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jueves, abril 24, 2025

¿Y si votáramos todos?

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¿Quién continuará lo que Francisco inició?
¿Quién evitará que la moderación se convierta en justificación del retroceso?
¿Cuál debe ser el camino inmediato? ¿Y cuál desean los príncipes de la Iglesia?

La Iglesia Católica ya no es el único referente moral que fue en otros tiempos. No puede evadir las nuevas sensibilidades ni abstraerse de una sociedad inmersa en la globalización de la indiferencia y el egoísmo como sistema. Debe responder con claridad, pertinencia y eficiencia moral a las realidades —físicas, virtuales, comprensibles o no— que la interpelan.

Francisco ha sido claro: hay que poner a los fieles en el centro, reconstruir la Iglesia desde las bases, abrir espacios de participación sin excluir a nadie. La Sinodalidad es el método; el Evangelio, la verdad. La misericordia debe expresarse en acción, frente al mal de nuestro tiempo: la indiferencia.

En una sociedad polarizada y desconectada, la Iglesia ha comenzado a pensarse también desde abajo. Caminar juntos dejó de ser una idea teológica y se convirtió en una forma de ser Iglesia: más horizontal, más colegiada: Sinodalidad, dijo Francisco.

Pero esa apertura se detiene al elegir al Papa. Hoy, solo 133 cardenales deciden quién guiará a más de 1,300 millones de católicos.
¿No es una paradoja? Se consulta al Pueblo de Dios para definir el camino sinodal, pero no cuando se elige a quien lo conducirá.

No se trata de una elección popular ni de populismo, sino de imaginar formas más abiertas: consultas previas, asambleas continentales, participación diversa. No para romper con la tradición, sino para profundizarla. En nuestra realidad actual, sin perder el respeto creemos que el Espíritu Santo no habla solo desde la élite; también sopla en los márgenes y en los no iniciados.

Francisco ha comenzado la transformación: ha dado voz a laicos y mujeres, ha incluido a todos, los históricamente olvidados o condenados por el clero; ha descentralizado la Curia, y condenado el clericalismo. Pero esa revolución silenciosa, aún no ha tocado el punto más simbólico: el proceso de elección del sucesor de Pedro.

¿Y si el próximo Papa fuera elegido de forma más consultada y representativa? ¿Y si la Iglesia mostrara que su autoridad nace del discernimiento colectivo y no del aislamiento?

Respetando la Doctrina y pensando la sinodalidad, para incluir a todos los fieles. No es solo un cambio de reglas, sería caminar con nuevas fortalezas del Evangelio. Pasar a una Iglesia que gobierna para todos,  que conversa y decide, con todos.

Porque si creemos, como lo enseña la Iglesia, que el Espíritu Santo actúa en el Pueblo de Dios, tal vez ha llegado el momento de preguntarnos, con fe, con total fidelidad y sin miedo:
¿y si todos eligiéramos al próximo Papa?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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