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miércoles, septiembre 18, 2024

Reforma judicial, Estado y el cadáver opositor

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El martes 16 de noviembre de 2021, el PRIAN, el Señor X -alias Claudio X. González-, los Calderón, los loquitos de feria del vomitivo Atypical TV y demás panda de impresentables comenzaron una guerra para la que no estaban preparados.

A través de sus ministros en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ese día decidieron jugar a las vencidas con Andrés Manuel López Obrador sin saber que, a partir de ahí, serían domesticados y llevados al lugar que nunca pensaron ocupar en la historia.

Borrachos de euforia proclamaron a los cuatro vientos su triunfo, su aplanadora, el haberle corregido la plana al presidente de la República al declarar inconstitucional la ampliación de dos años la gestión de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea para que concretara la reforma al Poder Judicial que pretendía la Cuarta Transformación.

Una reforma, no sobra decirlo, que pretendía quitar los privilegios y desmontar el corrupto sistema judicial cuya mística se basa en la sabia frase popular: Con dinero baila el perro.

Una institución disfrazada en el mito de la carrera judicial, el amparo y el equilibrio de poderes, pero que en los hechos está vendida al que ofrezca más dinero por una resolución y responde a un modelo de justicia que privilegia la economía, a los grupos de poder, a la oligarquía, en lugar del ciudadano o el mismo Estado.

El amasijo de intereses que convergieron para impedir la continuidad de Arturo Zaldívar fue el mismo que respaldó al PRIAN en la elección intermedia de 2021 para impedir que Morena y sus aliados lograran la mayoría calificada y hasta redujera el número de curules. (Pasado el tiempo esa fue, quizás, la única vez que hicieron algo decente).

Envalentonados por los resultados electorales se lanzaron a una guerra abierta contra la Cuarta Transformación y Palacio Nacional.

No fue una lucha por el equilibrio de poderes sino una confrontación entre un grupo opositor, defensor del status quo que sometió a México al neoliberalismo y sus nefastas consecuencias, contra un proyecto que siempre apostó por fortalecer al Estado mexicano frente al mercado.

La pugna se extendió a abril del 2022 cuando en San Lázaro, Morena y sus aliados no pudieron conseguir la mayoría calificada para llevar a cabo una reforma constitucional en materia de energía eléctrica. Fue la primera vez en que un presidente de la República se topaba con pared al proponer un cambio a la Carta Magna.

Lo que vimos en la tribuna legislativa fue el surgimiento de los dos rostros que cohabitan en México. Uno que pugna porque el Estado recupere la rectoría y otro que defienden a capa y espada la reforma energética de Enrique Peña Nieto, ideada para favorecer a las grandes empresas trasnacionales, con el beneplácito de Estados Unidos, el Banco Mundial, el Foro Mundial de Davos y el Fondo Monetario Internacional.

Después del golpe, los meses pasaron y la oposición, contrario a lo que se pensaba, creó una burbuja política de la que nunca salió. Creyeron tener la fuerza suficiente para frenar a López Obrador, ser un contrapeso y decapitar su proyecto en la elección de 2024. Los loquitos de la feria se hincharon de soberbia al proclamarse los adalides de la democracia, la justicia y el único proyecto de nación que se merece nuestro país.

Ciegos en su análisis nunca vieron que su odiado enemigo de Palacio Nacional caminaba de acuerdo con su plan trazado, en el que se aprendió de los errores del 2021, se ajustó los resortes del establishment morenista, se cobraron cuentas a quienes no dieron resultados y a quienes traicionaron al movimiento sin renunciar a su militancia. López Obrador, a diferencia de lo que creía la oposición, nunca dejó de divertirse en el poder e incluso hasta exhibió la miseria de sus adversarios que lucraron por días con una complicación de salud que tuvo.

Los proyectos, los programas, el plan presidencial nunca cambió; de hecho, se ajustó, se fortaleció y le pusieron turbo. De inmediato se vio que oposición era incapaz de convertirse en un contrapeso y su discusión se cerró a un círculo cuyos integrantes se aplaudían y adulaban entre ellos mismos.

En la calle, en la realidad del mexicano, los programas sociales circulaban, lo mismo que un discurso presidencial certero y empático con un pueblo que arrastraba décadas de lastres a manos del PRIAN, con salarios de miseria, marginados de la procuración y administración de justicia; herido por una guerra sin sentido contra los cárteles del narcotráfico.

A estas alturas algo está muy claro: Si alguien entiende el alma y el inconsciente del mexicano ese es López Obrador. Al acercarse 2024, el presidente de la República tenía todo listo para ir a la batalla más importante de su vida política: consolidar su legado.

Impulsó un perfil presidencial que terminó siendo respaldado hasta por la clase media y sectores que el PRIAN juraba que tenía en la bolsa. En contraparte, López Obrador solo tuvo que llevar el nombre de Xóchitl Gálvez Ruiz a La Mañanera para eclosionar a la alianza PRI-PANPRD e imponer a la candidata presidencial, quien rebasó por la derecha al insípido Santiago Creel Miranda, el consentido de los dirigentes nacional y bloques duros.

Al iniciar la campaña presidencial nadie dudó en que Claudia Sheinbaum Pardo sería la primera presidenta de México. Entonces, la oposición concentró sus esfuerzos para impedir que Morena y sus aliados obtuvieran la mayoría calificada.

El resultado fue una masacre electoral que ridiculizó a todos los adversarios de la 4T. Hasta una opinóloga a la que ni sus alumnos quieren se atrevió a decir que los mexicanos se volvieron a colocar las cadenas que ellos, los próceres de la democracia, les habían quitado.

Tras el arrollador triunfo todo lo demás fue un trámite sencillo.

¿Qué hizo la oposición? Montar un discursillo de que había una sobrerrepresentación y demás estupideces con la finalidad de que los órganos electorales les diera las diputaciones y senadurías que no pudieron ganar en las urnas. Nuevamente mordieron el polvo.

Humillados nuevamente, la oposición recurrió a pedir el apoyo de quienes son sus verdaderos jefes: Estados Unidos, la oligarquía y los factótums del neoliberalismo.

Su último recurso es generar miedo en el mercado, sobrecargar al peso, elevar la volatilidad de la moneda y las inversiones.

¡Y claro que tienen miedo!

El principal enemigo del sistema que pone al mercado y a las mercancías por encima del ser humano es un Estado rector. Y no hay mejor rectoría que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en la misma ruta.

Los neoliberales detestan al Estado. Hicieron todo para derribar, subyugar o desaparecer
a cuantos Estados se opusieron a sus designios. Ayer se concretó la reforma al Poder Judicial y todo regresó a su origen: una guerra para la que la oposición nunca estuvo preparada.

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