¿Qué sería de nosotros sin ellas, las migrantes?
A más de cinco mil kilómetros de distancia, en el Condado de Orange Vermont, con menos de cincuenta pobladores, se localiza la población de Yoscama, punto invisible en la sierra oaxaqueña. La distancia, el clima y la escasez de recursos son una historia de las tantas que hay, donde la falta de oportunidades condena a sus habitantes a la siembra del frijol y el maíz como acto de supervivencia. Margarita, oriunda de aquellos lares, tenía menos de un año de haber llegado a estas tierras sajonas cuando conversé con ella. Aquí la esperaba la inhospitalidad del clima, la pandemia y la nostalgia eterna por el lugar de origen.
“Soy de la Colonia Reforma, en mi lengua mixteca, ‘Yoscama’. Mi pueblo tiene menos de cincuenta habitantes. Mi colonia queda cerca del municipio, a 30 minutos a pie. Es una de las más pequeñas y sin recursos. Ahí todos somos campesinos, trabajamos en la parcela para que, aunque sea, las tortillas y los frijolitos no nos falten. No hay tienda, ni escuela ni hospitales ni clínicas para atendernos la salud. No hay a donde ir de compras, ni nada. Para poder ir a la escuela hay que caminar más de 30 minutos y llegar al municipio. No por calles, ni nada, es puro monte, terracería.”
Margarita es de familia numerosa: “tengo a mis padres y cinco hermanos. Soy la mayor de todos. Tengo una hermana de 17 años. Las otras tres son menores de 10 años y un hermanito de ocho años. Mis padres al igual que todos, son campesinos y se dedican a la siembra de maíz, frijol y verduras. Esto es para la familia. La siembra no da para más. Igual los otros siembran lo mismo y es difícil vender los productos”.
A los 20 años, Margarita emigró para “poder ayudar con las despensas de la casa, y para que su familia pudiera comer un poquito mejor”. Llegó en el pico de la crudeza del invierno y el brote de la pandemia de Covid. Aunque vino con visa de trabajo, el viaje fue extenuante:
“Me vine con visa de trabajo que tramité en Monterrey. Hice dos intentos. El primero no fue fácil; en los formularios hubo muchas preguntas y no las supe contestar. No pasé la entrevista y me negaron la visa. El segundo me fue más fácil, por el Covid, la entrevista fue escrita y una persona me ayudó a responder las preguntas bien. El viaje fue muy largo. De mi pueblo tuve que viajar a una ciudad que es a tres horas para tomar un autobús que salía a México. El boleto me salió en 400 pesos, muy caro. Nunca había salido yo fuera de Oaxaca, estaba muy triste. De México tomé otro que me llevó a Monterrey y me salió en más de mil pesos.
“En Monterrey me quedé en un hotel más de una semana. Hubo complicaciones con los trámites. Para lograrlos tuve que esperar más de ocho meses. Cuando ya tenía aprobada mi visa, tomamos un largo viaje en carro con otras siete mujeres. El viaje duró mucho tiempo en carretera hasta Indiana. Más de 30 horas. Sólo hacíamos paradas para ir al baño en las gasolineras y para comprar cualquier cosita de comer y así aguantar la ruta hasta llegar. Trabajé tres meses ahí y después alcancé a mi esposo, que estaba aquí en una granja lechera en Vermont. Él me mandó traer con un ‘raidero’. Me daba miedo porque no conocía a nadie. Me tranquilizaba que mi esposo sabía mi ubicación. Él estaba pendiente de por dónde yo venía. El viaje fue muy largo, más de 13 horas. Ha sido muy difícil adaptarme a este frío, sobre todo en las mañanas que se siente tan recio y le duelen a uno los huesos. Allá en mi pueblo nunca sentí tanto frío”.
Margarita trabaja medio tiempo en la granja y cubre los turnos de los compañeros cuando enferman. Para ayudarse prepara también comida y la vende entre los compañeros de su casa y de otras casas, al respecto me comentó:
“Con la venta de comida ayudo a mi esposo con los gastos de aquí, de la renta de la casa y los servicios. Con lo que nos queda extra lo enviamos enterito a mi familia y también a sus padres en Oaxaca. Vendo comida y cenas todos los días. Se siente bonito que podemos comer juntos y que les gusta la comida de Oaxaca, es como estar en México. Hago las tortillas a mano y eso es lo que más les gusta”.
Las manos de Margarita son manos de mujeres que amainan la nostalgia y que sostienen el mundo.