Ricardo Raphael ha trazado un mapa del horror contemporáneo en Fabricación, un libro que se presenta como novela pero que, como A sangre fría de Truman Capote, Asesinato de Vicente Leñero o Una novela criminal de Jorge Volpi, se inscribe en esa categoría ambigua y poderosa que podríamos llamar novela sin ficción. En ella, el periodismo más riguroso se funde con la estructura y el ritmo narrativo de la literatura, sin que por ello se diluya la contundencia de los hechos ni la seriedad de la denuncia.
En Fabricación, Raphael se adentra en uno de los casos más polémicos de la justicia mexicana: el presunto secuestro y asesinato de Hugo Alberto Wallace. A través de una investigación exhaustiva que abarca más de 500 páginas y se apoya en un acervo documental compuesto por más de 1,200 archivos, el autor cuestiona la veracidad de la versión oficial y expone las múltiples irregularidades que rodean el proceso judicial. Su relato se construye como una crónica literaria, pero no inventa: reconstruye, compara, interpela.
La conclusión a la que llega Raphael es demoledora: el caso Wallace fue un montaje. No existen pruebas contundentes de que Hugo Alberto Wallace haya sido asesinado, y en cambio hay documentos que sugieren que estuvo vivo tras la fecha de su supuesta desaparición. La narrativa oficial —construida por su madre, Isabel Miranda de Wallace— fue acogida por medios de comunicación, fiscales, jueces y hasta por el entonces presidente Felipe Calderón, y sirvió como emblema de una cruzada contra la delincuencia que terminó por devorar la vida de personas inocentes. La “verdad histórica” se impuso como propaganda y castigo.
Escribe Raphael: “Esta es la historia de un duelo fabricado que se convirtió en un descarado circo mediático; el mito de una madre que, bajo la fachada de una mujer devastada, torció los hechos para ganar notoriedad e influencia, mientras destruía la vida de muchas personas inocentes.”
La obra, sin embargo, va más allá del caso Wallace. Es también una acusación contra un sistema judicial que premia la simulación y el castigo ejemplar, aunque esté basado en pruebas sembradas y testimonios obtenidos bajo tortura. Raphael no presenta su investigación como un ajuste de cuentas, sino como una alerta ética y política: cuando el aparato del Estado decide fabricar culpables, nadie está a salvo.
En cuanto al estilo, Raphael logra un equilibrio entre claridad, tensión narrativa y profundidad analítica. No cae en el amarillismo ni en el panfleto: documenta, contextualiza, humaniza. La estructura fragmentaria, con saltos temporales y múltiples voces, reproduce el laberinto de un expediente judicial donde la verdad parece siempre postergada.
Desde su publicación, Fabricación ha reavivado el debate sobre la justicia en México y ha generado intensas reacciones tanto en la prensa como en redes sociales. Intelectuales, defensores de derechos humanos y periodistas han celebrado su valentía, mientras que otros sectores han intentado descalificarlo por el riesgo que implica romper con una narrativa oficial ya consolidada. Pero lo que hace Raphael no es simple denuncia: es un acto de reparación simbólica y un gesto de compromiso con la memoria de quienes fueron silenciados.
Fabricación es un libro que incomoda, que revela el uso perverso de la ley como herramienta de venganza, y que exige repensar el papel de los medios, el Estado y la sociedad ante la verdad. Como las mejores obras de no ficción narrativa, logra que el lector no solo se informe, sino que se indigne.