👺 ANDRÉS ROEMER tenía un protocolo para agredir a sus víctimas: las elegía, las estudiaba, las convocaba y, al final, las asaltaba. Es decir: las atacaba por sorpresa. El lugar del crimen solía ser su hermosa casa porfirista. Ahí las llevaba —cuando curiosamente no había nadie—, y las cebaba.
👹 ES DECIR: LAS PREPARABA para lo que venía. Para entonces, ya les había prometido trabajo en Televisión Azteca —con su compadre Ricardo Salinas Pliego, otro impresentable— o en La Ciudad de las Ideas.
😈 DESPUES DE UN WHISKY, Roemer el Depredador decía que iba al baño, cuando en realidad se metía en su habitación, se ponía loción (Agar Ébène, de Hermés), se quitaba la ropa —salvo sus calcetines alemanes FALKE, fabricados con lana de vicuña), y caminaba hasta su víctima como Mauricio Garcés en “Modisto de Señoras”.
🤡 YA EN PELOTAS, y ante la sorpresa de la chica en cuestión —como dicen los ministerios públicos—, les decía lindezas del tipo “¡estás bien buena, mamacita!, y saltaba sobre ellas, quienes no tenían más remedio que correr —si les iba bien— o enfrentar al depredador —si les iba mal— que se sentaba con presidentes, ministros y gobernadores como Marín y Moreno Valle, a quienes impresionaba brutalmente.
💩 LUEGO DE OCULTARSE EN ISRAEL una buena temporada, un Tribunal destrozó su épica argumentación con estas palabras: “Su aferramiento a los cuernos del altar de su judaísmo —donde buscaba expiar sus pecados— no prevalecerá, y está sujeto a la ley igual que cualquier otro criminal que se esconde en Israel para evitar ser procesado”.