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lunes, mayo 5, 2025

Los caminos de Francisco II

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El próximo cónclave debe recordar un principio fundamental: reformar para permanecer. Reformarse, transformarse a sí misma como institución, es la única manera en que la Iglesia puede seguir “mostrando el camino”, como reveló Dios a Moisés. Solo así conservará la autoridad moral necesaria para cumplir con los objetivos de Jesús, sus apóstoles, los padres de la Iglesia y los sacerdotes militantes, en un mundo cada vez más adverso, difícil y confuso para comprender el sentido de la fe en la vida humana.
Durante siglos, la Iglesia Católica funcionó sobre una arquitectura de poder vertical, casi inmutable. Los cambios eran lentos, prudentes. Pero Francisco entendió algo crucial: si la Iglesia no reforma su manera de organizarse, de ejercer la autoridad y de distribuir el poder, corre el riesgo de volverse irrelevante, o peor aún, de traicionar el Evangelio que proclama.
¿Lo entenderán los cardenales, ahora que decidirán el rumbo de la Iglesia y elegirán al Papa que deberá continuar —o no— ese camino?
Toda decisión es también una renuncia. El cónclave, más allá de la elección de un hombre, es una declaración sobre el tipo de Iglesia que el mundo vivirá en las próximas décadas. Cabe preguntarse si las decisiones de este cónclave representarán una continuidad con el legado de Francisco o un camino alternativo. Para los cardenales es una posibilidad real. Para los laicos y muchos curas de pueblo, no lo creo. Pero nosotros no votamos.
¿Qué sucedería si el próximo Papa decidiera cambiar de rumbo? ¿Si optara por una identidad más cerrada, más doctrinal, más defensiva que dialogante con la realidad social?
En el contexto actual del mundo, sería un error.
Nos daría una Iglesia menos influyente, ocupada más en autodefinirse internamente que en cumplir su misión hacia afuera. Una Iglesia que regula más de lo que acompaña, que observa con cautela más que con misericordia, que protege la ortodoxia como trinchera frente al cambio.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco advirtió: “La reforma de estructuras exige conversión de actitudes”. No se trata solo de revisar un organigrama o modernizar oficinas. El objetivo, dijo, “es purificar intenciones. No basta con cambiar leyes si no se cambia el corazón del poder”.
Quizá pensando en esa responsabilidad eligió a nuevos cardenales. Pero las resistencias a seguir esos caminos pueden cerrarlos. Renunciar a los caminos de Francisco significaría también alejarse de una Iglesia que escucha, que aprende, que se deja cuestionar. Significaría priorizar la uniformidad sobre la unidad en la diversidad; la seguridad doctrinal sobre la discusión comunitaria; la obediencia formal sobre la libertad espiritual. El fantasma de Lutero…
El cónclave tendrá que decidir entre tres caminos:

  1. Continuar con lo señalado por Francisco, como una continuación fiel e inteligente del Concilio Vaticano II.

  2. Renunciar a una misión pastoral para conservar poder, evitando delegarlo en sacerdotes de base y fieles.

  3. Refugiarse en el falso pudor de la moderación, que da dos pasos adelante y uno hacia atrás.
    La Iglesia se enfrenta al tiempo y al desafío de los nuevos significados de una vida solitaria y desconectada —paradoja de un mundo hiperconectado—.
    En esa soledad y confusión, la luz del Evangelio puede ser guía para el ciudadano global, inmerso en una crisis moral que fomenta polarización, odio y venganza. Como señaló Francisco, eso no cabe en la misericordia de Dios ni en su Iglesia, una Iglesia que escucha a todos, porque todos tienen algo bueno que aportar.
    Los caminos de Francisco son imperfectos, están llenos de tensiones y preguntas. Pero son caminos abiertos.
    La mayoría de los católicos no queremos volver atrás. Y aunque eso sea cómodo para algunos, recordemos que el Evangelio nunca fue cómodo.
    El Evangelio “no fue escrito para ser custodiado”, sino para ser vivido.

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