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domingo, junio 29, 2025

Soledad, cansancio y autoexplotación: la epidemia invisible

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Releyendo a Byung-Chul Han. En ocasión de su Premio Princesa de Asturias en Comunicación y Humanidades, 2025.

Vivimos atrapados en una paradoja contemporánea: mientras la ciencia y la tecnología nos prometen bienestar, progreso y conexión permanente, experimentamos una creciente sensación de agotamiento, ansiedad y soledad. Este malestar no es un fenómeno aislado ni una simple reacción individual: es el síntoma de una nueva epidemia silenciosa que atraviesa nuestras vidas en red.

La aceleración del tiempo social, la saturación de estímulos y la presión por ser productivos han configurado una cultura de la autoexigencia permanente. Según el filósofo Byung-Chul Han, ya no vivimos bajo la lógica de la obediencia externa, sino bajo un mandato más sutil y opresivo: el de autoexplotarnos en nombre del éxito personal. Ya no es necesario que nos vigilen desde fuera; lo hacemos nosotros mismos. Este régimen de rendimiento convierte la vida en una carrera sin línea de meta, donde el descanso se percibe como debilidad y la pausa, como una amenaza.

El resultado es una fatiga generalizada. El llamado “cansancio crónico” afecta no solo al cuerpo, sino también al pensamiento, las emociones y las relaciones. La mente, constantemente demandada, pierde capacidad de concentración, reflexión y goce. No hay tiempo para el error ni para el asombro: todo debe ser útil, visible, medible. Esta presión constante no nos impulsa: nos bloquea emocionalmente y nos desconecta del sentido.

A este agotamiento se suma la soledad digital. Las redes sociales ofrecen vínculos veloces pero vacíos, y una interacción constante que no garantiza intimidad. Nos vemos más, pero nos escuchamos menos. La Organización Mundial de la Salud (2023) advierte que la soledad prolongada tiene efectos físicos y emocionales equivalentes a enfermedades crónicas. Vivimos rodeados de palabras, pero faltos de conversación auténtica; hiperconectados, pero sin comunidad.

En este entorno, emerge la ansiedad digital como otro síntoma estructural. El miedo a quedar fuera, la urgencia de responder al instante y el bombardeo de notificaciones nos mantienen en un estado de alerta constante. Nuestra atención se fragmenta entre pantallas, comparaciones y estímulos inagotables. Ya no controlamos la tecnología: ella nos controla a nosotros, robándonos el descanso y la paz mental.

Pensar este malestar como una “epidemia invisible” no es una metáfora alarmista, sino un diagnóstico necesario. Como sostienen Han y otros filósofos, la aceleración del tiempo, la fragilidad de los vínculos y el mandato de la eficiencia forman parte de un sistema que erosiona nuestra capacidad de vivir con profundidad y presencia.

Pero este diagnóstico no busca sembrar pesimismo, sino conciencia. Nombrar el malestar es el primer paso para transformarlo. Resistir no implica renunciar al mundo, sino habitarlo de otra forma: con más pausa, más cuidado, más humanidad. Las ciencias del bienestar, la psicología positiva y la neurociencia del descanso ya ofrecen herramientas concretas para romper con esta dinámica de agotamiento.

A cada uno corresponde decidir cómo sobrevivir a esta cultura. Es tiempo de reconocer que, para que la maquinaria de la productividad funcione, para que todos participemos sin renunciar al valor de la persona, debemos imponer el valor humano. Conectado, sí, pero sin perder las capacidades de nuestro imperio personal: el sentido de la vida que queremos, una comunidad solidaria y justa, y personas que no sacrifican su capacidad de pensar, decidir y hacer.

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