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domingo, octubre 5, 2025

¿Cómo vivir una vida buena?

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En una época en que la verdad parece resbalar entre los dedos y las certezas se disuelven con cada nuevo titular, tres voces se reunieron para preguntar algo en apariencia sencillo: ¿cómo vivir una vida buena en tiempos difíciles? El historiador Yuval Noah Harari, la periodista y Nobel de la Paz María Ressa, y el expolítico y escritor británico Rory Stewart dialogaron bajo el signo de la inquietud, pero pronto su conversación se volvió una búsqueda más urgente: la de un sentido moral en un mundo que ha perdido su brújula.

Stewart comenzó trazando el desgaste de la democracia liberal. Hubo un tiempo, dijo, en que el sistema parecía evidente: un equilibrio entre derechos y deberes, entre libertad y responsabilidad, entre conciencia individual y confianza colectiva. Hoy ese equilibrio se tambalea. La plaza pública se ha transformado en un teatro de espectáculo; la vergüenza, antes freno cívico, es ya un vestigio. El poder se exhibe sin pudor, y los ciudadanos, anestesiados por el cinismo, han dejado de esperar honestidad de sus líderes. Stewart habló con la fatiga de quien ha recorrido los pasillos del gobierno y ha visto tanto su nobleza como su podredumbre.

Harari escuchó, y recordó que los arquitectos del liberalismo construyeron su fe sobre una suposición frágil: que el ser humano, con acceso a la información, podría razonar con libertad. Pero en la era algorítmica, la libertad misma es territorio disputado. “Nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras creencias pueden ser hackeados”, advirtió. El ecosistema digital, optimizado para la atención más que para la verdad, ha convertido la información—el alma de la democracia—en un arma. ¿Qué queda del libre albedrío cuando la atención se cosecha y las emociones se manipulan?

María Ressa conoce la respuesta demasiado bien. Desde Filipinas ha visto cómo las mentiras se propagan más rápido que los hechos y cómo la valentía se convierte en riesgo profesional. “La democracia no puede sobrevivir sin una realidad compartida”, alertó. Las plataformas que prometieron conexión hoy monetizan la división. La falsedad viaja más veloz que las correcciones; el escándalo sofoca la razón; y el trabajo silencioso del periodismo se desvanece ante el hambre de los algoritmos por el conflicto. Para Ressa, la neutralidad ha dejado de ser virtud. “Cuando la verdad está bajo ataque, el silencio es complicidad.” En Rappler, su redacción, ensayan estrategias como los truth sandwiches: enmarcar la mentira entre capas de verdad para que pierda su veneno.

Los tres coincidieron en que la crisis no es solo política o tecnológica: es moral. La vieja batalla entre el yo mejor y el peor persiste, pero ahora el campo de combate está cableado, iluminado por pantallas, manipulado por manos invisibles. Harari advirtió que la inteligencia no garantiza la bondad: uno puede ser brillante y, sin embargo, profundamente equivocado. “La realidad no corrige las mentiras por sí sola”, dijo. La vida ética, por tanto, exige esfuerzo consciente: una defensa activa de la verdad, no una fe pasiva en su victoria.

Frente a fuerzas tan vastas, ¿qué puede hacer un individuo? Stewart, curado de ilusiones heroicas, aconsejó humildad. “Empieza por lo pequeño”, dijo. “Repara lo que tengas a tu alcance.” Ressa coincidió: defiende tu parcela de verdad, por diminuta que parezca. Harari pidió responsabilidad sin grandilocuencia, compromiso sin ilusiones. Escoge un territorio—la educación, el periodismo, la política—y habítalo con integridad. No esperes que la historia se enderece sola; ayúdala, aunque sea un poco.

Su diálogo no ofreció consuelos fáciles. La esperanza, insinuaron, no es emoción sino disciplina. Vivir bien en tiempos turbulentos significa actuar como si la verdad importara, incluso cuando las mentiras gritan más fuerte; sostener las instituciones, aun cuando vacilan; seguir siendo humanos en sistemas que recompensan la crueldad. Es la decisión obstinada de hablar con claridad, escuchar con cuidado y confiar con cautela, sin caer en la desesperanza.

Al final, la vida buena que describieron no es una promesa de sosiego, sino una postura de valentía: una elección diaria de anclarse en la honestidad, la empatía y la responsabilidad. “La democracia es frágil porque la verdad es frágil”, dijo Ressa en voz baja. Vivir bien hoy es convertirse en guardián de ambas.

En México, este llamado resuena con particular urgencia. La erosión de la confianza en las instituciones, la polarización política y la violencia simbólica y real han hecho del país un laboratorio del desencanto. La esfera pública se ve saturada de rumores, propaganda y desinformación; el periodismo independiente sobrevive acosado, y la ciudadanía, atrapada entre el miedo y la apatía, corre el riesgo de acostumbrarse a la mentira. Pero también surgen islas de resistencia: comunidades que reconstruyen la palabra, medios locales que investigan pese a las amenazas, movimientos sociales que reafirman la dignidad frente al olvido. Tal vez ahí, en la terquedad de quienes aún creen en la verdad, se esboce la respuesta mexicana a la pregunta universal: cómo vivir bien cuando todo parece estar en contra. Vivir bien, en México como en el mundo, es no ceder al cinismo. Es elegir la verdad, aunque duela; la justicia, aunque cueste; la esperanza, aunque duela.

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