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viernes, abril 19, 2024

PRI y Morena, origen y destino

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En este tiempo, nadie confía en los partidos políticos para la solución de sus problemas reales, menos para la construcción de caminos, de corrección a las desigualdades e ineptitudes, en la capacidad de intervención de los ciudadanos en las decisiones públicas. 

Entretenidos en acceder al poder público o conservarse en éste, las élites dominantes en los partidos, los han transformado en un instrumento de sus intenciones particulares a grado tal, que prefieren mudarse cuando no lo logran. 

La migración de un partido a otro es la salida fácil de las imposibilidades de la organización y funcionamiento partidista y, por supuesto, es el testimonio claro del fracaso de los liderazgos. Es más fácil aprovechar la coyuntura en un partido dominante, que rehacer eficiente el de origen. 

El problema es que, el político que migra de un partido a otro, se lleva consigo la ideología, las estrategias y objetivos del anterior partido.  El nuevo anfitrión de los migrantes hereda las visiones de nación, futuro, moral y conductas, hasta las malas mañas, que vienen en la mente y la experiencia de quienes cambian y arriban a un nuevo partido. 

Este es el pecado original de Morena, está repleto de expriistas que, sin que sea su objetivo, modifican, tergiversan o pervierten las intenciones de su nuevo hogar. Este es también el pecado final de un priismo agónico, incapaz de entenderse a sí mismo, reorganizarse y aceptarse prácticamente imposible. Difícil de olvidar las glorias de su época de oro que ya se fue. 

En el debate público nacional, prevalece una idea dominante: Morena es la nueva versión del priismo. Esta vox populi los identifica, vincula y consume. Un socio al que le da pena su origen: saldos o retazos de otro partido. Otro que no encuentra la fórmula para traspasar a toda su militancia al nuevo o la estrategia para aceptar su ultimo fracaso y diseñar una salida digna del mercado electoral mexicano. 

Qué final trágico para un partido que se especializó en construir una nación poderosa. Su circunstancia es, claro, resultante de formas y fondos de corrupción, más cercanos a la escasa movilidad interna de sus militantes, al liderazgo partidista o a los puestos públicos; más pronta a los controles rígidos de un grupo que hasta ahora usufructúa lo poco que queda y más evidente a la comodidad de abandonar el barco que se hunde. No todas las formas de corrupción tienen que ver con el uso o abuso de los dineros ajenos y a la impunidad al hacerlo. 

Hacia Morena trasladan este patrimonio y le convidan o le manchan de alguna forma. Ni modo, es el costo de aprovechar “la experiencia ajena”. A morena debiera urgirle definir sus propias formas de entender y hacer política desde el gobierno. Pero algunos siguen pensando en la fortaleza de haber aprendido a hacer política desde la necesidad de la revancha política y en las calles, lejos de una institucionalidad que los persiguió y pospuso su llegada al poder hasta donde pudo. La lección es clara: el triunfo de uno, no lo es tanto por su propia capacidad, es por la incapacidad del otro. Revertir esta tendencia es el costo de oportunidad para Morena. 

En los dos, el círculo vicioso de la edad y el cansancio. En los dos, la imperiosa necesidad de crear cuadros, con inteligencia independiente y con autonomía de audacia y valor, sin temor a la transformación interna, como requisito para construir confianza y autoridad para una transformación nacional. 

En los dos, cargar con un mismo patrimonio, malversado en uno, adquirido en otro, por la intensa necesidad de llegar, por fin, al poder público. 

A los dos, les urge terminar la fatalidad de esta asociación.  A México también y a la gente volver a creer en la necesidad de tener partidos políticos que piensen en la gente y la empoderen para cambiar rumbos y circunstancias. También para cambiar, el origen y destino de cada uno de estos dos partidos. 

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