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miércoles, abril 24, 2024

Roald Hoffmann 

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Traducción de Carlos Chimal 

 

Había escrito tres páginas 

a propósito del buen químico que hay en cada insecto; 

citando el atrayente sexual del gusano de seda, 

y el escarabajo artillero, que rocía peróxido 

de hidrógeno caliente cuando se siente amenazado. 

Y estaba a la mitad de la historia 

del escarabajo del pino occidental, 

que posee una feromona de congregación 

para llamar a todos los interesados (de su especie). 

La feromona, por cierto, tiene tres componentes: 

uno en el macho, la frontalita; 

otro, atributo de la hembra, la exo-brevicomina; 

y un tercero, abundante (ingenioso), 

con olor a brea, aportado por el pino anfitrión, el mirceno. 

Había escrito esto la noche anterior 

recortando las frases. 

Cuando desperté el domingo y me puse a trabajar, 

con sosiego y una segunda taza de café, 

el sol estaba ya en mi escritorio. 

Había recogido algunas flores en la colina que reposaban 

en un florero: altramuz de arbusto, amapolas de California, 

y unas hierbas de por aquí. Apenas unos centímetros 

separaban las brácteas en los tallos herbáceos. 

Evolución 

Eran cáscaras color canela, finamente trazadas; 

su contorno dominado por el de una espiguilla oscura, 

flagelo endurecido más que espina. 

Algo plumoso se insinuaba en su interior. 

El cálido sol hizo estallar algunas vainas 

que cayeron sobre lo escrito 

(las palabras se perdieron en el sol), cayeron 

por azar, junto a las sombras de las semillas que aún 

colgaban, y, las semillas liberadas, 

como saltamontes durmientes, 

con sus barbas ahora retorcidas 

proyectaron una segunda ola 

de sombras más finas. 

Entonces te vi caminando por la colina. 

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