Cada presidente innova. Poco o mucho.
Trasciende o no, sería la pregunta de lo que ahora se vive en México.
La intensidad, la velocidad, la cobertura y la calidad de lo que se cambia define su calidad de innovación o simple modificación temporal.
De las decisiones políticas y económicas, dependerá la transformación de las instituciones culturales y sociales. Estas últimas serán, nos guste o no, las que definan la trascendencia y su calidad, el período de pertinencia y la utilidad social.
Después de todo, el gobierno es un factor, eso tienen que reconocerlo quienes gobiernan. Que sea el más influyente o poderoso, no depende solo de sus intenciones o capacidades de hacer. Van más allá, a las de convencer y esto no se logra en el corto plazo ni con la mejor publicidad.
Tarde o temprano, toda estrategia de gobierno tiene que medirse en la experiencia individual y familiar. Es en ese nivel micro, donde se apreciarán, se despreciarán o aborrecerán sus resultados.
La Cuarta Transformación ha iniciado, en muchos sentidos, con una intención que ninguno podría despreciar: La corrección de vicios, que las costumbres de administrar el poder popular, concentrado durante muchos años en un solo grupo político, definieron como abuso, corrupción, impunidad y cinismo.
En las decisiones ese grupo, convirtió en ineficaz la representación y la delegación de la voluntad general, acentúo la desigualdad y dificultó la movilidad social.
Acumuló enojo y necesidad de cambios que la inteligencia de López Obrador, llevó a las urnas y motivó un cambio real, de ideas y de costumbres.
No es fácil, entender toda la capacidad de transformación de ésta, que el mismo López Obrador calificó como la Cuarta en la Historia Moderna de nuestro país.