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domingo, septiembre 7, 2025

La rectora humanista

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La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla siempre ha sido más que un campus, más que un conjunto de edificios o de planes de estudio. Para quienes hemos pasado por sus aulas, es un espacio de transformación, un lugar donde se nos abrió la posibilidad de mirar el mundo con ojos nuevos y de imaginar un futuro distinto. Volver la vista hacia ella, después de haber egresado, es reencontrarse con una parte viva de uno mismo. Y en estos años, bajo el rectorado de la doctora Lilia Cedillo, esa mirada provoca orgullo y admiración, porque la BUAP ha sabido crecer con solidez, fortalecerse en medio de crisis, y hacer frente a los retos de la época con una capacidad de diálogo pocas veces vista en instituciones de su tamaño y complejidad.

Los logros alcanzados entre 2021 y 2025 no son solamente estadísticas ni inauguraciones: son huellas que cambian vidas. La construcción de Ciudad Universitaria 2, concebida para recibir a treinta mil estudiantes hacia 2030, es quizá el ejemplo más claro de un proyecto que trasciende lo inmediato. No se trata solo de aulas o laboratorios, sino de un campus pensado con visión científica y compromiso social, dotado de energías limpias y diseñado para fomentar un aprendizaje multidisciplinario. Uno sabe, al mirar ese complejo en expansión, que allí se están sembrando las semillas de los ingenieros, científicos y profesionales que en pocos años estarán aportando soluciones a los problemas del estado, del país y del mundo. Y para quienes conocimos la BUAP en otras etapas, es emocionante comprobar cómo la universidad se atreve a soñar en grande, sin perder la sensibilidad hacia su entorno, como lo demuestra el cuidado del humedal de Valsequillo y la apuesta por la sostenibilidad.

La innovación también se hizo palpable con la creación del Centro de Simulación “Matilde Montoya Lafragua”. En este espacio de alta tecnología, los estudiantes de medicina y áreas de la salud practican procedimientos clínicos en condiciones seguras, con maniquíes de última generación y escenarios realistas. Para quienes venimos de una universidad que siempre ha defendido la excelencia académica, es motivo de orgullo saber que hoy la BUAP forma médicos con estándares internacionales, y que al mismo tiempo rinde homenaje a la primera médica mexicana, reconociendo que el avance científico va de la mano con la memoria histórica y con la equidad de género.

El crecimiento no se limitó a la infraestructura. La BUAP fue sede de la Universiada Nacional 2025, recibiendo a más de seis mil atletas de todo el país. No se trató únicamente de un evento deportivo, sino de la afirmación de que la vida universitaria se nutre del esfuerzo físico, del trabajo en equipo y de la fraternidad estudiantil. Y junto a ese impulso al deporte, la salud emocional de los estudiantes se convirtió en prioridad. La Dirección de Acompañamiento Universitario reforzó sus programas de atención psicológica, mientras que el innovador Centro de Atención Especializada para la Terapia Ocupacional con Canes (CAETO) sorprendió al demostrar que la ciencia del bienestar puede incluir a los animales como aliados terapéuticos. Que el 99.8% de los estudiantes reportara una mejora en sus emociones tras participar en actividades con los perros es un dato impresionante, pero más allá de la cifra, lo que conmueve es que la universidad entiende que detrás de cada matrícula hay una persona que necesita sentirse acompañada, escuchada, cuidada.

La BUAP que hoy reconocemos es también la universidad de la inclusión. La gratuidad total en el bachillerato tecnológico de Ixtepec significó para decenas de jóvenes de zonas de alta marginación la posibilidad real de estudiar sin preocuparse por cuotas o gastos. Esa decisión, que podría parecer administrativa, cambió destinos: permitió que talentos que antes quedaban atrapados por la pobreza se proyectaran hacia un futuro de movilidad social. Al mismo tiempo, la universidad amplió su matrícula en casi 40% en cinco años, abrió nuevas sedes regionales y sumó más de cincuenta programas de licenciatura y posgrado, desde ingeniería en semiconductores hasta periodismo a distancia, respondiendo a las necesidades de un mundo cambiante. Como exalumno, ver este crecimiento me recuerda lo que significó para mí que la BUAP me abriera sus puertas; ahora son miles más los jóvenes que encuentran en ella la llave para transformar su vida.

Uno de los ejes más notables de este rectorado ha sido el compromiso con la igualdad de género. La doctora Cedillo, primera mujer en encabezar la institución, no se limitó a hacer historia con su elección, sino que impulsó cambios estructurales: creó la Dirección de Equidad e Igualdad de Género, actualizó el Protocolo de Género con una política de cero tolerancia a la violencia, abrió lactarios y garantizó la reinscripción prioritaria para alumnas madres. También fomentó la participación femenina en programas STEAM, convencida de que la ciencia y la tecnología no pueden seguir privándose del talento de las mujeres. Estas acciones no son meras reformas administrativas; son transformaciones profundas que se sienten en la vida diaria de la universidad, que envían un mensaje poderoso: en la BUAP, la equidad no es una consigna, es una práctica.

Todo este despliegue hubiera sido imposible sin una conducción responsable de las finanzas. Bajo el rectorado de Cedillo, la universidad mantuvo cuentas sanas y transparentes, lo que permitió invertir en infraestructura, investigación y programas sociales sin comprometer la estabilidad. Al mismo tiempo, se reconoció la labor de quienes hacen posible la vida universitaria: los docentes hora-clase recibieron por primera vez un bono específico, y el Programa de Estímulo al Desempeño y Carrera Administrativa (PEDCA) se fortaleció para mejorar las condiciones de los trabajadores no docentes. Como egresado, uno sabe que detrás de cada clase que recibió, de cada trámite que realizó, hubo profesores y administrativos entregados; resulta reconfortante saber que ahora su esfuerzo es reconocido con justicia.

Lo que más enorgullece, sin embargo, no es solo la lista de logros, sino la forma en que se han alcanzado. La BUAP, en estos años, ha sabido crecer en medio de tensiones y crisis, sin romper el diálogo, sin perder la calma. Esa capacidad de escuchar a los estudiantes, de negociar con inteligencia y firmeza, de construir consensos, habla de una madurez institucional que pocas universidades logran alcanzar. Para quienes fuimos formados en sus aulas, es emocionante ver que la misma institución que nos enseñó a pensar críticamente, hoy aplica esos principios en su vida cotidiana, resolviendo los conflictos con entereza y sabiduría.

De cara a la posibilidad de la reelección de la doctora Cedillo, lo que se plantea no es solo la continuidad de una persona al frente de la rectoría, sino la consolidación de un proyecto de universidad que ha demostrado que es posible ser rigurosa y humana al mismo tiempo. La BUAP no solo ha crecido en Puebla, ha extendido su influencia al sureste, convirtiéndose en un verdadero motor social. Allí donde llega una sede regional, cambia la vida de los jóvenes y de sus familias. Allí donde se abre un nuevo programa académico, se abren también horizontes laborales y comunitarios. Una universidad así no es un lujo, es una necesidad para un país que busca crecer con justicia.

Porque una universidad social con alcance en todo el estado y proyección en el sureste cambia destinos: permite que un joven de Ixtepec, de Teziutlán o de Atlixco acceda a la educación superior y se incorpore a un país que exige talentos y ofrece retos. La BUAP, en estos años, ha sido una promesa cumplida de movilidad social, un espacio donde el conocimiento se convierte en herramienta de dignidad y en llave para abrir el futuro. Como exalumno, miro con orgullo esa transformación y sé que el corazón que late en Puebla no late solo por los que estamos dentro o fuera de sus aulas, sino por todo un México que necesita la energía de sus universidades públicas. En ese pulso, en ese latido, reconozco mi alma mater y confirmo que su fuerza es también la nuestra.

 

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