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jueves, noviembre 21, 2024

Antes y después

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Un líder solo ve consumado su liderazgo en la aceptación de quienes le reconocen utilidad y respeto. Así, en ese orden.

Utilidad en sus propósitos personales o familiares, respeto a sus necesidades y ambiciones.

Termina un ciclo en la vida pública de los mexicanos y las mexicanas, pero no necesariamente termina una época. Aún hay quienes no lo entienden, aún hay quienes no quieren que así sea.

López Obrador se va de la Presidencia, pero no se irá de la conciencia colectiva.

Ha dejado huella, firme y clara.

En su larga lucha para llegar a la Presidencia de la República, Andrés Manuel conoció la realidad auténtica de una sociedad que había abrigado a la corrupción como algo inherente a las decisiones individuales y colectivas.

En el tramo priista de la formación de su vocación pudo entender la dualidad del poder público: El indispensable respaldo de mayorías, de un lado, y el costo para mantener su fidelidad, en el otro. Ambas condiciones fueron siempre indispensables para lo que un político necesita y fundamentales para organizar y sostener un movimiento político.

Se quedó con la primera, pero decidió modificar la segunda.

El costo, medido en la calidad de vida, en la amplitud del ejercicio de las libertades, y sobre todo en la hipoteca del futuro deseable, fue alto, inmoral y nada reivindicador.

Así, no se debe financiar un esfuerzo para mantenerse en todo el poder público.

Cuando, finalmente en 2018 convenció a la mayoría de los electores, para cambiar esa regla política, que, por el arraigo de su fortaleza, se consideró imposible de evitar, Andrés Manuel, inició una transformación real del ejercicio político en nuestro país.

Erradicar la corrupción y la impunidad gestada en más de 70 años de hegemonía política, fue el objetivo de su arribo a la Presidencia y la razón para una nueva etapa nacional. También 18 años de aprendizaje y construcción de valor, para nuevas decisiones.

La corrupción, en su gobierno, fue identificada como un mal, nada indispensable para funcionar como sociedad inteligente. Su batalla por acabarla, admite resultados importantes, pero no absolutos.

Sin embargo, ha fijado en la conciencia colectiva, la ineficiencia de la corrupción y la necesidad de evitar prosiga y se expanda esa inmundicia llamada impunidad, su compañera inevitable.

En la rendición de cuentas, motivar a todos para entender que la corrupción era el mal mayor del poder político y un negocio que solo benefició a algunos, es el saldo positivo de su gobierno y el patrimonio de una nueva moral colectiva, que debe mantenerse, sobre todo ahora que ha demostrado que la corrupción no es naturaleza forzosa de los mexicanos.

Lo que se ha logrado no debe sustentar una nueva hipocresía ni fomentar falsos pudores.

Toda transformación pasa por el cambio de mentalidad y aceptar que lo que se hacía, no era lo mejor y López Obrador ha sembrado una diferencia cualitativa en las formas del hacer entre todos.

Al final de su sexenio, en la inevitable necesidad de evaluar el antes y el después, debemos ser, claros y honestos.

No acabó con la corrupción, es cierto, a lo mejor persistieron nuevas formas de ella, pero fijó en el pensamiento de todos, la perversión y el daño de consentirla, hacerla o permitirla. Este es el gran logro en uno de sus dos objetivos principales.

Sanear las formas, substituir sus falsas razones de Estado, invitarnos a transformar las ideas y los procedimientos, son mérito de este ciclo que ahora termina, pero fuerza de la nueva etapa que está construyendo.

El gobierno de Andrés Manuel admite muchas interpretaciones, su estilo personal de gobernar, muchas críticas negativas, sus “otros datos”, variadas desconfianzas, la obsesión en sus consignas personales, también incluyen contenidos dictatoriales. Pero ninguno puede omitir que aún en esos claroscuros, su liderazgo nacional, es indiscutible. Cambió radicalmente seguir los usos y las costumbres asociadas al poder público, pero confirmó que no hay poder de transformación sin el respaldo mayoritario de la sociedad política.

En esto, la satisfacción y las preferencias que siempre ha mantenido en las encuestas, los actos multitudinarios de respaldo popular hacia él y también a su gobierno, nos recuerdan las etapas gloriosas de un abuelo priista, que renació en un movimiento de regeneración nacional, pero que también nos enseña que no todo lo pasado es desechable.

Qué tiempos aquellos. Qué tiempos de gloria señor Don Simón.

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