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lunes, julio 1, 2024

Adiós PRD

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El Partido de la Revolución Democrática (PRD) se va, pero deja muchas tareas pendientes a quienes, políticos profesionales o no, se autodenominan de “izquierda”. De paso, sugieren a todos los partidos políticos, mirarse en este espejo y recordar orígenes y destinos.

La “izquierda” en México nunca ha logrado ser unida ni unitaria. Su naturaleza social, una amalgama de grupos no favorecidos por el desarrollo, menos por el crecimiento económico, le da, siempre, un carácter de luchar a cada grupo por su propio lado. Su conciencia social le asigna urgencias y desesperaciones para generar condiciones para su bienestar como grupo, antes que como generación.

Nunca fue fácil hablar de una sola izquierda. Nunca fue fácil unificarla. Nunca fue fácil representarla. Por eso la gran paradoja de hoy, cuando una izquierda hereditaria de muchos de sus preceptos ha llegado, por fin, al poder de la nación, el partido que gestó su parto, muere, víctima de su obsolescencia ideológica, de su aislamiento, de su pereza, de su indolencia, que no entendió que el activismo político es la única razón de la vida de las izquierdas en todo el mundo.

Las delicias del poder público pervirtieron sus propósitos de una versión de izquierda, que si bien nunca provino directamente de las izquierdas reales y radicales de la tradición mexicana, sí heredó un capital político de izquierda, que no supo cuándo lo dilapidó o se le fue entre las manos.

En su lucha por el poder, o por los escaños en la representación política, se asoció perversamente al líder hegemónico en 30 años de los 35 que vivió el PRD. Eso suavizó sus matices de izquierda, en el mejor de los casos lo acercó al centro ideológico, pero le quitó su razón de ser. Justificantes habrá muchos, pero todos ahora pasan factura.

A pesar de esa tradición de sumisión y dependencia política que le dejaron jugosas ganancias presupuestales, pero disminuyeron su eficacia como representación del pueblo oprimido, el PRD no quiso asociarse al nuevo líder hegemónico que en teoría política y realidad social, es su hijo político. La distancia entre PRD y MORENA, está comprobado, es cada día más grande y más difícil. Es irreversible, así lo han determinado los electores.

El PRD sucumbió a las tentaciones del poder hegemónico, mandó al archivo sus objetivos reales e ingresó a la asociación de partidos políticos que gobiernan al país, donde sus responsabilidades fueron diferentes a las que le dieron razón y origen.

Solo viven dos de los cuatro principales que fundaron PRD. ¿Cuál será su juicio final en esta derrota de una izquierda poco romántica, combativa y plena de energías para conquistar la voluntad del electorado mexicano? ¿Cómo justificarán su incapacidad de preservar el legado ideológico de Porfirio Muñoz Ledo y la energía pragmática de Heberto Castillo?.

Hay mucho que aprender de esta muerte anunciada del PRD, al que Cuauhtémoc Cárdenas dio liderazgo y triunfo en ese obscuro y poco estudiado 1988, parteaguas de una nueva página política nacional a la que el poder hegemónico les convocó para que no cambiara la historia política nacional, y que les colocó en la antesala misma de la Presidencia de la República, vieja situación y debate no esclarecido.

El fracaso del PRD seguramente está siendo valorado, por los saldos y los pendientes provocados por su confusión, por el lucro y su apatía por la solidaridad con quienes originalmente le dieron existencia.

En la frialdad de la reflexión, ¿qué lecciones deja a la maestra Ifigenia Martínez, ícono de ideales de lucha y emancipación de una izquierda galopante y socialista, por quien Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum votaron y hubieran deseado fuera la primera mujer presidenta de México?

Es difícil mantenerse leal a nuestras propias ideas. Es imposible siempre alojarse en la voluntad firme de no abandonar o confundir la lucha. Es injusto siempre que el combate interno por la supremacía de los pensamientos de cada grupo interno postergue el objetivo colectivo. Es inútil que al calor de la discusión permanente, uno de los defectos o fortalezas de la izquierda tradicional siempre arroje división, enemistad y poca colaboración.

Es difícil, todos los sabemos, abandonar el yo, por el nosotros.

Pero más difícil es no entender que cada partido político tiene su posibilidad y su tiempo y que son nulas o cortas cuando solo se lee la realidad nacional por las ganancias que deja, así sea en recursos o en puestos políticos que no se ganaron, muchos, en las urnas.

La comodidad en la lucha de la izquierda, nunca será fuera de estar con quienes se ganan el derecho de representarlos, más allá de que se los pidan, o crean que pueden y quieren hacerlo.

En la lucha política el principio y el fin tienen la misma razón: mantenerse activos y socialmente eficientes. Hacer de la unidad y fuerza política de un movimiento, energía potencializadora, no claudicante.

Eso olvidaron los dos últimos dirigentes del PRD.

Ahora enfrentan el juicio de la historia. Seguramente estarán recordando el día en que uno de sus principales, con firmeza y tristeza, abandonó sus filas, víctima de la incomprensión y el abandono de quienes llegaron a ser “dueños del PRD”.

La ausencia del PRD solo agiganta la inteligencia de los cuatro que, a tiempo, lo abandonaron para ir a crear otros caminos diferentes al orgullo y la avaricia. Cuauhtémoc, Porfirio, Ifigenia y Andrés Manuel, cuando desertaron del PRD iniciaron la debacle final de este partido.

Andrés Manuel López Obrador debe estar preocupado, porque el final de una opción de izquierda, así fuera inútil y perniciosa, es siempre una derrota a la que solo supera el aprendizaje de sus errores y el aprovechamiento de sus aciertos.

Ahora entendemos la firmeza en la conducción de la nueva izquierda que hospedada en un Movimiento de Regeneración Nacional no confunde, al menos hasta ahora, razones históricas o políticas, ni olvida sus responsabilidades con quienes, otras organizaciones políticas, despreciaron o se avergonzaron.

Ahora entendemos la insistencia de Andrés Manuel en no olvidar y nunca postergar cumplir con la razón primordial de una izquierda que quiere ser respetada: “PRIMERO LOS POBRES”.

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