El arte en sus diferentes expresiones nos ha mostrado cuán horribles y absurdas son algunas cosas. Sin embargo, se convierte en eso que el humano no ha podido superar o trascender, sino al contrario se empeña en seguirlo provocando.
Cuántas películas escalofriantes más tendremos que ver para convencernos de que estamos acabando el planeta con nuestras acciones; cuántos videos, actuados o no, pasarán por nuestros teléfonos y redes sociales para entender lo absurdas que son la guerra, la crítica, la falta de empatía, y todo esto que cuando es visto a lo lejos parece tan obvio.
Llevamos días viendo imágenes de personas que no conocemos, en lugares lejanos a nuestro país que están sufriendo en este momento y se encuentran en un gran estado de vulnerabilidad.
Somos capaces de despertar mecanismos poderosos inherentes al ser humano como la solidaridad, la compasión y la conciencia. Sin embargo, parecemos no emplearlos para intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con el arte?
Vayamos al tema, haciendo un poco de historia.
A principios de los años 60 la llamada “libertad de expresión” fue la bandera ideológica en Estados Unidos, sin embargo, el término resultó ambiguo ya que la cacería de brujas que ese país hizo contra los comunistas pasaba por encima de los derechos de libertad promulgados.
El país vecino del Norte tenía como misión enfatizar la libertad de expresión con lo que lograría colocarse en un nivel intelectual “superior”, expresando que hasta el arte podría pensar como él quisiera, es decir, era libre.
Había una marcada diferencia entre el llamado arte moderno y el arte de Rusia llamado realismo social, un arte que parecía más estilizado y confinado a su tema y que, en comparación con el arte moderno, se hacía rígido y negaba la invitación a pensar libremente ya que todo estaba dado en la imagen plasmada.
Hagamos más claro lo dicho. Los invito a viajar a los años 50 cuando surgieron artistas como Jackson Pollock, Robert Motherwell, Willem de Kooning y Mark Rothko, quienes precisamente son los llamados artistas modernos, y proponen a través del arte trascender la intelectualidad. De ahí surge el rumor de que este grupo de artistas trabajaba a favor de la CIA a pesar de que todos ellos eran considerados excomunistas.
Conectemos así al grupo de artistas y su expresión con algo de la guerra ideológica que estaba ocupando los 60. No hay certeza de su colaboración con la CIA, sin embargo, la propuesta artística comparada con el arte ruso parece encajar de alguna manera en esta teoría.
Pero, ¿qué está pasando hoy? Desafortunadamente estamos viviendo una guerra, y no sabemos cómo va a terminar; mucho menos qué pasará en términos de expresión de esa horrible vivencia a través del arte. Por esto hablaremos de un artista que parece crear la conexión y logra hacer el enlace entre la imagen clara y los mensajes que implican valores que el ser humano dice querer alcanzar a través de las redes sociales y todos los medios de exposición.
Takashi Murakami es un artista contemporáneo japonés, nacido justo en la década de los 60; trabaja los medios digitales, así como la pintura y escultura. Su arte ha causado polémica por ser considerado demasiado comercial, moda o animación; y no tendría cómo no serlo ya que ha hecho colaboraciones con firmas como Louis Vuitton, artistas como Billie Eilish, J. Balvin; trabaja con lugares comunes o comerciales como la happy face o carita feliz y también usa la animación.
Pero, ¿qué hay realmente detrás de las flores felices que el artista propone en su trabajo, independientemente de lograr esa identificación con el espectador a través del recuerdo infantil que nos hace pensar y creer en un mundo mejor?
La combinación de un arte en parte naif (viene de naive ,que significa inocente en inglés) de las caritas felices y las flores, en el arte de Murakami –descrito en ocasiones como psicodélico por los colores– y un plano que no maneja la tercera dimensión haciendo homenaje a las caricaturas japonesas, combinada con iconos del animé, manga, hongos, esqueletos y la iconografía que implica complejidad –característica de la cultura Otaku– que en palabras del artista otorga esa extraña y shockeante realidad con toda su fuerza.
El artista incluye en su arte algún símbolo de la destrucción de esa aparente felicidad. En los campos de flores sonrientes podemos ver a lo lejos un avión de guerra que se dirige a bombardear Japón en los años 40; las caritas felices rodeadas de esqueletos; la repetición de patrones de círculos felices casi siempre incluye algún personaje de dientes filosos y amenazantes. Es tierno y perturbador a la vez.
El artista crea la unión entre el arte high (alto) y el llamado low art (arte bajo) haciendo borrosa la línea entre los artistas pertenecientes a unas y otras esferas, con la finalidad de apoyar artistas KaiKaiKiKi Co, Ltd en Japón, en Nueva York y Los Angeles.
El significado de KaiKaiKiKi es valiente, fuerte y sensible, sin duda valores que necesitamos hoy para plantar nuestras flores felices en los campos invadidos por la guerra.