Jesus Reyes Heroles, un respetable y eficiente pensador político mexicano, previno que en política “siempre se elige entre inconvenientes”. El PRI está ahora en ese momento de su historia, que no es ni justo, pero si merecido.
En una semana, en plena decadencia ideológica y amplio fracaso electoral, el partido tricolor deberá decidir cómo subsistir. La Convención Nacional, habitualmente realizada entre el triunfalismo y la posibilidad de la hegemonía política nacional, ahora vela a una moribunda organización que se destruye a sí misma.
Todas las organizaciones políticas en este país deberían verse en ese espejo de realidades posibles.
El PRI también es víctima de la herencia, con la cual ha contribuido a generar a todos los partidos políticos nacionales. A muchos les tendió la mano del “complicidio” para que no desaparecieran. Hoy ninguno le puede ayudar. Las venas de la coalición electoral, que por muy corto tiempo fue su salvación, ahora es su principal impedimento.
En un lado del espectro político, el triunfador, y ahora hegemónico liderazgo de Morena, no quiere saber nada del priismo, rechaza ser su nieto ideológico, clama venganza. En la otra coalición, aún con la intención, que no es ni visible ni operable, el PAN poco tiene que ofrecer, en un descuido va en la misma dirección del fracaso y el PRD ya desapareció.
Movimiento Ciudadano navega solo, le es mejor que acompañado, simplemente le ha convenido ser por momentos esquirol de sus compañeros de viaje y aliado secreto de quien manda.
El PRI es víctima de su irresponsabilidad y su despilfarro.
Olvidó a las clases populares que le dieron fuerza y razón. Confundió que eran instrumento y no alianza.
Su fracaso es consecuencia de la comodidad y la costumbre que benefició siempre a un reducido grupo que usufructuó su dirección y sus ganancias. Impidieron la movilidad ascendente y plural que tipifica a un partido político que se dice revolucionario.
Esos líderes priistas tradicionales despreciaron la legitimidad de su lucha y se refugiaron en la legalidad y el contubernio para controlar, alguna vez, el poder político y después de perderlo se conformaron en merecer las migajas. Pensaron que administrar el poder político nacional era su derecho y su ganancia, por ser el centro distribuidor del mismo poder, que también, erraron al suponer era para siempre.
Olvidaron que el poder no se comparte, aunque ese fuera el precio a pagar hace 40 años para mantenerse como eje central de una democracia a la que sostuvieron, desde entonces, con parches y remiendos, que ahora le pasan factura.
La convivencia de las “mayorías” con las “minorías” abrieron ese boquete. Las mayorías se alojaron en otro partido y las minorías crecieron en las mismas malas mañas.
Construyeron en la realidad una asociación de partidos que, al distribuirse entre ellos las estructuras políticas, todos salían ganando. Pero ahora el PRI no es el que reparte el juego y ya no entiende las nuevas reglas de ese reparto y su participación accionaria es mínima y pone en duda su permanencia en esa partidocracia que alguna vez le funcionó y le convino.
Pero sobre todo, el PRI es rehén de la renuncia a la lucha política real, a la que cambió por la alianza perniciosa de aceptar, como fuera, estar en el poder y sucumbir frente al nuevo líder.
Es hora de releer a Jesús Reyes Heroles, el médico milagroso que le prolongó la vida política a este partido. “En política, forma es fondo” y hay que “aprender a salir limpios de los asuntos sucios y si es preciso, lavarse con agua sucia”.
El PRI va a su asamblea nacional, quizá la última de esta historia propia. Cambiar a la dirigencia es de sentido común. Se debe relevar al mando que perdió, otra vez, la batalla y los condenó a perder la guerra definitiva.
Pero el problema central es revitalizar las ideas que ahora están en desuso, pero que, paradójicamente, para un partido que estuvo bien arraigado, es condición ineludible. Actualizar sus propuestas y compromisos con los ciudadanos y reorganizar su estructura interna.
El reto parece enorme y difícil. Pasa simplemente por una idea central recordar que fue el PRI quien enseñó a los mexicanos que el poder se conquista, por ello, para ser un nuevo partido, el PRI debe abandonar su propia corrupción y debe volver a aprender que el poder ni se compra ni se vende.
El viejo roble, dice la voz popular, es más sabio por viejo que por roble y paradójicamente en el sistema político nacional el PRI debe ahora ganar su subsistencia y esta no pasa por cambiarle el nombre. Hay que cambiar a los viejos y corruptos líderes de siempre y dejar pasar, así sea por primera vez, a una nueva clase política que engendraron bajo el supuesto de una democracia abierta, libre y capaz de alojar a todos y que requiere partidos políticos congruentes y pertinentes.
Y el viejo roble, que dio vida a todos los partidos políticos mexicanos, debe seguir vivo. Es ya un requisito que normará la conciencia política nacional todavía por algunos años. Sigue siendo útil.