deformaron los lobos en licántropos, los murciélagos en vampiros, y a las curanderas en brujas.
El miedo es también una forma de control social. Una manera de apaciguar las pasiones. El miedo alimenta las almas temerosas para generar más miedo. El miedo es una manera de regular a las sociedades, desactivar las rebeldías y provocar en las sociedades la zozobra que les permite ser domesticados fácilmente.
No en balde, en su Leviatán, el filósofo político Thomas Hobbes establece el surgimiento del Estado para acabar con el estado de naturaleza y de anarquía que prevalecía entre los seres humanos y que ponía en riesgo la propiedad y la vida. El Estado es esa manera de controlar la naturaleza impetuosa de los seres humanos en sociedad. El Estado es la respuesta de Hobbes para acabar con el miedo de la anarquía social, de la disolución presente entre los hombres.
Pero el Estado también es una manera de crear y regular los miedos porque en lugar de que los hombres y las mujeres sean libres, es el Estado el que los hace dóciles y sumisas.
Bram Stoker recupera estas tradiciones y nos regala Drácula un poco inspirándose en el soberano Valaco Vlad Tepes. El conde Drácula y otros vampiros nos han provocado que saltemos de la butaca en el cine.
El vampiro es esa figura siniestra y mítica. Los hombres vampiro son ese cruce entre la naturaleza y la civilización. La civilización se pierde y se extravía cuando aparece el hombre vampiro. La vampirización del ser humano es el regreso de los monstruos en una era de la razón y de la tecnología.
La sangre que mana de las víctimas de los vampiros nos recuerda estos temores míticos. De la sangre mana la vida, señala el viejo testamento. Es ahí donde la tradición considera que está la vida en ebullición. Cuando el vampiro ataca al ser humano para alimentarse se alimenta de la vida de las personas. Es una manera mítica de nutrirse también de su alma. Porque en las viejas tradiciones religiosas la sangre es la que le da forma al alma.
No me quedé con las ganas de ver Dr. Morbius luego de que durante varias semanas en los cortos aparecían las secuencias de una película sangrienta y oscura.
Luego de películas muy nobles y fresas como las de Spiderman, Marvel le apostó a una dimensión más oscura y tenebrosa porque también lo tenebroso y lo oscura forma parte de la dimensión de lo humano.
Dr. Morbius o Venom interpretado por Jared Leto es un ser fantástico con una historia que sigue rondando los miedos medievales y los miedos colectivos. El guión del científico sigue siendo un atractivo para la sociedad, el vampiro sigue vigente en el ADN de la memoria colectiva y nos recuerda que la aldea debe seguir vigilante de los extranjeros.
La ciencia al servicio de la cura de las enfermedades conduce al Doctor Morbius durante toda la película, pero como en otras películas de experiencia científica, la ciencia falla. Esa es la moraleja desde el remoto Frankestein. Pareciera que todas estas historias nos recuerdan los límites de la experimentación científica y que el proyecto racionalista del dominio a través de la ciencia se encuentra con lo tenebroso. Con aquello que les duele a los seres humanos, sus miedos y sus pasiones más internas, sus deseos más oscuros y su falta de amor.
Todo eso se contiene en Doctor Morbius. Es una película que pudiera pasar inadvertida. Es una cinta que pudiéramos considerar prescindible. Pero en esa cinta, por momentos, aparece ese conflicto del alma humana.
El hombre que lucha contra la enfermedad y que al intentar curarla haya otras enfermedades, otras fallas, ya no del cuerpo humano sino del alma, porque transgredir los límites de la experimentación conduce a los abismos.
Doctor Morbius nos ofrece una ventana al mundo de los miedos humanos y de la enfermedad. Esos límites de los que siempre huimos porque queremos sueños rosas y de terciopelo.
Los mitos y emblemas de Ginzburg aparecen, se desvanecen y reaparecen en este mundo contemporáneo, técnico y violento. En donde los murciélagos son la punta del iceberg de un mundo del que apenas nos asomamos nos genera un vértigo. Parecido al del famoso cuadro del noruego Münch.