En estos días, muchos piensan que gobernar es fácil y que cualquiera, sólo por el derecho que le asiste, lo puede hacer. Pero gobernar desde siempre es difícil y seguirá siéndolo; más cuando se intenta construir una nueva calidad de ciudadanía.
A eso también se refiere la 4T.
Gobernar a los franceses no es fácil, dijo el General De Gaulle: hay más de 100 tipos de quesos, ¿cómo ponernos de acuerdo? Esta anécdota no puede reducirse a la frivolidad del gusto; estaría más en la realidad de la comprensión de la calidad humana y de sus capacidades para entenderse y ponerse de acuerdo. Casualmente de esto se encarga la política.
Gobernar, en esta etapa, exige cuidados inteligentes porque también es producto de una alternancia en el gobierno federal, que busca prolongar mucho tiempo su estancia en el crisol de las decisiones nacionales. Aunque es distinta a las que ya hemos conocido los mexicanos, confirma que, sin importar los objetivos, en los tres modelos de alternancia, el del PAN en el 2000 y sus doce años, para muchos perdidos como opción política y en el que siguió de regreso del PRI, las condiciones en las que se construye el gobierno siempre cursa sobre esta dificultad de entendimiento, lo que hace sumamente complicada la intervención de los ciudadanos y las ciudadanas.
Del centro priista de más de 71 años de hegemonía, a los efímeros 12 del panismo derechista y los excesos de corrupción e impunidad de la segunda etapa priista, la historia es similar; la dificultad de entenderse con los ciudadanos sugirió al gobierno los extremos del control y la terquedad del acatamiento.
Y si eso motivó el cambio hacia la izquierda, la pregunta obligada es por qué también en esta transformación se recurre a la misma metodología; matizada por la vitalidad del odio y la polarización.
La política, dice una de sus definiciones, es una lucha permanente entre acatamiento y coerción. Es una definición cruda, pero cierta, del arte de gobernar y construir las decisiones de interés colectivo.
Erradicar vicios anteriores es un objetivo socialmente útil y deseable. Muchos mexicanos estamos hartos de la imposibilidad de hacerlo del lado de la acción ciudadana; por eso, había que tomar el control del gobierno para que fuera realidad. Aún no sabemos que tanto lo es, pero al menos se nota que la intención en algunos aspectos se va consolidando real. El tiempo apremia, es cierto, está por vencerse el primer sexenio y las dificultades de entenderse con los grupos sociales que estarían fuera de la clasificación morenista de “pueblo bueno” lo hacen por momentos imposible.
Entonces la coerción, el miedo y la amenaza se antojan como estrategia para construir gobierno.
No es necesaria. Tampoco socialmente útil y políticamente cómoda porque desespera y radicaliza. Entonces la transformación se dificulta.
Los grupos clasemedieros, en términos de economía familiar, de educación y de cultura, saben que defender sus intereses mete rigidez en el gobierno. Saben también que es su única oportunidad para al menos sugerir, que no influir, alguna flexibilidad en la metodología para definir lo que es de interés para todos.
También para que no sean los únicos malos de la película de la transformación.
Volver a la historia de los buenos contra malos, de los pobres contra ricos, no sintetiza correctamente la verdad sociológica y política de la sociedad mexicana. No somos la sociedad de los años setenta, menos los románticos de una izquierda que bajo ese método no prosperó.
La izquierda de hoy debe hurgar entre sus recetas algo innovador, pero eficiente para lograr que los mexicanos mejoremos nuestras capacidades de entendernos, acordar e intervenir a favor de los intereses nacionales.
La transformación es una opción inteligente, necesaria y urgente, pero para ser totalmente real necesita incluir a todos los grupos. Vivimos días que hacen urgente la Inclusión, un concepto muy propio de esta cuarta transformación. Pero la inclusión no debe ser discriminatoria porque deja de ser inclusión; no debe exigir renuncias trascedentes porque cada grupo tiene una responsabilidad en esa transformación.
La transformación debe innovar las instituciones y sus formas de decidir, es cierto, pero debe hacerlo también no solo valorando los costos y riesgos de la intervención de cada grupo. Debe tomar en cuenta la calidad de sus contribuciones y su disposición para construir entre todos, las reglas que incluyan a todos y dispongan espacios para todos, moderando excesos, es vital, pero nunca cancelando sus oportunidades de contribuir, porque ninguno sobra, todos son necesarios.
No hacerlo, también implica disminuir posibilidades de incrementar las capacidades del “pueblo bueno”, y esto en la 4T sería inmoral y, además, su tumba.
Por eso sigo preguntándome si es indispensable la polarización como método de ayudar a producir la inevitable riqueza para después distribuirla; eso sí, mejor, con otros criterios de la nueva justicia social que persigue la 4T. Si no hay riqueza, no habrá algo que redistribuir.
Por eso, ¿podríamos pensar para la economía, algo similar a la política de “abrazos, no balazos”?