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viernes, abril 26, 2024

Lujuria y soberbia

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“La soberbia concebirá contienda”, dice la sagrada escritura, “más con los avisados está la sabiduría”.

En la observación de la escena política, en cualquier análisis responsable o en toda libertad hecha crítica sobre el poder o su ejercicio, hay siempre dos conceptos vinculantes: lujuria y soberbia.

No siempre los actores políticos lo entienden, pero siempre los utilizan.

En el juego de mandar y no obedecer, la lujuria motiva la intención de hacerse dueño del poder para luego expandir su capacidad de mandar, mientras que en la soberbia se justifica su posibilidad de utilizarla, sin límites ni justificaciones.

Lujuria y soberbia no son valores. Al contrario, son “vicios”, como dirían los clásicos griegos cuando se referían a los errores, a lo negativo, a lo que hace daño, a los “pecados”, como los catalogan los principales credos; y lo que es peor son sobre calificados como capitales, o sea con la máxima capacidad de hacer daño.

Los fines justifican los medios, afirman los que malinterpretan a Maquiavelo.

Las decisiones de quienes ejercen el poder público, por lo tanto, siempre estarán comprometidas con daños, principales o colaterales, independientemente del grado de perversión con las que las ejecuten.

A lo mejor estos dos defectos en el comportamiento político son los que sustentan la vox populi que se refiere a la política como algo sucio. Pero esta suciedad es la que hace a la actividad política interesante, atractiva y seductora. ¿Qué le vamos a hacer?, son condiciones de la misma calidad humana que definen al zoon politikon.

Se ha iniciado el proceso informal que nos llevará a la elección de un nuevo Presidente de la República y muchos otros puestos políticos. Todos queremos entender las razones, si las hay, o los argumentos que fundarán las actitudes con las cuales se moverán los actores políticos.

Todos, tarde o temprano, tendrán que ver con las intensidades de lujuria y soberbia que se utilicen.

Lujuria y soberbia, integradas, no importando sus proporciones, siempre determinarán las conductas de los dos tipos de actores del ejercicio del poder. Las direcciones podrían ser similares o también contradictorias, pero van como la clara y la yema de un huevo de gallina.

No es fácil adentrarse a los cerebros, por eso es mejor calificar las conductas. Es un requisito para entender las decisiones que conllevan y los objetivos hacia donde se dirigen y cómo modificarán las circunstancias.

Por eso en este proceso electoral, las razones o las ambiciones serán eje para entender la contienda en la que no necesitamos recordar que quienes ahora gobiernan harán lo posible para prolongar su estancia en el poder, ampliarlo y ejercerlo a plenitud. Es su derecho.

¿Cómo se comportarán los actores principales en esta etapa de polarización, a la que hemos sido inducidos los mexicanos?

¿Cómo mantendrán la vitalidad del odio, propia de una estrategia de polarización?

Polarización promueve división, enfrentamiento y violencia. Huele a una combinación especial de lujuria y soberbia.

Y para observar los comportamientos en estos dos años que incluirá el proceso electoral del 2024, se necesita una forma distinta de evaluar. Los “buenos” dirán que se necesita medir la ética y la claridad de las conductas. Los demás dirán que esos parámetros ya son irrelevantes.

Maquiavelo no ha muerto. Al Príncipe, de su libro, le va mejor siendo odiado que adorado.

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