En la economía de una familia y de una nación, no hay magia. En su despiadada realidad, el esfuerzo de producir lo que se necesita para vivir, solo es tangible, cuantificable. Duela o no, complazca o desilusione. La realidad vil, sin sentimientos ni remordimientos.
Por ello las decisiones se comprometen con una racionalidad real. No hay buenas intenciones. No conmueven ni orientan a ningún sentido de caridad, solo, si acaso, a la solidaridad, pero también si reproduce capacidades.
México termina bien el año. La economía nacional muestra signos de crecimiento, el principal valor de todos los que necesitamos aprender a vivir, con un mínimo de autonomía. La dignidad se reserva para el otro concepto, el del desarrollo, al que pocos líderes políticos acuden, porque, primero se debe asegurar la producción de todo lo que se necesita y luego evaluar si fue para bien o para mal y a esto, los políticos siempre le rehúyen.
Sin embargo, la ecuación sigue siendo la misma. Crecimiento, motiva desarrollo.
Tarde o temprano tendrá que llegar. Aunque no es inercial su existencia, todos los que producimos, consumimos y sería inteligente hacerlo, primero sistemático y segundo duradero. El desarrollo debe ser el fin final de toda la actividad inteligente de la sociedad. Pero para ello, debe crecer la producción de bienes y servicios, para que alcance y luego, para que sobre y se ahorre.
Hace unos años, cuando por primera vez, Andrés Manuel López Obrador arribó a la jefatura del Gobierno del Distrito Federal, comenzó a repartir dinero, en efectivo, o como decía mi abuelita, “constante y sonante”.
Las críticas fueron despiadadas. Ningún promotor del desarrollo, en su sano juicio, consideraría, a ese regalo de dinero, cada mes, una acción inteligente que promueva bienestar, real, duradero y sostenible, para una familia.
Dos axiomas de la ciencia se enfrentaron. Uno, el apotegma que recuerda, que de la pobreza solo se sale cuando se tiene un empleo duradero, que pague un salario, durante mucho tiempo. Y mucho tiempo, es un largo, larguísimo plan. Otro, el de la cita bíblica “No le des un pez, enséñale a pescar”, que en la ciencia solo se traduce que sepa producir lo que necesita, para intercambiar en el mercado y para que no dependa de la voluntad de otros.
A lo mejor, la verdadera intención, era dar paliativos de corto plazo, para las familias más pobres o las más cercanas al proyecto político. Un programa que, en su verdad, encerraba su incertidumbre, porque, la capacidad de tomar dinero de los impuestos, ni la tiene cualquiera, ni podría durar para siempre.
Algo sucedió, que los críticos de opciones políticas diferentes al de perredista López Obrador, comenzaron a dar entregas mensuales similares a las familias más pobres o cercanas a su proyecto político.
El falso remedio, fue verdad. Se fue López Obrador del gobierno capitalino y se fueron las ayudas en ese sentido. Vinieron otras, parecidas, pero más completas.
La duda sigue siendo la misma, solidaridad o clientelismo. Las dos son respuestas válidas y así le han funcionado.
Ninguno tiene el derecho a “sentarse en el banquete de la humanidad, si no ha producido su alimento”, prescribe el economista clásico. Pero, el recibir dinero en efectivo, tomado de los impuestos, produjo, de entrada, dos alivios, reducir la preocupación en muchas familias que no tenían que comer al otro día, lo cual es positivo y calmar la normal rebeldía, ante todo, que, no tener nada para comer, produce.
El aprendizaje, vino para mí, cuando un economista, serio, respetable, atajó mis comentarios negativos a esa entrega mensual de dinero, tomado de los impuestos, para regalárselas a los pobres. Me dijo, una madre de familia recibe el dinero que le da el gobierno y ¿qué es lo primero que hace?, ¿a dónde va? Y contestó rápidamente: “A Coppel, a comprarse su televisión, a Chedraui a comprar despensa, a Elektra, en fin, a una tienda a comprar.”
Y así entendí que, aunque en el discurso político del actual gobierno, los ricos, los que, siguiendo el viejo discurso marxista, se apropian de la riqueza que producen los que trabajan, siguen siendo los malos, también siguen siendo los que, pacientemente esperan los pagos mensuales de las “lanitas del bienestar” que Andrés Manuel, manda para paliar la pobreza y asegurar la lealtad a su proyecto político. Saben esos “de arriba”, que el mismo día que los reciben llegaran a las cajas registradoras de sus comercios, para comprar o para realizar los “pagos chiquitos”.
Un impulso indirecto que beneficia a los fifís, a los ricos, “A los de arriba”, como ahora dice Andrés Manuel. “Les está yendo bien, a los de arriba”.
En economía no existen las casualidades, ni las magias. Las decisiones funcionan y, aunque no fue su intención inicial, su objetivo, ahora, también sirve a los de arriba. Hace bien Andrés Manuel en festejar que su principio de gobierno: “Por el bien de todos, primero los pobres”, funciona.
Y su exaliado, el señor Salinas, el de la televisora y los pagos chiquitos, podrá decir que, las decisiones presidenciales de repartir miles de millones de pesos a las familias pobres, funcionan: Aquí los esperamos en la tienda de la esquina.