En Mexi-Canos: Piramidal Funesta, Miguel Maldonado emprende una disección aguda de la estructura social mexicana a través de una imagen que ha marcado tanto el paisaje como la cosmovisión del país: la pirámide. Pero a diferencia de la veneración arqueológica o turística que suele rodear a las construcciones mesoamericanas, Maldonado invierte el símbolo. Aquí, la pirámide no es emblema de civilización o de orgullo histórico, sino de fatalidad estructural. Se convierte en el modelo que rige nuestras relaciones sociales, políticas y económicas, una arquitectura invisible que organiza a los individuos en estratos rígidos y casi inmutables, donde la movilidad es una excepción anecdótica y no una promesa generalizada.
El autor no se limita a una metáfora ingeniosa. Su ensayo articula una crítica profunda al modo en que esta “forma piramidal” se reproduce tanto en las instituciones como en la subjetividad de los mexicanos. Desde los sistemas de educación y justicia hasta la manera en que se distribuye la riqueza o se ejerce el poder, Maldonado observa una constante: una minoría en la cúspide que concentra privilegios y una vasta base que sostiene el peso del orden, con escasas posibilidades de ascenso. El drama no es sólo económico. Es, sobre todo, simbólico y ético: los valores que rigen a esta sociedad —el éxito individual, la competencia feroz, la idolatría del mérito— han desplazado a la noción de justicia social, como si la solidaridad fuera un residuo arcaico, y no un proyecto moderno inconcluso.
Uno de los hallazgos más sugestivos del libro es la exploración de esa tensión entre la libertad individual, entendida en clave neoliberal, y la justicia social como horizonte político. Maldonado expone con lucidez cómo el discurso de la autosuperación —tan promovido por los medios, el emprendedurismo y las narrativas gubernamentales de superación personal— ha erosionado la posibilidad de pensar en términos colectivos. En esta lógica, cada quien es responsable de su suerte, y si no asciende, es por falta de esfuerzo. Se olvida así que la igualdad de oportunidades no existe en una pirámide donde las reglas están diseñadas para preservar el lugar de cada quien. La crítica no se limita a los discursos oficiales: también interpela a sectores progresistas que han asumido sin cuestionamiento los valores de eficiencia, productividad y competencia como herramientas de cambio, reproduciendo sin saberlo el mismo modelo vertical que combaten.
El libro está construido como una secuencia de capítulos breves pero densos, cada uno funcionando como un prisma que refracta aspectos diversos del problema. Hay pasajes dedicados a la historia de las élites mexicanas, al papel de la Iglesia en la naturalización de las jerarquías, a la farsa del mérito en las universidades, al consumo cultural como signo de estatus, y a la tecnocracia como religión moderna. Pero también hay momentos más filosóficos, donde Maldonado se interna en la antropología del alma mexicana, echando mano de pensadores como Michel Maffesoli, Iván Illich o Bolívar Echeverría. Es particularmente notable su recuperación de la figura del pelado, ese arquetipo popularizado por Cantinflas, como encarnación de una cultura anfibia, siempre a medio camino entre la rebeldía y la domesticación. El pelado no es ni un héroe revolucionario ni un alienado total: es un símbolo del sujeto mexicano atrapado en una estructura que lo limita, pero que al mismo tiempo le permite sobrevivir con ironía.
Maldonado propone una idea que atraviesa el libro como una hipótesis de trabajo: México no ha sido capaz de superar su estructura colonial porque sigue anclado a una visión piramidal de la sociedad. Y esa visión no solo organiza el poder político o la economía, sino que modela la sensibilidad y el deseo. Aspirar, en México, es ascender; y ascender implica pisar, competir, distanciarse del pueblo. En esta lógica, la movilidad es deseable solo en la medida en que aleja al sujeto de lo común. El éxito es, por definición, una traición.
Aunque el libro es deliberadamente ensayístico y provocador, hay momentos donde la crítica se convierte en un llamado: deshacer la pirámide, pensar en círculos, en redes, en formas de vida no jerárquicas. Maldonado no cae en la ingenuidad de ofrecer soluciones técnicas, pero sí postula una dirección ética. Esa dirección implica recuperar valores comunitarios, articular luchas colectivas, desmontar las mitologías del mérito y del individuo como ente autosuficiente. Más que un programa político, Piramidal Funesta es un diagnóstico incómodo que apunta a lo más profundo de nuestra forma de habitar el mundo: nuestra manera de mirar al otro, de ocupar el espacio, de concebir el tiempo social.
Lo que hace valiosa esta obra no es solo su claridad conceptual, sino su valentía para confrontar verdades incómodas. Maldonado escribe desde la incomodidad y para incomodar, consciente de que toda transformación comienza por cuestionar los supuestos más arraigados. En una época donde proliferan los discursos conciliadores o los análisis tecnocráticos que despolitizan la desigualdad, este libro se inscribe en la tradición del ensayo crítico latinoamericano, en la línea de Bolívar Echeverría, Pablo González Casanova o Guillermo Bonfil Batalla. Su mérito no es cerrar el debate, sino abrirlo con urgencia.
Mexi-Canos: Piramidal Funesta no es una obra que busque complacer; es una obra que sacude. Y en tiempos de resignación política y de cinismo social, eso ya es una forma de esperanza.