En los últimos años, el panorama político latino en Estados Unidos ha dejado a muchos sorprendidos, especialmente tras las elecciones presidenciales de 2020, cuando Donald Trump logró avances significativos entre votantes latinos, particularmente en zonas fronterizas como el condado de Zapata, Texas, donde 94 por ciento de la población es hispana y, sorprendentemente, votó por el expresidente. Estos resultados generaron desconcierto, considerando el historial de comentarios racistas y xenófobos de Trump, como llamar a los mexicanos “violadores” o referirse a los migrantes como “animales”.
Sin embargo, la realidad de la comunidad latina
en Estados Unidos es mucho más compleja de lo
que algunos observadores progresistas habían anticipado. Es en este contexto donde surge Defectors, el libro más reciente de la periodista Paola Ramos,
que explora el auge de la extrema derecha entre
latinos. Ramos, con una notable sensibilidad, nos
invita a comprender por qué algunos latinos, que
tradicionalmente se identificaban con el Partido
Demócrata, están siendo atraídos por movimientos
extremistas y nacionalistas.
Ramos apunta a tres factores que explican esta
tendencia: el “tribalismo”, que se refiere al racismo
internalizado y el deseo de pertenecer a una identidad hegemónica; el “tradicionalismo”, vinculado a creencias cristianas conservadoras y normas rígidas de género, y el “trauma”, resultado de historias familiares marcadas por regímenes autoritarios y
la inestabilidad política en países de origen, que
los hace susceptibles a figuras autoritarias como Trump.
Uno de los aspectos más interesantes de Desertores radica en cómo Ramos amplía la discusión sobre la raza dentro de la comunidad latina. Lejos
de la narrativa simplista que asocia el supremacismo
blanco solo con individuos anglosajones, Ramos
entrevista a figuras como Enrique Tarrio, exlíder de
los Proud Boys, quien, pese a su origen afrolatino,
se ha convertido en una figura clave en la ultraderecha estadounidense. Tarrio, como muchos otros en el libro, niega cualquier vínculo con el supremacismo blanco, basándose en su identidad racial para descartar tal acusación. Sin embargo, Ramos
ofrece una lectura más profunda, describiendo este
fenómeno como parte de “un baile racial latinoamericano”, en el cual la diversidad étnica se utiliza como una estrategia para encubrir y justificar actitudes racistas.
Lo que hace esencial al libro no es solo la denuncia de Ramos sobre el auge de la extrema derecha entre latinos, sino también su capacidad para humanizar a los individuos con quienes no comparte
sus ideas. A lo largo del libro, mantiene una curiosidad genuina por comprender qué impulsa a estos “desertores” a abrazar ideologías que, en muchos
casos, parecen ir contra sus propios intereses. En
lugar de demonizar a sus entrevistados, Ramos los
trata como sujetos complejos, a menudo marcados
por traumas históricos y personales que moldean
sus visiones políticas. En entrevistas con personajes
como Gabriel García, quien participó en el ataque
al Capitolio el 6 de enero, Ramos muestra cómo,
más allá de su retórica violenta, hay una profunda
inseguridad y fragilidad emocional que motiva sus acciones.
Sin embargo, aunque Desertores sea un libro
fascinante y revelador, hay momentos en los que
su análisis peca de simplificación. Ramos sostiene
que muchos latinos han sido “coaccionados” para
absorber los principios del nacionalismo cristiano
y que su trasfondo cultural los ha empujado hacia
una versión del individualismo estadounidense.
Si bien esta es una observación válida, a menudo
parece demasiado generalizada. No todos los latinos que han abrazado posturas conservadoras lo han hecho por coerción o manipulación; algunos
han llegado a esas conclusiones de manera consciente y deliberada, basándose en su fe, experiencias o preocupaciones económicas. Ramos parece, en
ocasiones, olvidar la diversidad de motivaciones
dentro de esta comunidad.
En este sentido, el libro nos obliga a replantear
muchos supuestos sobre los votantes latinos en Estados Unidos. Para muchos progresistas, la lealtad de los latinos al Partido Demócrata se daba por
sentada, pero el libro de Ramos deja claro que no
se puede reducir a esta comunidad a una sola voz
política. De hecho, este es un recordatorio crucial
para los demócratas: no pueden seguir asumiendo
que los latinos apoyarán sus políticas sin cuestionar,
como si sus votos fueran automáticos. Como bien
señala Ramos, los latinos son “humanos imperfectos con historias complicadas y dolorosas”, y esas historias pueden llevarlos por caminos políticos inesperados.
Los invito a leer un libro oportuno y necesario,
que aporta luz sobre un fenómeno poco explorado:
la creciente influencia de la extrema derecha en una
comunidad que muchos consideraban impenetrable para tales ideas. El desafío ahora, tanto para los políticos como para los activistas progresistas, será
aprender de este fenómeno y encontrar formas de
conectar con aquellos latinos que se sienten atraídos por el extremismo, antes de que sea demasiado tarde.
El reportaje de Ramos no es solo una advertencia;
es un llamado a la acción para reevaluar estrategias
políticas y reconectar con una comunidad diversa y
en constante evolución, una que no puede ser encasillada en clichés políticos preestablecidos o solo utilizada en tiempos electorales.