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miércoles, julio 3, 2024

El patriarca

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La sabiduría popular consigna que ningún político, estando en sano juicio, se retira de la actividad política. Porque la política también es una vitamina que revitaliza y confirma ambiciones. La vitamina P es milagrosa. Reanima a continuar haciendo política y sobre todo a justificar la necesidad de seguir haciéndola.

La vida, las actitudes y la manera de comprender su realidad circunstancial dan al político razones para seguir siendo político hasta la muerte. Forma en su persona y en su oportunidad un maridaje irresistible con el ejercicio del poder público que nunca será, ni despreciable, ni inútil, porque siempre habrá algo aprovechable, frente al mar de negativos en los que, siempre, navegará un político.

Siempre habrá una explicación para justificar su vida activa en la política. Siempre habrá un debate, a veces cruel, irrespetuoso o inmerecido, pero será, paradójicamente, esa polémica la que reasigne oportunidades, exija intervenciones y justifique su presencia en esa esfera pública que Habermas señala como el espacio vital para hacer política.

Al principio son aspiraciones legítimas, derechos consustanciales a la misma naturaleza del ser humano. Después son oportunidades de servir y demostrar liderazgo. Al final son obligaciones ineludibles.

Así al transcurrir la vida política de un político profesional se integra autoridad, respeto y confianza. También, lo contrario.

En todos los años que Andrés Manuel ha luchado por construir un liderazgo real, vigente y poderoso, ha revalorizado la eficiencia de la acción política. Su herencia política es un patrimonio que la nación no debe desperdiciar. Más allá de lealtades a su persona, a su Cuarta Transformación o a su Movimiento de Regeneración Nacional, tenemos la responsabilidad de revisar y analizar las experiencias que su estilo personal de gobernar, deja como enseñanzas y aprendizajes,

Deja porque se impone la evaluación de su mandato, que no implica, en el caso del Presidente López Obrador, ni obituario, ni desperdicio.

Termina su responsabilidad como Presidente de la República. Inicia su patriarcado. Es su derecho ganado con inteligencia, activismo diario, disciplina y realidades, a las que, en la óptica de un político sabio, siempre habrá que seguir transformando y en las que siempre será necesaria su presencia.

Lopez Obrador no se retira del ejercicio del poder público. Cambiará de domicilio, de denominación como persona, pero no se irá, ni del debate público, ni de los procesos de tomar decisiones de interés público.

Hay razones para entenderlo. Hay necesidades para justificarlo. Hay inteligencia, valor y audacia para utilizarlo.

Hoy, en la victoria de su coalición electoral hay más fuerza popular para que Lopez Obrador, el Patriarca de la transformación Nacional, siga ejerciendo el liderazgo que necesita el país para continuar una obra que ahora está inconclusa y amerita continuidad social y políticamente eficiente.

Hay, por supuesto, mexicanos y mexicanas que no lo consideran necesario. Otros ven su obra como una amenaza a los intereses de algunos grupos. Están en su derecho. Todos debemos defender nuestra razón de vida.

Dos razones bastan para justificar su paso por la Presidencia de la República y su necesaria participación en el futuro inmediato.

“Primero los Pobres”, el principal objetivo de su movimiento, ha demostrado que se puede rescatar de la pobreza a millones de paisanos, devolviéndoles su capacidad económica de decisión y de consumo. Ha demostrado, también, que los apoyos para el bienestar han sido benéficos para la economía nacional. Las entregas de dinero a millones de mexicanos y mexicanas regresan como ¡!paguitos! a las grandes comercializadoras que incrementan la demanda de productos y servicios a las organizaciones productivas a las que, también ha dicho, “les ha ido bien en este sexenio”.

Ha impulsado una nueva economía, comprometida más con la redistribución de la riqueza, que con la obtención de utilidades. Ha promovido, diría Muhammad Yunus, el premio Nobel de la paz, empatía con la población y sus luchas para cambiar sus condiciones de vida, con un liderazgo que escucha y comprende las necesidades de los más necesitados.

Por eso su autoridad es fuerte y respaldada por unas mayorías que ven, en sus decisiones, oportunidades para sobrevivir y posibilidades de dignidad.

Su metodología para comunicarse diariamente con los ciudadanos a los que siempre verá como electores es otra de las innovaciones en el ejercicio del poder público. Las mañaneras de López Obrador crean escuela, porque demuestra eficiencia, dirigen la polémica hacia donde él la necesita, le impone temática y contextos, la lleva hacia sus objetivos personales. Crea un liderazgo que ahí está, indestructible.

Contra viento y marea, siempre como ave fénix de tempestades, ahí estará López Obrador, el patriarca. Sin miedo a las incomprensiones, sin corajes a los opositores, hasta que otro líder lo sustituya y se convierta en el nuevo patriarca.

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