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martes, agosto 12, 2025

Reforma electoral: modernizar o manipular, no hay punto medio

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En los próximos meses, los electores conoceremos nuevas reglas para organizar y calificar las elecciones. La cuestión central será discernir si estas normas fortalecen la competencia, la representación y la imparcialidad, o si se diseñan para que el poder —hoy en manos de Morena— controle el juego. La decisión marcará el valor real de cada voto en los años por venir. Participemos o no, nos escuchen o no, nos hagamos escuchar o no.

El calendario es exprés: consultas en otoño, borrador en enero y aprobación antes de junio de 2026. La agenda es amplia: recorte o rediseño de plurinominales, urnas electrónicas, elecciones primarias, voto en el extranjero, financiamiento a partidos y facilidades para crear nuevas fuerzas políticas.

El contexto es evidente: una mayoría oficialista con capacidad para impulsar cambios constitucionales… pero sin obligación política de construir consensos amplios. La pregunta no es si reformar o no; es cómo y para quién. La experiencia electoral mexicana demuestra que las reglas bien diseñadas protegen la democracia; las mal hechas la erosionan lentamente.

La discusión no debe girar en torno a la necesidad de reformar —revisar las leyes siempre será legítimo—, ni a la idea de que existan normas eternas e inmutables. Tampoco se trata de debatir el valor de los partidos políticos, cuestionados hoy por amplios sectores ciudadanos. Los partidos no son un fin en sí mismos; modificar las reglas de su actuación puede ser atractivo, pero el verdadero problema es el valor real del ciudadano y de su voto: si valdrá más, menos… o quedará reducido, como advierte el refranero, “a mero trámite”.

Ese valor debe garantizar que el ciudadano decida quién quiere que lo gobierne o lo represente, y no que su voto sirva únicamente para legalizar decisiones previamente tomadas por las cúpulas en el poder. Legalizar decisiones ajenas no equivale a legitimar decisiones propias. Como advertía Norberto Bobbio (El futuro de la democracia, 1984), “la democracia se mide por la distancia entre el poder del ciudadano y el poder del gobernante: cuanto menor, más auténtica”.

Este espacio no busca levantar un muro de lamentaciones, sino analizar el sentido político y estratégico de otorgar la capacidad de decisión electoral a un grupo reducido. No sería la primera vez que ocurriera en la historia electoral mexicana.

El valor de la representación fue, en los años de Jesús Reyes Heroles, un instrumento para darle al PRI de entonces varias décadas más de control político. Los “diputados de partido” y luego los “plurinominales”, en los tres niveles de representación popular, surgieron con ese objetivo.

Hoy, uno de los ejes centrales de la reforma —que, todo indica, será aprobada— es precisamente la representación. La decisión oscilará entre garantizar una pluralidad auténtica, nacida directamente de la voluntad expresada en las urnas, o mantener un sistema que, en la práctica, reparte premios por el simple hecho de competir.

Los plurinominales no son remordimientos de conciencia ni deben ser compensaciones para aliados ni castigos para adversarios. Estos escaños nacieron para impedir que quien gana por poco controle por mucho. Eliminarlos o reducirlos sin mecanismos compensatorios —listas abiertas, umbrales razonables, fórmulas proporcionales sólidas— implica sobrerrepresentación y debilitamiento de las minorías. Lo urgente es transparentar las listas y frenar el uso táctico de las alianzas, no desmontar la lógica proporcional que equilibra las Cámaras o los ayuntamientos.

Como advierte Dieter Nohlen (Sistemas electorales y partidos políticos, 2004), toda reforma que modifique la proporcionalidad del voto, sin justificación técnica sólida, erosiona el principio básico de igualdad política. Ese es el núcleo del debate que tenemos delante.

Si el hipócrita lector me lo permite, esta es apenas la primera entrega de una serie de reflexiones cuyo único propósito es aprender, juntos, cómo se construyen nuevos mecanismos de poder. Y que, al menos, logremos expresar nuestro sentir… nos escuchen o no.

Bibliografía breve

  • Bobbio, N. (1984). El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Econó
  • Nohlen, D. (2004). Sistemas electorales y partidos políticos. Barcelona: Ariel.

 

 

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