La noche, cuando se alarga más allá de lo razonable, deja de ser una frontera del día para convertirse en un país con leyes propias. En Wolf Moon, Arifa Akbar cartografía ese territorio con una mezcla de rigor periodístico y lirismo áspero. No es un libro de autoayuda ni un diario de quejas: es, sobre todo, la tentativa de entender qué dice la vigilia de quien la habita. Siempre me ha interesado indagar en el insomnio, desde que escribí En la alcoba de un mundo, mi novela sobre Xavier Villaurrutia, quien padeció este mal durante muchos años, en algunos periodos de su vida de manera realmente insoportable (como cuando estuvo aprendiendo teatro en Yale, cuando murió Jorge Cuesta o en el año mismo de su muerte, en 1950). He leído tratados científicos y recuentos de artistas insomnes a pesar de no padecerlo (Indira, mi mujer, si es una insomne irredenta, lo que explica mi interés renovado en el tema). Akbar, una insomne curiosa, nos invita a su viaje personal en esa forzada vigilia de medianoche.
El insomnio, en estas páginas, no aparece como un problema a resolver —aunque Akbar revisa terapias, pastillas, tisanas, podcasts y toda la artillería de la industria del sueño—, sino como un prisma desde el cual observar su propia historia. Y, en esa historia, la noche es la única que nunca la abandona.
El libro nace de una pregunta: ¿por qué la mente se despierta, una y otra vez, a la hora del lobo? Akbar rastrea la genealogía de su insomnio desde la infancia: la casa familiar en Londres, demasiado estrecha; la migración de regreso a Lahore, donde aprendió a dormir la siesta en terrazas ardientes; la vuelta a Inglaterra y su primer cuarto propio, convertido pronto en un escenario de terrores nocturnos. De adulta, la pesadilla se vuelve hábito: a las cuatro de la mañana despierta con la mente en llamas, como si hubiera una cita pactada con lo que se teme.
Para iluminar esa cita, Akbar convoca a Van Gogh, uno de sus fantasmas tutelares. Recupera las cartas donde el pintor, insomne crónico, describe sus noches en Saint-Rémy: la lámpara encendida, la cabeza quemándose, la pintura que se derrama sobre el lienzo como un antídoto imposible. La noche estrellada no como un cuadro idílico, sino como el testamento de un hombre que se sabía roto y aun así encontraba belleza donde nadie la buscaba: en la penumbra, en el temblor.
Akbar yuxtapone esa mística con la certeza fría de la ciencia. Cita a Derk-Jan Dijk, cronobiólogo que desmonta el mito romántico del genio desvelado: el insomnio no multiplica la genialidad, la erosiona. Los ciclos circadianos, la química cerebral, la herencia familiar —todo conspira. La vigilia es, también, biología pura.
Para la autora, la biología sola no basta. Por eso recurre a Louise Bourgeois, otra insomne que, bien entrada la noche, dibujaba telarañas de tinta y palabras. Las Insomnia Drawings de Bourgeois no ofrecían consuelo, sino testimonio: la mente, cuando no duerme, devora recuerdos, mastica temores y escupe formas. Akbar ve en esas arañas de grafito el espejo de su propio cerebro, enredado en pensamientos que se alimentan de sí mismos.
Hay algo que hace especial este libro: su forma fragmentaria imita la lógica de la vigilia. No hay un arco de redención. No hay una gran moraleja. Lo que hay son fogonazos: la tetera que silba a las 4:17; la respiración pausada de su pareja, que duerme del otro lado de la cama como un continente inaccesible; la idea de que cada noche sin sueño es también una oportunidad para preguntarse quién se es cuando nadie más mira.
Akbar no ofrece respuestas definitivas. Sí ofrece compañía. Bajo la luna del lobo, la más brillante y feroz de todas, la narradora se sienta a observar cómo la mente se enciende justo cuando el mundo se apaga. Hay dolor —y lo reconoce—, pero también una forma de vigilia radical que, quizá, no cure nada, pero explica algo: que la noche, con toda su brutalidad, también puede ser un territorio para nombrar lo que de día callamos. Wolf Moon no promete dormir mejor. Promete algo más raro: aprender a escuchar el murmullo que queda cuando todos sueñan —y no tenerle miedo.